Apenas han pasado unos días desde que el Papa Francisco publicó su Exhortación Apostólica y su visión de la Iglesia y del mundo empiezan ya a levantar muchas ronchas. Algunas son muy silenciosas y constituyen un serio peligro para su propia vida porque está removiendo estructuras de poder tremendas a lo interno del Vaticano y exponiendo la hegemonía que en los últimos papados fueron asumiendo algunos de los grupos que en su conservadurismo encontraron la coraza para ejercer el control político y financiero de la curia.
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Pero no era obvio que no tardarían en surgir algunas ronchas más visibles, las de aquellos vociferantes molestos por la referencia que el Papa hace a la vida del ser humano en medio de un mundo donde se afianza una nueva idolatría del dinero. Nosotros ya publicamos en La Hora el texto del documento y de su lectura se puede concluir que nada hay que pueda asociarse con radicalismos de tipo marxista, pero ya en Estados Unidos ayer fue noticia que el fanático ultraderechista Rush Limbaugh, adorado por toda esa gente de los grupos neorreligiosos más conservadores, dijo que el Papa Francisco es marxista por haber hablado de la nueva idolatría del dinero, expresión que según él, atenta contra el capitalismo y, en su estrecha mentalidad, eso no puede significar sino que estamos frente a un Pontífice marxista que ha de revivir la teología de la Liberación y encender una guerra santa de pobres contra ricos.
Estoy absolutamente seguro que Rush Limbaugh no fue el primero en asustarse cuando el Papa dijo que teníamos que tener cuidado con la idolatría del dinero que nos traía una nueva forma de tiranía. Y es que cuando el Papa dice que la crisis financiera nos hace olvidar que hay una profunda crisis antropológica porque nos hemos resignado a renunciar a la primacía del ser humano que termina sometido a nuevos ídolos. El Papa sostiene que la economía tiene que estar al servicio del hombre, pero que las corrientes económicas actuales invierten el papel y hacen que el hombre esté al servicio de la economía, destruyen la esencia misma de la vida en sociedad.
Ocurre, sin embargo, que el Papa es un hombre que se ha ganado muchas simpatías por su franca manera de ser y la sencillez que caracteriza su apostolado. Por ello aun la gente más conservadora se cuida de lanzar improperios en su contra, pero siempre hay gente como Limbaugh y luego de que ayer despotricó contra Francisco, tendrá muchos seguidores que no entienden que en el enfoque papal no se puede encontrar ninguna expresión propia del marxismo, sino que se trata de una crítica a los extremos radicales del capitalismo aunque no del sistema en sí.
El Papa critica esa tiranía que el mercado ejerce sobre el hombre y sobre las sociedades, así como la torpe idea de que el bienestar de los pueblos se producirá por derrame cuando los más ricos empiecen a dejar que a los otros les vaya salpicando lo que les sobra, según la teoría del Trickle Down Economics tan en boga a pesar de que no existe ninguna prueba de su real eficiencia.
El Papa no pretende suprimir la propiedad privada para establecer un sistema comunal o de propiedades estatales, pero sí que está en contra del derroche de recursos y de que el hombre y la tierra estén al servicio de la economía y no la economía al servicio de la humanidad.
No es fácil determinar qué enemigo del Papa es más peligroso, si el que con la afilada lengua le tratará de destruir o quienes puedan reeditar conspiraciones como la que le costó la vida a Juan Pablo I o el papado a Benedicto XVI. Pero que Francisco no la tiene fácil es obvio y que los católicos debemos apoyarle con algo más que oraciones también es cierto.