Mujeres en ascenso debido a polí­tica poblacional


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Está apenas en su primer año en la Universidad Tsinghua, pero Mia Wang tiene una confianza ilimitada en sí­ misma.

Por ALEXA OLESEN BEIJING / Agencia AP

Cuando se le pregunta qué es lo mejor que tiene su poblado natal Benxi, en el extremo nororiental del paí­s, la joven sonrí­e abiertamente y declara: «La excelencia de su gente, la gente como yo».

Mia es miembro de la Liga Comunista, estudia en una de las mejores universidades cientí­ficas del paí­s y posee destrezas envidiables en caligrafí­a, piano, flauta y pingpong.

Mujeres de ese tipo de talento se están viendo cada vez más en los centros urbanos de China e integran la generación más educada de mujeres en la historia del paí­s. Nunca antes tantas mujeres chinas habí­an asistido a la universidad y nunca la proporción entre ellas y sus pares masculinos ha sido tan equilibrada.

Según los expertos, ello se debe al crecimiento económico del paí­s, a la cuantiosa inversión de recursos públicos en la educación, y a un factor sorprendente: la polí­tica del gobierno que prohí­be a las familias tener más de un hijo.

En 1978, las mujeres comprendí­an sólo el 24,2% de la población estudiantil en las universidades chinas. Para el 2009, las mujeres eran casi la mitad de las estudiantes de pregrado y 47% de las estudiantes de posgrado, según la Oficina Nacional de Estadí­sticas.

En la India, como contraste, las mujeres conforman el 37,6% de la gente inscrita en educación superior, según cifras del gobierno.

Desde 1979, el gobierno chino ha prohibido a casi todas las familias tener más de un hijo a fin de limitar el crecimiento demográfico. Por lo tanto los padres de familia, al no tener un hijo varón que les exija repartir recursos, han estado invirtiendo más en la educación y bienestar de sus hijas, un cambio considerable luego de siglos de discriminación.

«Básicamente, las niñas están recibiendo toda la atención que antes iba sólo a los varones», expresa Vanessa Fong, profesora de la Universidad de Harvard y experta en la polí­tica de planificación familiar de China.

Wang y muchas de sus compañeras se criaron con profesores particulares y dinero para comprar libros, clases extracurriculares y computadoras portátiles. Aunque sus padres eran campesinos, ella se lleva su iPad a todas partes y su tarjeta de débito, y hace compras por internet.

Las compras le llegan a la Universidad de Tsinghua, donde el dormitorio de mujeres era apodado «la jaula de los osos panda» porque era extraño ver a una mujer en el campus. Actualmente comprenden una tercera parte del cuerpo estudiantil, comparado con una quinta parte una década atrás.

«En el pasado, a las mujeres se les criaba para ser buenas esposas y madres», dijo Fong. «Se iban a casar de todas maneras así­ que no importaba si no querí­an estudiar».

Ya no es así­. Fong sostiene que los padres urbanos de la China de hoy «perciben a sus hijas como el futuro de la familia» y por lo tanto se esfuerzan por ayudarles a superar a los demás estudiantes, sean del sexo que sean.

Algunos demógrafos sostienen que la tasa de natalidad en China estaba cayendo de todas maneras, aun sin la polí­tica de tener sólo un hijo, debido a que el crecimiento económico tiende a reducir el tamaño de las familias. Es decir, las hembras chinas podrí­an haber gozado de más oportunidades educativas aun sin esa ley, aunque los resultados probablemente se verí­an de manera más gradual.

Atribuirle a esa ley la mejorí­a de la calidad de vida de las mujeres en China podrí­a resultar controversial, debido a su historia y a la manera en que ha perjudicado a muchas niñas y mujeres. Ante la presión de acatar la cuota, meticulosos funcionarios de planificación familiar han incurrido en esterilizaciones forzadas y abortos tardí­os aunque esas prácticas son ilegales.

Las limitaciones a los nacimientos también han sido criticadas porque fomentan la selección artificial de bebés, en una sociedad profundamente tradicional que favorece a los varones. Las parejas tienden a ansiar un varón porque así­ se garantiza la continuidad del apellido y porque los varones tienden a ganar más dinero.

Con la llegada de tecnologí­a que permití­a los sonogramas, en la década de 1980, algunas familias ya ni siquiera tení­an que rezar para tener un hijo, sino que podí­an decidir el resultado al terminar el embarazo si el bebé iba a ser niña.

«Es génerocidio», declaró Therese Hesketh, una profesora de la University College de Londres que ha estudiado la desproporción entre géneros en China. «No entiendo por qué el gobierno chino simplemente no castiga a la gente que hace esos abortos y a las familias que lo piden. La ley está ahí­, pero nadie la hace cumplir».

Para resolver el problema, China le permite a las familias en zonas rurales, donde la preferencia varonil es mayor, tener un segundo hijo si el primero es niña. El gobierno también ha lanzado una campaña de propaganda alabando las bondades de tener una niña y le da subsidios a las familias que tienen hijas.

Aun así­, 43 millones de hembras han «desaparecido» en China debido a los abortos, a la negligencia y a la falta de alimentos y atención médica, estimó la ONU en un reporte el año pasado.

Yin Yin Nwe, representante de la UNICEF en China, lo expresa de una manera sin igual: La polí­tica de tener un solo hijo le da beneficio a las hembras «siempre y cuando ellas logren nacer primero».

El nacimiento de Wang en la primavera de 1992 ocasionó una pelea familiar que perdura hasta hoy. Para los padres de su padre, ella fue una desilusión, pues ellos ya tení­an una nieta de parte de su otro hijo. Ellos ansiaban tener un varoncito nieto.

«Todos entendí­amos que los niños eran más valiosos y que las mujeres no tanto», expresó Gao Mingxiang, abuela paterna de Wang, como si lo estuviera explicando, sin ninguna expresión de arrepentimiento.