Monedas que causan menosprecio


Resulta contradictoria la mención de cosas aparentemente minucias, sin embargo, tienen implicaciones en la cotidianidad. De suyo las monedas de poca denominación a estas alturas pasan de largo, tampoco ocupan espacio en los bolsillos por propia voluntad. Cuando mucho vienen a ser una mera casualidad en el circulante.

Juan de Dios Rojas
jddrojas@yahoo.com

De consiguiente causan el total menosprecio generalizado en las sencillas relaciones de compra-venta hoy en dí­a. Inclusive la gente menuda es reacia a recibirlas, habida cuenta que nada adquieren con las mismas. Generaciones pasadas tuvieron la ocasión de formar parte directa de la economí­a del centavo, medio y de a dos.

Pero en la actualidad se llega a la conclusión final del error cometido a tiempo de renovar dicha moneda de un centavo. Para qué esa inversión en la práctica perdida, si la Magdalena no está para tafetanes. Una medida acorde con el momento de crisis debió ser su retiro definitivo del medio circulante, ajeno a las necesidades.

En relación a las monedas de cinco, diez y veinticinco centavos sucede algo similar, digan lo que digan en su defensa. Respecto a las primeras nadie ignora cómo el instante de dar el cambio, vuelto solí­a aludirse en otros tiempos, tratan de quedarse con él, de forma mañosa, aun en el comercio formal, a lo grande.

Tampoco las monedas del valor de veinticinco centavos son la excepción. No obstante la variación en su formato y materiales utilizados en la elaboración, quedan al margen. Nada de eso, señores del jurado, a pesar de que en el lenguaje popular adquieren el calificativo de «palomas», «varas» suelen designar la muchachada impulsiva.

El argumento deleznable de quienes inclusive las menosprecian a voz en cuello, fruto del evidente cambio conductual muy en boga, sostienen que su peso en las bolsas o carteras constituye una incomodidad. El colectivo en medio de mil y tantas cosas y casos fortuitos genera circunstancias de verdad fuera de lo habitual seguramente.

Como quiera que sea son de uso legal, debe quedar claro y nada tiene la capacidad de menospreciarlas a la hora de llevar a cabo las relaciones, repito de compra-venta. Luego entonces, en tanto brillen por su ausencia disposiciones sobre el particular que den marcha atrás constituye un medio leal que respalda bien cualquier negocio.

Razones de fondo creemos no existen para el aludido menosprecio, aunque molesten la apetencia de los usuarios empedernidos, dispuestos a echar por la borda las fichas, dicho en lenguaje coloquial. Es común ripostar a menudo que se sostenga el criterio o como quieran decir, el hecho que «no tenemos fichas», vale decir, sin fondos.

Tampoco gozan de simpatí­a los nuevos billetes de un quetzal, vale decir les aplican sin pena ni gloria el sambenito que el material deviene en algo incómodo también. Todo porque evita la pésima costumbre de hacerlos un rollo dentro del bolsillo, ávidos de ingreso con miras a salir a flote con las imperiosas necesidades hoy en dí­a.

Las reacciones evidentes que siempre demuestra la población en materia de billetes y monedas son indicadores del pensamiento inconforme por todo lo habido y por haber. La obligada pregunta en torno al asunto de inmediato cobra protagonismo cuando concluimos que de todo «hay en la viña del Señor». Por lo tanto articular consensos, cita dirigentes sindicales y polí­ticos, es cosa seria.

Veamos el otro lado de la medalla, en la lí­nea directa de ese sentir a veces tomado en cuenta. Prosiguen las expectativas referentes al anuncio hecho tiempo ha, en el sentido que serán emitidos los nuevos billetes de valores de más alta denominación. Por ejemplo de 200, 500 quetzales, o acaso de mayor escala. Somos así­, de verdad.