Cuando Ismael Santizo subió con su vieja guitarra a ese autobús, no sabía que iba a salvar una vida; lo iba a hacer, no con heroísmo, sino con su sencilla y sincero actuación artística.
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En el transporte viajaba una joven mujer que se dirigía a un conocido puente; había decidido arrojarse de ahí al vacío, para acabar con su vida, a la que consideraba desgraciada y maldita.
Pero empezó a pensar de otro modo cuando Ismael, para ganarse la vida, comenzó a cantar con sentimiento «Â¿Cómo no creer en Dios?»; al término de su canto, la muchacha lloraba como una niña.
Mientras los pasajeros le daban unas monedas a Ismael, la chica se inclinó para darle un beso en la frente a ese anciano cojo que con su ejemplo le había devuelto el amor por la vida.
AL FINAL DEL OSCURO TíšNEL, SIEMPRE HAY UNA LUZ DE ESPERANZA.