MUJER Y MADRE


Hablar de la mujer ha sido siempre motivación poética, pues de los seres creados fue ella en quien nuestro Padre Dios puso su mayor esmero.

Luis Eugenio Ramos

Al igual que al hombre, la hizo a su imagen y semejanza. Pero tuvo especial cuidado en adornarla con atributos especiales, pues serí­a la muestra permanente de su ternura.

  Si nos fijamos detenidamente en ella, podemos advertir que en la mujer hay caracterí­sticas que el hombre no posee.

  La mujer tiene una figura delicada; es dulce en su trato; suave en sus gestos; en su voz resuena el cristal de las arpas celestiales; ama con fuerza de tornado y su entrega es total y apasionada.

  Pero también es férrea. De carácter. ¡Determinada! Sabe ser sincera y franca al decir lo que se debe, tanto como hosca o indiferente, según las circunstancias, y defender aun a costa de la vida lo que ama.

  Como madre, se alza al infinito cual ebúrneo monumento al amor: Es el cáliz en que el Omnipotente realiza el milagro de la vida. Vive ilusionada los meses de su preñez, y sufre estoica y altiva los dolores del alumbramiento.

  El Señor de todo lo creado la dotó de fuerza y valentí­a; posee el coraje de un titán para enfrentar la adversidad, y su renunciación es patente, pues deja aun de comer, para que el fruto de su vientre coma.

  No le arredra el peligro, cuando de defender a los suyos se trata; es audaz y atrevida, no importa el valladar o el enemigo, y es capaz de inmolarse por sus hijos.

  Enseña a sus retoños los primeros rudimentos de la vida; puesta de rodillas los encomienda a Dios todos los dí­as de su vida, y vela porque se formen adecuadamente para enfrentar su destino.

  Su sexto sentido es la más fina intuición. Con natural sabidurí­a, que brota como torrente, de un puro corazón, así­ sea la mujer más humilde y sencilla, sabe aconsejar, orientar y encauzar a sus hijos por la senda del bien.

  Es la madre, en fin, el regalo mayor que el Creador pudiera darnos; a quien sólo podemos agradecer su amor, abnegación y sacrificio; asistirla en sus penalidades, dolores y sufrimientos, y rendirle un sincero homenaje en su dí­a. ¡Que Dios las bendiga, queridas madrecitas!