El papa Benedicto XVI decidió autorizar la celebración de la misa en latín, abandonada por la Iglesia después del Concilio Vaticano II, a los sacerdotes y a los fieles que la soliciten, en un decreto publicado hoy por la Santa Sede.
Los sacerdotes de las parroquias deberán acoger «de buen grado» las solicitudes de los fieles, indica el decreto (’motu proprio’), que satisface así una antigua reivindicación de las corrientes tradicionalistas de la Iglesia católica.
En caso de rechazo por parte de un sacerdote de la petición de los fieles, «se invita vivamente al obispo a satisfacer su deseo».
La antigua misa llamada «de San Pío V», en su versión más reciente (1962, bajo el papado de Juan XXIII) podrá así ser celebrada como alternativa a la pronunciada en lengua «vulgar», pues esta sigue siendo la forma «ordinaria», según lo fijado en 1970 por el Concilio Vaticano II.
El decreto papal también reconoce la posibilidad de esta celebración latina para circunstancias particulares, como matrimonios, funerales o peregrinaciones.
La misa antigua -celebrada en latín, dando la espalda a los fieles- podrá ser celebrada cada día.
En una carta dirigida a todos los obispos junto al «motu proprio», el papa justifica su decisión como un gesto de «reconciliación» dirigido a los fieles que «siguen muy apegados» a la liturgia de su infancia.
Denunció las «deformaciones de la Liturgia al límite de lo soportable», e indicó: «hablo por experiencia propia, porque he vivido también yo aquel periodo con todas sus expectativas y confusiones».
«Y he visto hasta qué punto han sido profundamente heridas por las deformaciones arbitrarias de la Liturgia personas que estaban totalmente radicadas en la fe de la Iglesia», añadió el papa.
«Todos sabemos que en el movimiento guiado por el Arzobispo Lefebvre (jefe de los integristas excomulgado en 1988), la fidelidad al Misal antiguo llegó a ser un signo distintivo externo; pero las razones de la ruptura que de aquí nacía se encontraban más en profundidad», agregó.
El Papa se refería así al rechazo por los integristas a la apertura del Concilio Vaticano II (1962-1970), al ecumenismo y al reconocimiento de la libertad religiosa.
Por su parte, desde Ginebra, los católicos integristas adeptos de monseñor Lefebvre, se congratularon «por el restablecimiento en sus derechos» de la misa en latín, pero afirman que «subsisten dificultades todavía» con el Vaticano, en un comunicado de su superior, monseñor Bernard Fellay.
Benedicto XVI afirmó en su decreto que ambas liturgias, la antigua y la moderna (llamada «según Pablo VI»), sólo son dos versiones del «mismo rito romano».
Recuerda que su predecesor Juan Pablo II ya había acordado en dos ocasiones (1984 y 1988) a los obispos la facultad de autorizar celebraciones de la misa según la antigua liturgia. Su objetivo es sólo entonces ampliar la autorización.
El Papa busca en su carta tranquilizar a los obispos franceses, británicos, estadounidenses y alemanes que le expresaron su inquietud frente a los «desórdenes, incluso las fracturas» que podría traer esta liberalización.
Subraya que el conocimiento del latín como de la antigua liturgia «no son tan frecuentes» y que el nuevo misal «permanecerá, ciertamente, la forma ordinaria del rito».
Los obispos tienen hasta el 14 de septiembre para tomar sus medidas antes de la aplicación del «motu proprio» y en un plazo de tres años los obispos podrán comunicar sus sugerencias y opiniones al Vaticano.
El Papa Benedicto XVI indicó en su decreto que autoriza de nuevo la misa en latín que sólo existe un «rito» de la Iglesia Católica, con una forma «ordinaria», la liturgia actual, y una forma «extraordinaria», la antigua, aunque una y otra difieren sensiblemente.
La diferencia más conocida se refiere al uso del latín en la misa antigua, denominada «tridentina» o de «San Pío V», y de las lenguas vernáculas de la misa actual, conocida como «de Pablo VI».
Sin embargo, esta última puede ser celebrada igualmente en latín, como es el caso a menudo en El Vaticano.
El misal (libro litúrgico) de San Pío V fue promulgado en 1570, tras el concilio de Trento, que marcó el inicio de la Contrareforma tras la crisis desatada por el cisma protestante.
El misal sufrió durante siglos numerosos cambios, hasta la última versión de 1962, bajo el papado de Juan XXIII. Es por ello que Benedicto XVI prefiere referirse a él como el misal «de Juan XXIII».
Ese misal incluye una plegaria para la conversión de los judíos que se reza en Viernes Santo.
El misal de Pablo VI sustituyó esta práctica por otra que evoca a los judíos como el primer pueblo que «recibió la palabra de Dios», sin pedir su conversión.
Este misal fue promulgado en 1970 tras el concilio Vaticano II, que acordó más protagonismo a los fieles. En medios eclesiásticos se dice ahora que los fieles «participan» en la misa, mientras que en el pasado «asistían».
Con el antiguo misal el cura celebraba el acto religioso de espaldas a sus fieles, y de cara al altar. Con el nuevo, la misa es frente a los asistentes.
En la misa antigua los fieles no tocaban la hostia con las manos como es el caso en la moderna.
Al insistir en esa «dimensión comunitaria» de la asamblea, se pierde el sentido místico del acto, la conmemoración del sacrificio de Cristo en la cruz y su «presencia real» en la eucaristía, critican los tradicionalistas.
Al término de la misa moderna, los fieles intercambian un saludo en signo de paz, otra innovación que los conservadores rechazan por la misma razón.