El primer ministro haitiano, Jean Max Bellerive, afirmó que los muertos por el sismo del martes podrían llegar a ser «muchos más de 100 mil», cuando en las calles se acumulan los cadáveres y los heridos hacen colapsar los hospitales que siguen en pie.

«Es difícil hacer una evaluación correcta del número de víctimas» y de «cuántas construcciones, cuántos edificios se derrumbaron», dijo Bellerive a CNN. Pero considerando a quienes se encontraban en el interior de las viviendas, «estamos bastante por encima de los 100.000» muertos, agregó.
«El Parlamento se derrumbó. La oficina de rentas se derrumbó. Las escuelas se derrumbaron. Los hospitales también se derrumbaron», declaró el presidente haitiano, René Préval, al periódico estadounidense Miami Herald, agregando que estimaba en miles los muertos.
«Hay muchas escuelas con mucha gente muerta en su interior», añadió.
El panorama de la capital, con edificios en ruinas y cadáveres en las calles, es «inimaginable», narró el mandatario, que junto a su mujer se salvó del desplome del palacio presidencial
Testigos de la tragedia carentes de equipamiento hacen lo que pueden para desenterrar a las víctimas atrapadas entre toneladas de concreto y hierro retorcido.
Atrás quedaba una noche de terror, donde cada tanto los sobrevivientes corren asustados en búsqueda de refugio ante las réplicas del sismo.
El Instituto Geofísico estadounidense (USGS) informó que 24 fuertes réplicas sacudieron el país, tras el sismo de 7,0 de magnitud que se registró a las 16H53 locales (21H53 GMT) del martes.
La cárcel principal de Puerto Príncipe se derrumbó, informó la ONU en Ginebra, precisando que algunos detenidos se habían escapado.
El aeropuerto de la capital resultó dañado pero es utilizable, confirmaron diversas autoridades, mientras el país se prepara para recibir ayuda internacional. «La pista (del aeropuerto) parece funcionar, pero no hay electricidad, lo que significa que el aterrizaje de noche es imposible», señaló el secretario general adjunto de la OEA, Albert Ramdin.
Al menos 16 funcionarios de ONU murieron y 56 resultaron heridos al desmkoronarse la sede del organismo en Puerto Príncipe,informí²n en Nueva York el secretario general Ban Ki-moon quien asegurí² que viajarpa «lo antes posible» al lugar del desastre
«Ahora el total de muertos confirmados entre trabajadores de la ONU es de 16», dijo Ban a la prensa. Un balance anterior daba cuenta de 14 muertos.
El embajador de Haití ante la Organización de Estados Americanos (OEA), Dult Brutus, declaró que el sismo en su país causó «decenas de miles de víctimas y pérdidas materiales considerables.
La comunidad internacional se movilizaba este miércoles para hacer llegar el auxilio a la isla.
El presidente de Estados Unidos, Barack Obama prometió que la intervención de su país en Haití será «rápida, coordinada y enérgica». El Pentágono ya inició el envío de barcos, equipos de socorro y expertos, indicó el comando militar estadounidense Sur en un comunicado. Se espera la llegada el jueves de un portaviones de la Marina.
Apenas despuntó el alba comenzaron los saqueos en este inestable país, donde los cascos azules de la ONU intentan mantener la paz y el equilibrio desde 2004 por medio de la Misión de Estabilización de la ONU (MINUSTAH).
Precisamente la MINUSTAH, integrada por fuerzas de paz de 17 países y liderada por Brasil, reconoció varias muertes entre sus 11.000 miembros, incluyendo 11 brasileños y un argentino.
Frank Williams, de la organización humanitaria World Vision, dijo que numerosas calles de la ciudad se encontraban bloqueadas por edificios abatidos.
«Hay brigadas de socorro posicionadas en diferentes lugares del país, pero el desafío consiste en llevarlos donde los necesiten», observó.
Las comunicaciones se encuentran totalmente cortadas en un país donde la infraestructura es muy precaria. El envío de heridos a centros hospitalarios es casi imposible.
El Banco Mundial anunció que desbloqueará 100 millones de dólares adicionales para Haití, que detenta la renta per cápita más baja de toda América y tiene a 80% de sus casi 9 millones de habitantes en la pobreza.
