Ser mujer y sobrevivir en un área de riesgo es complicado para las jóvenes que sufren el embate de la violencia, el irrespeto y los vejámenes que se cometen a diario por diferentes grupos sociales; ellas están expuestas a situaciones duras y difíciles de superar, pero están dispuestas a compartir sus experiencias de vida con La Hora.
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Tres mujeres jóvenes han sobrevivido a las circunstancias y problemas que se suscitan en el interior de sus colonias o barrios, cada una de ellas tiene una historia que contar desde su propia perspectiva y situación individual. Las entrevistadas serán identificadas con otros nombres, por medidas de seguridad.
A su difícil posición económica se suman la violencia, discriminación e indiferencia social, como parte de los factores que les convierte en personas en situación de riesgo.
EL CASO DE ANA
«Ana» es una muchacha que reside en Ciudad Peronia desde que tenía 4 años, hoy tiene 27 y es madre de dos niños. La rivalidad entre las clicas Los Metales y Los Caballos, ambas de la Mara 18, que operaban en ese lugar, complicaba la estadía de los vecinos que quedaron atrapados en el territorio marcado por cada una de éstas.
Ana destaca que fue difícil sobrevivir en el área de Los Caballos. Ella y su familia no tenían ningún vínculo con esta clica, sin embargo, cuando pasaban por el territorio de Los Metales, la situación se complicaba, porque sin querer formar parte de ese grupo delincuencial, se convertían en rivales.
El hermano de esta joven fue asesinado por la gavilla de Los Metales, sólo por vivir en el otro territorio, mientras que ella también se convirtió en víctima de persecución por «saludar y convivir con Los Caballos».
Según la entrevistada, afortunadamente ella logró salir con vida de esa situación; no obstante, varias mujeres fueron asesinadas por la discordia de esos grupos, tal es el caso de Magdalena, una jovencita que vivía en el lado de Los Caballos, quien por conversar con Los Metales fue asesinada por el primer grupo mencionado.
«Fue duro», describe Ana, claramente recuerda la muerte de su vecina, quien fue tomada a la fuerza por varios hombres que le dispararon y la tiraron al barranco que servía para botar a las víctimas.
A decir de la entrevistada, afortunadamente el dolor que causó esta guerra terminó el pasado 1 de julio, cuando las dos gavillas se reconciliaron, por medio de la intervención de una iglesia evangélica.
A pesar de ello, nadie podrá borrar de su mente la forma en que fueron asesinados su hermano, amigas y vecinas, a manos de los jóvenes que se enfrentaron por una batalla «sin sentido».
JUDITH
Ella es una mujer de más de 20 años, trabaja como maestra de educación primaria en una escuela de Tierra Nueva, su fuerza motriz es el compromiso de educar y ayudar a los niños y niñas que asisten a recibir clases y que desafortunadamente se encuentran expuestos a involucrarse con grupos criminales que operan en el sector.
La fuente afirma que hace algunos meses el actuar de uno de sus alumnos, un niño de 11 años, despertó duda en ella, pues su extraño proceder y su bolsón repleto de «libros y cuadernos» no era normal, por lo que decidió preguntarle, el infante la evadió y mostró una conducta agresiva, fue ahí donde confirmó su sospecha; el niño llevaba varias libras de marihuana entre sus útiles escolares.
Judith, preocupada por tal situación, solicitó a otro de sus alumnos llamara a los padres de su compañero (la mayoría de ellos vive en el área de Tierra Nueva), sin embargo, el infante llamó a la persona menos grata, uno de los tantos hombres que recluta niños en las escuelas de ese sector y que es adicto a los narcóticos; este individuo es conocido por amenazar a los vecinos y por estar dispuesto a cometer cualquier acto ilegal, a cambio de mantener su adicción.
La joven maestra fue amenazada con «no volver a molestar a ese y otros niños», pues se le advirtió que si seguía «entrometiéndose» en esos asuntos, podía perder la vida.
Aunque la vida de Judith cambió desde ese día, porque ahora sufre el hostigamiento y las amenazas de esa gente, sostiene firme su compromiso de educar y fomentar disciplina en los niños y niñas que no encuentran los límites en su hogar.
ROSA
Esta jovencita recién cumplió 18 años, ha vivido toda su vida en Ciudad Real, zona 12, algunos de sus familiares están en la cárcel, sindicados por extorsión, y quienes están a su alrededor no son los mejores vecinos.
Ella confiesa que el día en que fueron capturados sus familiares fue «muy duro»; se encontraba junto a ellos, cuando la Policía Nacional Civil (PNC) los aprehendió, el dolor que le causó ver cómo los efectivos policíacos se llevaban a sus parientes fue muy «difícil», confiesa.
Aunque estaba junto a ellos el día de la detención, fue liberada en pocas horas, pues era ajena a lo que sucedía.
La jovencita confiesa que este sector es muy peligroso, ella vive cerca de expendios de droga, de licor, y de bandas de delincuentes, se encuentra a merced de estos grupos y la Policía rara vez resguarda el área; ella quiere otra vida, otra historia y otro final diferente al de las personas que ama, que hoy están en prisión.
La entrevistada dice que a veces se siente marginada porque a nadie le importa lo que a ella y a otras jovencitas les pueda suceder, pues por el simple hecho de vivir en esa zona son invisibilizadas y si les pasa algo malo es porque «son mareras o ladronas, ¿a quién le importa»? se pregunta.
PROBLEMíTICA
Estas son algunas de las muchas historias de cientos de mujeres jóvenes que deben aprender a sobrevivir y recuperarse de los acontecimientos que dejaron huella en su vida. Las afectadas afirman que prefieren no denunciar estos hechos ante las autoridades porque corren el riesgo de morir y nadie les garantiza medidas de protección si exponen sus casos; saben que si hablan, también podrían salir perjudicadas otras personas (hijos o familiares), pero están conscientes que ese silencio causa daño a otras que sufren los embates de la violencia y que desafortunadamente no hay mucho por hacer.
Ante esto, Andrea Barrios, analista de género y representante de la organización Casa Artesana, afirma que es necesario implementar políticas de prevención de violencia contra las mujeres, que están expuestas a este flagelo , no sólo en su hogar, sino públicamente.
Barrios indica que desafortunadamente no existe especial atención para atender los problemas que se suscitan en esas áreas, donde uno de los mayores problemas es la violencia sexual y el maltrato al obligarlas a cometer delitos y ser partícipes de esos actos ilegales.
A criterio de la profesional, el programa de Escuelas Abiertas, ejecutado por el Gobierno, debe contar con programas específicos para las mujeres para enfrentar dichas situaciones.
Asimismo, afirma que esta organización ha tenido acercamiento con representantes del Ministerio de Gobernación, para buscar soluciones sustanciales que ayuden a contrarrestar la problemática por la que atraviesan las mujeres, principalmente en violencia y criminalización, que son dos factores latentes en la sociedad, que no permiten el respeto y valor que merece cada mujer y niña.