Harold Soberanis*
La cultura occidental tiene su asiento en el pueblo griego de la época clásica, el cual fue una cultura muy particular con relación a otros pueblos antiguos. En efecto, mientras que el imaginario colectivo de muchos pueblos se inclinaron por las explicaciones fantásticas o mágicas de la realidad, los griegos buscaron alternativas para ello.
Especialmente, esa otra vía fue la de la razón. Es en ese instante cuando surge la filosofía, lo cual puede considerarse como uno de los mayores aportes que ese pueblo hizo a la humanidad.
En este sentido, la filosofía griega tendrá, pues, como nota distintiva el pretender ser una explicación racional y holística de la realidad. Esta característica marcará, definitivamente, el proyecto filosófico occidental, distinguiéndose de cualquier otro modo de filosofar que se pudiera encontrar en otras culturas. Hasta hoy, la filosofía occidental, sea cual sea su orientación o tendencia, es un saber eminentemente racional.
Ahora bien, esto no significa que el pueblo griego, al igual que cualquier otro pueblo antiguo, no haya tenido en sus comienzos un pensamiento mágico por medio del cual buscaba explicarse la realidad circundante. De hecho, es característica de toda sociedad humana, de toda cultura pequeña o grande, de todo individuo culto o no, tener un pensamiento mágico al que recurre para comprender algo de la realidad que le interpela o le sorprende.
En este sentido, los griegos no pueden sustraerse a este tipo de pensamiento que es parte de la esencia misma del ser humano. Así, pues, también el pueblo griego recurre en sus comienzos a un pensamiento mágico para explicarse aquello que le sorprende y no logra comprender. Resultado de ello son los mitos, y ya se sabe que los griegos son grandes cultivadores de ellos, heredando una gran variedad de ellos, algunos verdaderamente hermosos.
El mito es, pues, un intento por explicarse esa realidad que les resulta incomprensible. Pero es un intento cargado de magia y elementos irracionales (no en el sentido peyorativo), y, por lo mismo, insuficiente.
El mito carece de racionalidad, lleva implícito en él (a la manera de la dialéctica hegeliana), el germen de lo racional que dará paso a la filosofía. De ahí la importancia y el valor del mito para el pensamiento occidental. Algunos pensadores, incluso, han afirmado que, si el mito no hubiese existido, la filosofía nunca habría surgido pues ésta nace de la misma incapacidad de aquél por explicar la realidad. En un momento dado los seres humanos ya no se satisfacen con las explicaciones que ofrece el mito y buscan otros caminos que les provean de certezas más firmes. Por eso surge la filosofía como un saber que proporciona verdades claras y distintas (al modo cartesiano).
Claro, también están la religión y la ciencia como respuestas a esa búsqueda de verdades firmes que se necesitan. Pero la religión, también está cargada de magia y por ello sus verdades no satisfacen a todos; y la ciencia, aún con su estructura racional, se muestra insuficiente para explicar aquellas cosas que escapan de los límites empíricos de la realidad. Por ello, la filosofía sigue siendo el saber más certero y confiable, aún con todas las crisis que ha tenido que enfrentar, sobre todo en estos tiempos posmodernos que corren. Sin embargo, el mito sigue siendo tan valioso como la filosofía por lo que no podemos despreciarlo y rechazarlo sin más, aunque tampoco debemos colocarlo por encima de la filosofía ya que ésta, afortunadamente, sigue siendo el saber más esperanzador y seguro.
* Licenciado en Filosofía. Profesor titular del Departamento de Filosofía de la Universidad de San Carlos de Guatemala.