En Las Vegas, entre el sol del desierto, el aire acondicionado de las habitaciones de hotel y el negocio del azar, vive Carlos Fuguet, un hombre de más de sesenta años que, quizás sin quererlo realmente, se ha convertido en uno de los personajes clave de la literatura latinoamericana del siglo XXI.
Carlos nació en Santiago y capaz hasta sea – siga siendo – chileno. En 1964, apenas salido de la adolescencia, viajó a Estados Unidos, se quedó, y no volvió jamás. Su familia se instaló en Los íngeles con la misma misión que tantas otras familias latinas antes y después de ellos: progresar, salir adelante, estar mejor. Pero eso tiene un precio. Su padre, sus hermanos y hasta su madre lograron acomodarse, traducir su vida y ocuparse en oficios que probablemente jamás hubiesen considerado hacer en su país. Carlos no. Carlos quería otra cosa. Carlos era más Fuguet que el resto o menos Fuguet que el resto, no se sabe. El caso es que era distinto.
Consiguió trabajo, aprendió inglés, estuvo en el ejército, hizo lo que había que hacer como tenía que hacerlo y cuando ya no pudo cayó en la tentación de América, cometió un error y terminó preso. Después de cumplir su condena regresó a casa con su familia y con quien más conectó, con quien se sintió en confianza, fue con un sobrino adolescente que estaba de visita, de paso. Para ese sobrino Carlos no era un adulto sino una persona en la que se podía confiar, alguien que escuchaba rock, fumaba marihuana y tomaba vodka con él, de tú a tú, mirándolo a los ojos, escuchándolo, tomándolo en serio. Luego Carlos se perdió, no como se pierden los niños en los supermercados, sino a propósito, se borró, se fue, se transformó en un personaje inventado. Tomó la decisión que muchos hijos han querido tomar: cortó con su familia y con sus raíces y con todo lo que pudo cortar.
Durante treinta años nadie supo de él, en parte porque Carlos se encargó de no dejar rastro y en parte, también, porque nadie preguntó. El único interesado en resolver el misterio fue su sobrino, que convertido en un escritor de éxito y prestigio, resolvió contratar un detective privado para buscarlo. Y lo encontró. Alberto Fuguet encontró a su tío Carlos Fuguet y después de abrazarlo y llorar un rato le propuso hacer un libro sobre su vida, sobre esos años perdidos: convertir el anonimato portátil en una historia. Ese libro se llama Missing y fue publicado en 2009. Al año siguiente ganó el premio de la crítica en Chile y empezó a viajar, a encontrar mucha más gente de la que pudo haber imaginado su autor.
Este año, post premio Nobel, Mario Vargas Llosa alabó sin reparos a Missing en su columna de El País y elevó a Carlos al estatus de antihéroe literario, símbolo de la suerte de la mayoría de latinoamericanos en los Estados Unidos, de ese sueño americano que tantos y tan distintos desenlaces ha tenido. Pero Carlos es real, existe, y es justamente eso, saber que todavía anda por ahí, que es de carne y hueso, lo que conmueve y emociona.
Missing empieza a circular en el Ecuador y nadie mejor que el mismo Alberto Fuguet para dar la cara y responder por él. Aquí va.
– ¿Carlos era tu héroe?
– En algún momento lo valoré como un héroe, sí, y antes me parecía extremadamente cool, era el tío hippie, el tío buena onda, la fantasía de muchos sobrinos: ojalá mi tío hubiese sido mi papá y no al revés. Luego quemó las naves de verdad, algo que me parecía increíble. La gracia de Carlos es que no vio a nadie y nadie supo de él. Yo preguntaba, traía el tema a la mesa y las respuestas eran muy definitivas: debe estar muerto, preso, se metió con gente mala, debe estar en Cuba, lo fondearon, debe estar al fondo del río. Yo decía bueno, OK, pero qué río. Mientras estuvo desaparecido yo tenía bastante comprada la idea de que estaba muerto.
