Mucho cuidado con el Grinch


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El Grinch se coló en el vagón de la transculturización. Esa misma avalancha invasora que antiguamente abordaba los convoyes que cruzaban el Océano Atlántico, que en el último siglo se resbala desde el norte y que ahora penetra por las señales inalámbricas. El Grinch es un ser extraño, cuerpo de simio pintado de verde con una cara de rana y ojos amarillos.

Luis Fernández Molina


Parece también oso porque hiberna todo el año y solo despierta a finales de año. Es que aparece por las Navidades como un actor importante, aunque pernicioso en su primera presentación.

En un sentido es una especie de balance porque con tanto personaje bueno: Santa Claus, Mrs. Clause, Frosty, Rudolph, Candyman, etc. era pertinente contraponer un malo. Después de todo en las comedias debe haber un “malo”. Y es aquí donde don Grinch salta al escenario.  Un ser egoísta, amargado, desagradable, que no soporta que la gente, especialmente los niños, expresen su regocijo en estas fechas. Por eso ingenia un maléfico plan para llevarse, en su mítico bolsón, todos los símbolos de la Navidad y acabar así con esa celebración.

Sin embargo, gracias a la magia del espíritu que flota en el ambiente hasta el perverso Grinch se arrepiente y se reforma. Al convertirse en bueno dejó a un lado su maquiavélica misión por lo que, en otras palabras, se quedó sin chamba en los países anglosajones. Ya no tiene el encargo de llevarse las navidades. Por eso se vino a estas regiones tropicales a hacer lo mismo: llevarse los símbolos navideños y es lo que, de manera imperceptible ha estado haciendo en nuestra Guatemala.

Desde tiempos del Hermano Pedro, allá por 1660 se han venido celebrando las navidades de una manera muy tradicional, muy chapina. Antes de la irrupción cultural, el Niño Dios era el personaje central de toda la festividad. Las comunidades se reunían para preparar la gran fiesta, rezaban novenas y en las calles eran frecuentes las posadas. Hoy día el personaje principal es el simpático gordito vestido de rojo (que prácticamente nada tiene que ver con el santo de Bari). El santo Niño se exponía en los hermosos nacimientos que ocupaban recintos enteros, aun en casas pequeñas.  El arbolito es tradición de los países nórdicos, donde sí cae nieve y en abundancia, para llevar algo verde al hogar en esos largos meses invernales. ¿Nieve en Guatemala? No, salvo cuando la naturaleza nos regala vistas blancas en el altiplano o en la cima de los volcanes; esa es nuestra nieve.

Alguien, como el Grinch, se está llevando el húmedo aroma del aserrín coloreado, el perfume sutil de los collares de manzanilla, la textura del musgo. Ya no se escuchan villancicos en español ni el ticu tu cutu de las tortugas ni el canto desafinado de las viejitas piadosas que acompañan a los rezados y novenas. Cada vez hay menos posadas en las calles. No adornan ya los gallos ni los musgos ni se lucen las formas amarillas de las chichitas.  Es claro que las costumbres deben adaptarse a los nuevos escenarios, a las disposiciones de mercado y a las muy importantes consideraciones ambientalistas. Pero para eso el ingenio debe adecuar las costumbres, pero no abandonarlas.

En todo caso son valiosas las tradiciones, pero son aspectos externos de las navidades que deben acompañar a ese sentimiento interno que no debemos permitir que los Grinchs nos lo quiten. Sin embargo, el mayor usurpador de las navidades no lo veremos en los carteles publicitarios, ni en las pantallas televisivas, ni en las redes. Acaso lo descubramos viendo el espejo.