Haití ha sufrido una serie de tragedias en los últimos años, como el paso de varios huracanes en 2008 que dejaron cientos de muertos.
Las calles de Puerto Príncipe, devastadas el martes por un violento terremoto, se convirtieron en teatro de saqueos y disparos, relató Valmir Fachini, portavoz de la ONG brasileña Viva Rio y que desempeña acciones sociales en Haití.
«Lamentablemente, no vemos a la Minutah (fuerza de paz de la ONU) en las calles. Escuchamos numerosos disparos de armas de fuego sin poder precisar de dónde vienen. Los saqueos comenzaron en los supermercados, que se derrumbaron parcialmente», dijo Fachini en un correo electrónico enviado la noche del miércoles al jueves a la AFP.
«Tememos que, si la comida no llega, eventualmente la población comience a saquear casas», dijo el vocero de la organización no gubernamental que emplea a unos 400 haitianos en las acciones de desarrollo social.
«Los disparos son constantes y tenemos la impresión que se trata de familias que tratan de protegerse de asaltantes», añadió.
En un primer momento, acotó Fachini, los alimentos desaparecieron de los mercados.
«El miércoles, fuimos hasta los barrios más populares donde aún se encontraba un poco de comida y fue posible hacer una reserva para uno o dos días. Además conseguimos un poco de agua en la mañana», dijo.
Según el voluntario brasileño, en la sede de la entidad Viva Rio existen reservas de agua de lluvia que sirven para ayudar a la población del barrio donde está situada, en Pacot.
En otro barrio donde la organización actúa, Bel Air, una brigada de protección comunitaria, creada para actuar en situaciones de catástrofes naturales, prestó atención a centenas de personas que pasaron la noche allí, dojo Fachini.
Los heridos continuaban llegando al lugar y recibían primeros auxilios, un baño, agua y apoyo moral.
La plegaria en criollo «Ségné vin sové nou» (Señor ven a salvarnos) se eleva al cielo cantada por un coro de miles de víctimas que imploran ayuda a Dios en la penumbra de Petionville, un suburbio de Puerto Príncipe en ruinas y sembrado de cadáveres.
«Mi casa se derrumbó. Mis dos hermanos Patric y Gregory están muertos y todavía no encontramos sus cuerpos», cuenta Francesca, de 14 años, sentada en la calle con un pañuelo negro en la cabeza.
«Esperamos encontrar una casa para dormir. Sólo Dios puede ayudarnos», agrega desesperada Francesca, que pasó la noche del miércoles en la plaza de la iglesia de San Pedro en compañía de sus veinte hermanos y primos.
En la misma plaza, miles de haitianos durmieron a la intemperie sobre telas que hacían de colchones y cubiertos por sábanas blancas.
Apenas iluminados por una linterna, una vela o una lamparilla conectada a la batería de un coche, las víctimas del terremoto esperan en esa plaza arbolada, alejada de los edificios, a que cesen las réplicas del sismo y surja un techo para dormir.
Al atardecer, una marcha de varias centenas de personas atraviesa ese campamento improvisado cantando desaforadamente «a la gloria de Dios».
«Adelante soldados de Cristo, la liberación está cerca», gritan en francés golpeándose con las manos los codos y las rodillas.
La alegre procesión contrasta con un decorado de ruinas y cadáveres amontonados a lo largo de las calles.
Entre los fieles, Samuel Maxilis, 20 años, cuenta cómo vivió el terremoto de magnitud 7 que el jueves por la tarde golpeó la capital haitiana.
«Caían bloques de cemento por todos lados. La gente lloraba. Trepé como un gato a un depósito para salvar a mis primos. Mi casa está hecha polvo, no puedo vivir más ahí dentro», cuenta Samuel, un «héroe» que sueña con ir a Cuba para estudiar medicina.
Más lejos, en la plaza de la iglesia de San Pedro, un pequeño grupo grita en criollo: «Señor ven a salvarnos. Amén».
Celita Saint-Jean, una profesora de 50 años, se une al grupo en busca de un poco de consuelo.
«Las comunicaciones fueron restablecidas hace una hora. Acabo de enterarme de que mi hermana y su hijo desaparecieron», explica Celita Saint-Jean.
