En San Juan La Laguna, Sololá, se estableció desde hace alrededor de seis años una pequeña comunidad de judíos llamada “Torias Jesed”, atraídos por la tranquilidad de aquel lugar en el que, esperaban, poder practicar su religión sin ser molestados por ello. Cuál sería su sorpresa al, recientemente, haber empezado a ser víctimas de acoso y discriminación por parte de los lugareños, situación que ha llegado al extremo, según lo publicado en distintos medios de comunicación, de haber sido notificados que en un corto plazo, deberán desalojar el territorio que actualmente ocupan.
Guatemala es un Estado “Multicultural, pluriétnico y multilingüe”, condiciones que no están limitadas a indicar la convivencia entre indígenas y ladinos dentro de nuestras fronteras. Debiese implicar también el respeto al extranjero y al culturalmente distinto como sujeto que encaja perfectamente dentro de las mismas.
La discriminación en este punto trasciende solamente a la cuestión racial y pasa al ámbito de lo cultural y lo religioso, pues si bien el grupo está formado por algunos extranjeros, la mayoría de los fieles son guatemaltecos en proceso de conversión al judaísmo.
Me resulta la mayor de las contradicciones que sean precisamente los mismos individuos que se han sentido discriminados durante toda su vida quienes asuman ahora prácticas discriminatorias con un grupo por el único hecho de que son diferentes y tienen costumbres distintas.
No quiero caer en la falacia de que el antisemitismo es una tendencia generalizada globalmente ni quisiera tampoco decir que el rechazo a la otredad es un elemento esencial del ser humano, pero debo aceptar que si bien no forma parte de su naturaleza, se ha aprendido a considerar como malo todo aquello que sea distinto a lo propio, hiriéndonos pues entre todos sin más objetivo que prevalecer sobre el resto.
Creo que acciones como las amenazas verbales y los ataques físicos de los que esta comunidad es objeto son reprobables y debe ponérseles un alto inmediatamente, además de permitir que conserven sus hogares a menos que se tuvieran pruebas de que están actuando de alguna forma en contra de la ley.
Muchos guatemaltecos, sin embargo, están de acuerdo con los pobladores de San Juan La Laguna y les respaldan argumentando que el grupo religioso radicado en su municipio es una muchedumbre invasora; no contemplan así, que semejante juicio estaría justificando, por ejemplo, la discriminación de la que son víctimas muchos de nuestros connacionales que migran hacia otros países con el fin de mejorar su nivel de vida. Viéndolo desde ese punto de vista se percibe de forma distinta, ¿No es así?
Desgraciadamente los conceptos se relativizan de acuerdo a la conveniencia de quien los utiliza. Me explico: Como soy mujer, es discriminatorio el papel que me asigna la sociedad de cuidar mi casa pero no lo es la prevalencia que me da la ley tras un divorcio de quedarme a mis hijos por ser “más capaz de criarlos”. Como ladino, es discriminación la que sufre por las miradas de desdén de razas más “puras” pero no lo es cuando hace de menos a un garífuna o un asiático. Como indígena, es discriminación la que ha sufrido por más de 500 años al sentirse menospreciado por los ladinos, pero no lo es la intolerancia manifestada a un grupo de “otros” con quienes se rehúsa a convivir pacíficamente por no aceptarlos como iguales.
Las consideraciones especiales no deben existir para nadie, la tolerancia es un principio que ha de regir la convivencia entre los guatemaltecos, de lo contrario, cada uno seguirá jugando para su propio equipo y no para alcanzar un objetivo común. Defendamos la igualdad en la diversidad, defendamos la plurietnicidad, la multilingüística y la multiculturalidad, pero eso sí, que sea en todas las direcciones, por favor.