Dos partidos políticos fundados por ex-guerrilleros han anunciado ya que se aliarán para competir en el proceso electoral del año 2015; y han propuesto ya a un futuro candidato presidencial. Esos partidos son Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca, y Winaq. Ambos pertenecen a una izquierda política guatemalteca que sufre miseria intelectual, ideológica, institucional, electoral y programática.
Sufren esa miseria varias modalidades de esa izquierda, desde aquella que se refugia en las ficciones socialistas de Karl Marx y encuentra en ellas una opiácea complacencia anticapitalista, hasta aquella que, con versátil mercantilismo, se adapta a cualquier mescolanza de tolerado capitalismo y deformado socialismo, y encuentra en ella un modo de sobrevivir y, simultáneamente, exhibir, como si fuera un salvífico tesoro nacional, su tediosa preocupación por los pobres.
La miseria intelectual de esa izquierda consiste en que no muestra un impresionante esplendor teórico, que cause admiración por su profundidad filosófica, o provoque asombro por su precisión conceptual, o inspire respeto por su consistencia formal, o inunde de estupor por su saber sobre un régimen económico mejor que el mercado, o humille por su formidable razonamiento lógico. Y algunos de sus intelectuales penosamente invocan y torpemente pretenden aplicar el sacro materialismo dialéctico.
La miseria ideológica de esa izquierda consiste en que no propone un régimen socialista que intentaría corregir (o tendría la ilusión de corregir) los errores causantes del colapso del socialismo a partir de la caída del muro de Berlín, en noviembre del año 1989. Es una miseria tal que, en torno a un principio de la dialéctica marxista, no parece saber cuál es la tesis, ni cuál, entonces, es la antitesis; y aturdida por su propia ignorancia opta por buscar una imaginaria síntesis abstracta.
La miseria institucional de esa izquierda consiste en que no ha podido constituir una unidad política que provoque, en la derecha, un inquietante terror, sino que se disuelve en tantas facciones como líderes pretenden ser aptos para lograr una triunfal izquierda unificada. La miseria institucional de esa izquierda es conexa con su miseria electoral, que consiste en que los electores la han repudiado, como si quisieran sepultarla. Es un repudio que demuestra que las Fuerzas Armadas Rebeldes jamás fueron fuerzas de un pueblo rebelado; que la Organización del Pueblo en Armas jamás fue un pueblo armado; y que el Ejército Guerrillero de los Pobres jamás fue de los pobres.
La miseria programática de esa izquierda consiste en que no propone un programa político rigurosamente de izquierda sino una casuística suma de fatigadas torpezas populistas. ¿O su programa son los acuerdos de paz, convenidos entre funcionarios gubernamentales y comandantes guerrilleros? Si es así, su programa es el absurdo producto de una derrotada izquierda obligada a ceder, y de una victoriosa derecha dispuesta a exigir.
Post scriptum. Esa izquierda ha sido, como si fuese su mejor destino, un residual simulacro histórico dedicado ahora a una vergonzosa mendicidad electoral.