Unos 500 mil curiosos y turistas fanáticos de los motores se agolparon ayer para ver, fotografiar e incluso tocar automóviles, cuatriciclos, camiones y motos en la largada simbólica del Rally Dakar 2009, que revolucionó Buenos Aires en un dí­a semiferiado en Argentina.

Al costado del simbólico Obelisco porteño, una elevada rampa de largada permitió a la multitud gozar de los vehí­culos y desplegar su pasión por los motores, en un paí­s donde los conductores son poco afectos a los lí­mites de velocidad y los accidentes de tránsito son la mayor causa de muerte entre los jóvenes.

«Soy fanático de las motos. Esto es increí­ble. Por suerte hoy no tuve que trabajar y estoy acá», dijo í“scar González, un obrero argentino de unos 60 años, llegado desde la periferia sur.

Unas 217 motos, 25 cuatriciclos, 177 automóviles y 81 camiones se lanzaban de lleno este sábado en la 30 edición del Rally Dakar, que abandonó ífrica por primera vez en la historia para aventurarse en las tierras de Argentina y Chile.

Una jornada soleada con temperatura agradable para el verano austral, por debajo de los 25 grados celcius, dio el marco ideal para la fiesta de motores, sólo empañada cuando el vehí­culo de uno de los equipos de Argentina atropelló, sin producirle daños graves, a una mujer del público que fue retirada en ambulancia.

El episodio se produjo cerca del predio de La Rural, en el barrio porteño de Palermo, desde donde partí­an los vehí­culos para recorrer unos cinco kilómetros hasta el Obelisco, y participar allí­ de la largada simbólica antes de regresar al punto de partida, pasando por el Congreso.

Vecinos de edificios lindantes aprovecharon su situación de privilegio desde sus ventanas, balcones y terrazas, pero los más fanáticos preferí­an estar en el llano para pugnar por una foto de los competidores, acosados por las multitudes en cada semáforo en rojo que detení­a su marcha.

A su paso, los pilotos saludaban con la mano y hací­an sonar sus bocinas, en agradecimiento a los aplausos de los más tenaces, que aún cerca de la medianoche disparaban sus flashes en los alrededores del Congreso.

«A mí­ me encantan las camionetas y dejé de trabajar para estar acá», dijo sonriente Eduardo, sin dar su apellido, llevando a su pequeño hijo sobre los hombros y acompañado por otra hija adolescente y su mujer, Analí­a, quien dijo estar allí­ «sólo por curiosidad».

Los cuadros familiares se repetí­an a lo largo de la céntrica avenida 9 de Julio donde las vallas impedí­an acercarse a los competidores tanto como cruzar la arteria.

La metrópoli argentina, de tres millones de habitantes, quedó virtualmente dividida en dos en su zona céntrica, y habrí­a colapsado de haberse tratado de una jornada con afluencia normal de tránsito.

Al caer en dí­a «sandwich», entre el feriado de Año Nuevo y el fin de semana, y con asueto de la administración pública, se facilitó la tarea de los organizadores, que estimaron el público en unas 500.000 personas.

Los vendedores ambulantes hicieron su agosto, mientras militantes pacifistas aprovecharon la presencia multitudinaria para emitir un mensaje e, inclusive, lograron que uno de los competidores enarbole una de sus pancartas, que rezaba «Paz en Medio Oriente-Un mundo sin guerras».