– La búsqueda empezó con una crónica que le ocultaste a tu familia, ¿por qué?
– Nunca hubiese escrito la crónica por mí mismo, hubo un grado de casualidad, azar y fortuna. Me pidieron una historia familiar y lo primero que se me ocurrió fue Carlos, conectar con mi memoria, con mis sentimientos reales y escribir eso. Y ahí estaba, escribiendo sin parar. Aunque lo mandé por Internet, en esa época creía que el extranjero todavía existía, que podía salirme con la mía porque si se publicaba en otro país mi familia no la iba a leer acá. Yo sabía que alguna gente iba a ser afectada y no quería afectarlos, pero cuando pensé que podía ser un libro, supe que el libro necesitaba un grado de valentía, como dicen: un valiente es un cobarde que se atreve. Yo me atreví.
– ¿Pensaste que lo encontrarías vivo?
– La verdad nunca me imaginé encontrarlo, pensé que el libro se haría a través de los sobrevivientes, una ex mujer, ojalá un hijo, un vecino, un compañero de trabajo, alguien. Yo no estaba preparado para encontrarlo, además me parecía poco sexy encontrarlo vivo. Mi fantasía era encontrar declaraciones que valgan oro, leer sus diarios, algunas cartas. Cuando lo encuentro obviamente hay una especie de orgasmo que, poco a poco, se va disminuyendo, me doy cuenta que es aburrido, poco colaborativo, menos mito de lo que yo me imaginaba. Estaba feliz porque mi tío estaba vivo, pero tiré el libro a la basura.
– Sin embargo, el testimonio de Carlos en primera persona ocupa más de doscientas páginas.
– El libro fue mutando muchas veces, la crónica, la investigación. Después aparece Carlos, lo entrevisto y siento que me va mal, que no da ya para un personaje. Y cuando empecé a visitarlo como persona, no como escritor, él me pide que hagamos el libro, que sigamos. Me sentí obligado y desafiado. A él le costaba hablar y a mí me costaba preguntar ciertas cosas. Se me ocurrió que lo mejor era enviarle preguntas por mail y que respondiera sin la presión de tener que hablar. Carlos no se expresa muy bien en castellano, lo hace mejor en inglés, sobre todo cuando tiene que ver con momentos dolorosos. Tuve que meterle sentimientos a alguien que los tiene pero jamás los había expresado. Yo creo que ese capítulo, Carlos Talks, quedó como una balada country, una canción de Dylan, un tema de Bruce Springsteen (que Dios lo bendiga) o un poema largo de Sam Shepard.
– ¿Cuánto de cierto hay en las palabras de Carlos vía su sobrino escritor?
– No es 100% real, pero sí 98 o 97,5%. Es la parte que más le gusta a la gente, la que más llama la atención.
– Pero el libro no es sólo Carlos, te haces un autorretrato en close-up, especialmente al hablar de tu adolescencia en tercera persona. ¿Hasta dónde incluir tus memorias?
– Escribir un libro es como decorar una casa, de pronto te das cuenta de que aquí falta un afiche, acá una lámpara. Nunca imaginé participar realmente en el libro, pero cuando me doy cuenta de que Carlos está tan participativo, sentía que tenía que haber un equilibrio, y como el que estaba preguntando era yo, también tenía que participar un poco. Se me ocurrió que, tal vez como una medida de protección o para darle otro feeling, debía ser en tercera persona, que es como recuerdo el pasado, como algo que le pasó a alguien más. Yo no sé si soy un artista pero supongo que tengo muchos rasgos de ello, y creo que un momento clave es cuando uno se transforma en uno, antes de eso uno es en tercera persona, luego tienes una voz aunque esa voz no esté afinada y cambie, pero ya empiezas a existir como ser autónomo. Ese chico, ese adolescente chileno que viaja a USA y ve a su tío recién salido de la cárcel, era y no era yo. Aunque esa parte es 100% verdadera.
– ¿Te propusiste escribir un libro sobre inmigrantes?