«Un edificio se derrumbó sobre la casa. No los encontraron. No se sabe si murió. Espero a que amanezca par ir a buscarlos», dice Saint-Jean delante de coches cubiertos de polvo.
Bajo una sombrilla o al abrigo de una lona azul, las personas se reúnen en grupos pequeños para escuchar los testimonios difundidos por la radio local Señal F, comer cerdo a la brasa o intentar dormir sin ser pisoteados.
Un grupo de jóvenes se junta alrededor de una carretilla llena de botellas de Tafia, el alcohol local, que intentan vender a las víctimas por algunas monedas.
«Tomen, sirve para emborracharse», dicen a la gente que pasa.
Perdieron sus casas y una parte de la vida en menos de un minuto y desde entonces se hacinan en el centro de Puerto Príncipe, convertido en un gran campo de emergencia en el que decenas de miles de damnificados por el terremoto piden a gritos al mundo agua, comida y medicamentos.
«Haití vuelve a ser hoy un pueblo que no conoce los finales felices», lamenta Milien Roudy, acostado en un jardín, acompañado de su esposa y dos hijas, que no prueban bocado desde hace 24 horas.
Sin premeditarlo, miles y miles de personas sin hogar se reunieron desde el martes por la noche en la conocida avenida de los Campos de Marte de Puerto Príncipe, cuyas plazas y jardines se vieron inundadas por un hormiguero de familias a la espera de ayuda.
Sucios, heridos, desesperados y llorosos, estos haitianos improvisaron coloridos toldos de tela para refugiarse y miran repetidamente al cielo esperando ver pasar los aviones que vendrán a socorrerles y les ayudarán a empezar de cero.
Unidos por la desgracia, se cuentan sus historias que en el fondo son una sola: la casa se hundió bajo sus pies, una parte de la familia salvó la vida de milagro y dejando atrás a algunos de sus seres queridos vinieron a los Campos de Marte con lo puesto. Así el tiempo parece pasar más rápido.
«Si la comunidad internacional quiere ayudar a Haití realmente, debería darnos el dinero a nosotros directamente y no al gobierno», afirma James, a cargo de un campamento familiar de casi 50 personas, en las que falta una, su hermana menor de seis años, sepultada aún bajo los escombros de la casa familiar.
Con la ayuda de sus hermanos, este joven estudiante de 21 años saqueó un supermercado para conseguir arroz y agua y lo raciona con esmero ante la mirada envidiosa de otras familias, que por segunda noche consecutiva no tendrán qué cenar.
«En más de 24 horas, nadie, ni la ONU ni ninguna autoridad vino a darnos un vaso de agua», protesta a su lado Clement, funcionario público.
La avenida huele intensamente a polvo y orina y con las horas y el intenso calor, la situación sólo empeora. Algunos han bebido hasta la sucia agua de las fuentes públicas.
«Tenemos un gran peso en el alma. No sabemos qué decirles a nuestros hijos sobre qué pasara mañana», afirma Marie Denise, madre de cuatro niños.
«No se han habilitado campamentos porque la ayuda tarda en llegar y nos da miedo dormir en casas semiderruídas. Si empezara a llover, esto sería terrible. No tendríamos realmente dónde refugiarnos», afirma Clarisse, enfermera de 30 años.
El gobierno calcula que unas 100.000 personas pudieron morir en el terremoto de 7.0 grados en la escala Richter ocurrido el martes y el número de damnificados sería varias veces superior.
La comunidad internacional ha acudido a la ayuda de Haití y los primeros aviones con equipos de rescate, alimentos y medicamentos llegaron el miércoles a Puerto Príncipe.
Miles de personas yacen aún bajo los escombros, que bloquean numerosas calles del centro de la ciudad.
«No hay Estado para ayudarnos», repite Laurent, un universitario de 22 años, señalando frente a él el Palacio Nacional y las sedes de los ministerios, todos ellos derrumbados por el sismo.
Sentados en sillas rescatadas de entre las ruinas un grupo de ancianos ni siquiera tiene ánimo para conversar y mantiene la mirada perdida en la multitud que crece y crece conforme pasan las horas.
«Cuando uno ve tantos niños muertos piensa que el destino se ha equivocado con uno. Era más bien nuestro turno», dice finalmente Fortune Mynusse, de 75 años.