-Si me matan, yo sacaré los brazos de la tumba y seré más fuerte- dijo una mariposa de apellido Mirabal.
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En nuestra sociedad, la violencia contra las mujeres se califica de natural, otorgándole calificativos que hacen de todo, menos considerar a la mujer en su condición humana.
Se avala, permite y en algunos casos hasta se premian actitudes de violencia de todo tipo hacia las mujeres.
La reproducción constante de esas conductas, crea un círculo que conlleva a la degradación de familias y comunidades enteras. Lamentablemente la constante exposición a esas prácticas provoca que las mismas mujeres pierdan la conciencia de su situación propia y la de otras mujeres.
Este fenómeno abarca magnitudes impensables, incluso, es considerado por Naciones Unidas como una de las «pandemias mundiales que más estragos ha causado en el planeta».
Según el Centro de Estudios de Guatemala, «la violencia contra las mujeres tiene características de mayor gravedad y complejidad, porque se desarrolla en el ambiente familiar o por alguien conocido, como parte de una sociedad machista».
Además de los costos psicológicos y físicos que las mujeres pagan, la sociedad en su conjunto sufre un desgaste terrible, en la economía, en lo social, en lo político, entre otros.
¿Pero por qué hablar sólo de los derechos de la mujer, si los hombres también sufren la violencia? Históricamente el componente ideológico que predomina las relaciones en sociedad, es aquel que favorece a los grupos dominantes. En nuestro caso, los grupos dominantes que acaparan el poder, no sólo pertenecen a clases económicas superiores, si no que por lo general, son hombres que promueven antivalores de solidaridad, igualdad y justicia.
Por eso se hace necesario que este fenómeno se aborde desde perspectivas específicas, que si bien pueden incluir las mismas causas estructurales que la violencia generalizada, en el caso de las mujeres la relación de dominación y subordinación ante los hombres es evidente.
El miedo paraliza, y ese miedo genera silencio. Según el CEG «en el año 2008, 42 mil 141 mujeres interpusieron denuncia por violencia intrafamiliar, 2 mil 212 casos por violación y 1,009 fueron lesionadas (en su mayoría con armas de fuego) y hay que reconocer que no se denuncia este tipo de delitos por temor, así que las cifras deben ser mayores».
Quien denuncia, además del peso del acto violento, debe cargar con la sanción de los hombres y hasta mujeres que la condenan de «indiscreta, mala hija, vendida, compañera desleal, puta y hasta complotista internacional».
No obstante, ejemplos de lucha y perseverancia existen. El miedo que se cuela por los huesos y los deja vacíos, no fue suficiente para detener o callar a Minerva Mirabal y sus hermanas, para Norma, Loyda, Olga y Raquel, ni para Violeta.
La mariposa lo predijo y así sucedió. Sacó sus brazos desde los más oscuros rincones de la muerte, a donde la quisieron condenar por atreverse a no tolerar ninguna clase de injusticias, y su voz, además de multiplicarse, fue más y más fuerte cada día.
No se trata de discursos, teorías o intenciones, se trata de acciones que cambien por completo esas estadísticas. La violencia hacia las mujeres no constituye un acto natural, es un acto producto de las relaciones desiguales, económicas, culturales y sociales que puede ser erradicado en todos los niveles, con la verdadera incorporación, reconocimiento y empoderamiento de las mujeres.