– USA siempre ha sido parte de mi vida, de mi obra y de mis intereses. Quería tocar USA desde éste lado de la frontera, no sólo como el país mítico, cool, donde se visten mejor que nosotros, donde producen cultura como nosotros no producimos. Nunca me propuse escribir la novela del migrante, pero la única forma que tengo de hablar de USA es encontrando personajes como Carlos, extranjeros que sin importar cuánto tiempo pasen allá, jamás serán del todo norteamericanos. Yo también fui inmigrante y es súper complicado, arriesgado, no es para débiles. La gran diferencia entre Carlos y yo es que yo tuve más suerte, llegué a una edad más adecuada, tuve una familia más armada en un país más pequeño (Chile), dentro de una sociedad más preocupada por los demás. En cambio Carlos fue lanzado a ese monstruo, y se perdió. Hay inmigrantes a los que les va bien, que terminan siendo doctores o políticos, pero yo quería hablar del Lado B del sueño americano, de los que terminan mal, igual o peor, que son la mayoría. Parte del contrato que USA tiene con sus ciudadanos, por ejemplo, es que la familia, los lazos, no existen.
– En 2010 Missing ganó el premio de la crítica en Chile y al parecer de tus libros es el que más ha viajado, ¿es una simple coincidencia?
– Escribí algo en extremo cercano y personal que terminó importándole al resto, por lo tanto intuyo que ese resto no enganchó tanto conmigo, con mis intereses o con los de Carlos, engancharon con sus propios parientes y con sí mismos. Todos tienen un Carlos, todos tienen familia, todos tienen fantasías de escapar, de matar, no sé. Me molesta la gente que hace libros o películas con temas que no tienen nada que ver con ellos, temas supuestamente importantes o que les puedan interesar a los demás. Missing no es exhibicionista pero conecta y la única forma de que eso ocurra es escribiendo con honestidad, abrirse, mostrarse. Me interesa escribir libros que no sean sólo libros, libros que tengan amigos, panas, compañeros. Hay un montón de libros que son objetos nada más, llenos de inteligencia pero no de corazón, que no puedes leer a las cuatro de la mañana, como diría Scott Fitzgerald.
– Tu tío quedó feliz con el libro, de no haber sido así, ¿lo publicabas igual?
– Sí. Hubiese sido un mal rato, una pena, pero habíamos acordado que la última palabra era mía. Viajé a Las Vegas a enseñarle un manuscrito, por si quería hacer algún cambio, Carlos tenía voz pero no voto. Le llevé también un documento redactado por un abogado, con un montón de cláusulas. Al firmarlo, mi tío perdía el derecho a arrepentirse, me daba, por así decirlo, los derechos de su vida, no podía cambiar de opinión, sacar el libro de las librerías o pedir que saquen su foto de la portada.
– ¿Le fue mejor al libro que al personaje?
– Es difícil responder esa pregunta, pero supongo que sí. El libro se ha potenciado, ha llegado a más y más personas, se ha reseñado y eso a Carlos lo tiene muy contento. El problema es que no lo ha ayudado mucho en la vida real, lo que demuestra que uno no se puede salvar sólo con una historia, hay otros elementos que son clave para que tu vida no se disperse. Tampoco está atroz, pésimo, sólo un poco más viejo, viviendo con lo justo, pasó años comiendo hamburguesas, tomando y fumando, así que su salud no es la mejor. Le dije algunas cosas pero no soy padre, ni su hijo, él es un hombre mayor y tiene el derecho a hacer lo que quiera. Tuvo su momento, duró un rato, no le cambió la vida. Mi teoría es que estaría mucho peor si el libro no existiera, si yo no lo hubiera encontrado. Pero no es una historia de Hollywood, Carlos no se transformó en una estrella de rock.
– ¿Se encontró?
– Cuando leyó el libro me dijo que ahora se entendía a sí mismo, ahora sabía en qué momento se perdió. Eso no te salva, pero te tranquiliza.