Mujeres guatemaltecas en la migración laboral


Con el objetivo de fortalecer la organización social, en forma paulatina se impulsa en Guatemala el principio de igualdad entre varón y mujer para respetar los derechos fundamentales de ambos. No marginar a las mujeres en la toma de decisiones significa coadyuvar al fortalecimiento de los valores humanos y evitar la intolerancia cultural. Diversos sectores de la sociedad guatemalteca asumen el rechazo a prejuicios con relación a la inferioridad de la mujer. Este factor implica anular cualquier ambiente hostil -en Guatemala y México- en contra de la emigración laboral femenina -ha crecido el número de mujeres guatemaltecas trabajando en la agricultura u otras áreas económicas en Chiapas- pues son seres humanos en busca de trabajo sin afectar a la sociedad receptora.

Carlos Cáceres

Investigaciones realizadas en Guatemala con relación a la migración laboral, en especial la efectuada por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) en 1993, destacaron, para esa fecha, un reducido número de trabajadoras en Chiapas. Muchas de ellas laboraban en actividades agrí­colas, pero aparecí­an como acompañantes en los registros de las diversas delegaciones migratorias de Chiapas. La situación actual es diferente: además de trabajar y obtener un salario en áreas de producción como el café, las trabajadoras guatemaltecas son requeridas por su destreza manual en el empaque de banano y papaya, sembradí­os de chile y cí­tricos, entre otros. En cualquier tipo de trabajo agrí­cola o en la ciudad de Tapachula efectuado por la mujer migrante guatemalteca, se debe tener presente la Declaración sobre la eliminación de la discriminación contra la mujer, aprobada por la ONU, cuando señala: «El derecho (de la mujer) a igual remuneración que el hombre y a igualdad de trato con respecto a un trabajo de igual valor».

Las mujeres guatemaltecas trabajadoras conocen las temporadas en las cuales se requiere su trabajo en Chiapas. Llegan a las fincas en pequeños grupos. En el campo, al realizar sus actividades, se colocan en la cabeza, para cubrirse del sol, un largo pañuelo o paliacate mexicano. Algunas lo acompañan con un sombrero porque el calor es muy fuerte. Se encuentran ahí­ pues, con su trabajo, obtendrán un salario que en su paí­s se les niega. Hablan poco. No importa sin son casadas o no. Se encuentran laborando después de romper ataduras sociales y culturales de todo tipo. Regresarán a sus lugares de origen y transmitirán sus experiencias a otras amigas y familiares. Este indicador forma parte de las redes sociales de la migración.

Los factores culturales de identidad, a nivel individual y de grupo, así­ como el sentimiento de pertenencia a una comunidad, también se expresan en el flujo migratorio de las trabajadoras domésticas. Su origen se localiza en los departamentos de San Marcos y Huehuetenango. Al iniciar el viaje a Chiapas se acompañan de amigas. Con ellas y sus familiares han decidido trabajar. Por esta razón, saben como evitar problemas en el camino y ninguna ignora el lugar donde serán contratadas: en varios parques pero, básicamente, el «Miguel Hidalgo» de Tapachula. No ignoran el salario a devengar -oscila entre 600 y mil 200 pesos mensuales- según la experiencia que posean.

La decisión de dejar su hogar ha sido meditada y empiezan a trasladarse con la autorización familiar. En conversaciones con amistades que también se desempeñan como trabajadoras domésticas, han considerado los factores positivos y asumieron viajar a Chiapas. En un reducido número de casos, a las menores las acompaña su padre, lo cual le permitirá conocer las condiciones económicas y la casa donde trabajarán. La inmensa mayorí­a son menores. Su edad fluctúa entre 13 y 18 años. Van en busca de un ingreso económico, pues en sus casas hay pobreza. Su identidad cultural se mantiene, pues continuarán utilizando el traje indí­gena y se comunicarán con sus amigas en el idioma maya natal.

Al permanecer fuera de sus casas, las jóvenes guatemaltecas se integran a un proceso de adaptación social lento. Se trata de vivir en otro paí­s donde deben comprender nuevas pautas culturales. Su presencia en Tapachula, en forma inicial es de treinta dí­as y, posteriormente, se incrementará con base a su experiencia migratoria. No firman contratos de trabajo. El arreglo con la contratista es verbal y no ignoran que pueden resolver problemas en el consulado guatemalteco de Tapachula y en la Junta de Conciliación y Arbitraje de esa ciudad. No ocasionan problemas económicos, ni de desestabilización social o polí­tica. Pero la idea de ellas es regresar con el propósito de ayudar económicamente a hogares muy necesitados y, también, participar en las diferentes actividades culturales en sus lugares de origen.

La amplia presencia de mujeres guatemaltecas trabajando como parte de la migración laboral de carácter internacional, tiene el especial significado de anular expresiones de intolerancia y ocupar diferentes espacios sociales y económicos. Es la nueva realidad en Guatemala sujeta a lo establecido en los Acuerdos de Paz. En este aspecto debe destacarse lo expuesto por la escritora chiapaneca Rosario Castellanos: «Las mujeres estamos en proceso, no sólo de descubrirnos, sino de inventarnos».