Muerte de 10 soldados de la OTAN


Un soldado de la compañí­a canadiense, en servicio en Afganistán. FOTO LA HORA: AFP ED JONES

La muerte de diez soldados ayer durante una de las peores jornadas para las fuerzas internacionales en Afganistán pone de manifiesto el desafí­o al que se enfrenta el gobierno afgano, que intenta abrir un diálogo con los talibanes en un momento en que éstos parecen en posición de fuerza.


Siete estadounidenses, dos australianos y un francés murieron en combates y en la explosión de bombas artesanales en el sur y el este del paí­s.

Estas muertes se producí­an al dí­a siguiente de que las fuerzas internacionales perdieran cinco hombres. El martes, otros dos soldados de la OTAN murieron en la explosión de una bomba artesanal en el sur del paí­s.

En los últimos meses, uno a dos soldados de las fuerzas de la OTAN mueren de media cada dí­a en el paí­s.

Este aumento no es una sorpresa. La OTAN, empezando con el mando estadounidense, ya lo habí­a previsto.

Al enviar unos 30.000 soldados estadounidense de refuerzo para alcanzar la cifra de 150.000 soldados extranjeros desplegados en Afganistán en el verano boreal, los occidentales se esperaban a un aumento automático de las pérdidas.

Por otra parte, y mientras que las fuerzas de la OTAN se dotaban de vehí­culos cada vez más blindados, los insurgentes empezaron a multiplicar el uso de las bombas indetectables (hechas de madera o de plástico) a la vez que aumentaba la potencia de los aparatos explosivos.

Según un balance de la AFP hecho con las cifras del sitio web independiente icasualties.org, 247 soldados de las fuerzas internacionales murieron en el paí­s desde el 1 de enero de 2010, casi los dos tercios de los cuales (154) estadounidenses.

Las fuerzas de la OTAN llevan semanas de una ofensiva en Kandahar, cuna de los talibanes, que debe culminar este verano boreal.

El ejército estadounidense, que por sí­ solo ha visto el número de bajas doblar en 2009, prevé una violenta resistencia de los talibanes en Kandahar, donde libra batalla junto a los canadienses y las fuerzas afganas.

En respuesta, los talibanes anunciaron a mediados de mayo el lanzamiento de una serie de operaciones de «yihad» -ataques, atentados y asesinatos- contra las fuerzas de la OTAN y de forma más general contra los extranjeros presentes en el paí­s.

Estas operaciones debí­an dirigirse a «los invasores estadounidense», las fuerzas de la OTAN, «los espí­as que se hacen pasar por diplomáticos extranjeros», «los sirvientes de la administración Karzai», las empresas privadas de seguridad, las empresas extranjeras de construcción y «todos los apoyos de los invasores extranjeros», advirtieron los talibanes.

En paralelo, el presidente Hamid Karzai, comprometido con una polí­tica de la mano tendida a los talibanes, organizó la semana pasada en Kabul una «jirga» de la paz que reúne a unos 1.600 representantes de las tribus y de la sociedad civil afgana. La asamblea elaboró una serie de propuestas destinadas a poner fin a la guerra.

Pero la legitimidad del evento fue rechazada por los talibanes, que de todas formas no fueron invitados.

«Los talibanes no estaban contentos con las conversaciones de la «jirga» porque no trataron el tema de la retirada de las tropas y de las enmiendas a la Constitución» para instaurar la «sharia» (ley islámica), estima Waheed Mujda, un ex responsable afgano bajo el régimen de los talibanes, ahora analista polí­tico.

«Intensifican sus operaciones porque quieren ser poderosos y llegar en mejor posición», incluso antes de eventuales negociaciones de paz, subraya Mujda.