Eduardo Blandón
La semana pasada se presentó en este espacio de La Hora «La misión de la Universidad», un libro en el que José Ortega y Gasset reflexiona sobre el quehacer y vocación de la educación superior para los cambios urgentes que la sociedad necesita. En esta oportunidad, siguiendo con autores españoles y tomando como pretexto «La tía Tula», se presenta a otro genio del pensamiento europeo: Miguel de Unamuno.
Unamuno fue quizá el escritor más emblemático e importante de la generación del 98. Su carácter apasionado, la abundancia de sus escritos y la originalidad de su obra hacen de él un pensador destacado con cuyos textos marcó el pensamiento de la época.
Aunque la educación filosófica del sabio español fue prácticamente autodidacta, su obra va a revelar cierto dominio de la filosofía en general, manteniendo una conexión de pensamiento con Kierkegaard, Schopenhauer y hasta ciertos elementos de la filosofía hindú. Esta característica formativa es la causa, quizá, por la que su obra no tenga la sistematicidad de autores como Kant, Hegel o Heidegger.
La obra de Miguel de Unamuno, efectivamente, es un poco dispersa (filosóficamente hablando) y cuesta encontrar un trabajo ordenado, sistemático y progresivo. Obviamente no sólo nos encontramos con unos escritos alejados -en cuanto al orden- de la escolástica, sino también con textos más típicos de la modernidad. Al punto que algunos dudan a cerca de la autenticidad vocacional de filósofo del autor.
Para muchos Unamuno no alcanza el rango de filósofo por el carácter de su obra, más parecida a textos ensayísticos y literarios que «filosóficos». Sus escritos, además de carecer muchas veces de una cierta rigurosidad en cuanto al uso de vocabulario especializado filosófico, no parecen plantear los grandes temas a los que se ha enfrentado la filosofía: Dios, hombre y mundo. Y, aun y cuando es posible encontrar huellas de esos temas, están dispersos a lo largo de sus obras.
El filósofo español da la impresión de ser un pensador brillante, pero al que le falta tiempo para la reflexión. Escribe de manera desbordante, con pasión, tratando de defender sus ideas, pero al que le falta a veces un poco más de detenimiento para hilar fino y no hallarse con equívocos propios del uso del lenguaje. Parece que ser un intelectual al que no le importa tanto equivocarse porque cree tener tiempo para rectificar en sus próximos libros.
Esto no quiere decir que Unamuno se haya contradicho a lo largo de su vida, por supuesto que no. De hecho su pensamiento tiene un hilo conductor perfectamente diferenciado e ideas que se repiten como antífona en sus obras. Sólo se quiere advertir de la dificultad que tiene para algunos críticos la obra del filósofo español y los argumentos recurrentes de sus adversarios.
Respecto a su pensamiento, me parece que lo más interesante del filósofo son sus ideas sobre la persona humana, es decir, su antropología. Su pensamiento, a este respecto parece ser perfectamente compatible con un cierto existencialismo iniciado por Kierkegaard y Schopenhauer y seguido después por Sartre, Camus, Heidegger, Marcel y Merlau-Ponty entre otros.
Hay elementos que son constantes en este sentido en su obra. Por ejemplo, el considerar que toda filosofía debe partir del hombre concreto, la dimensión individual e irrepetible de la persona humana, su concepto de «hombre total» (compuesto de razón y sentimientos), la idea de que el hombre es un ser «escindido y agónico», el tema del sentimiento trágico de la vida, el hombre como animal precario (partícipe del amor y del dolor), la idea de que en el hombre es importante la dimensión onírica o la capacidad de soñar del ser humano, la persona concebida como misterio (esto es, como máscara), el deseo de inmortalidad de la persona y la idea de la necesidad que tienen los hombres de crear a Dios.
Desde mi punto de vista su antropología es lo más original de su obra y lo más atractivo. Hay ideas que son curiosas y obsesivas en él como el hecho de insistir en el deseo inmenso de los hombres por no morir. No quiero morir, insiste. Este dato revela la contradicción vital en los hombres: por una parte el deseo de no morir (la voluntad de vivir para siempre), pero por otra el conocimiento que sabemos que, de cualquier forma, moriremos.
Este es el motor de la vida de los hombres, el deseo de inmortalizarse por la conciencia de la finitud. Nos urge volvernos inmortales a como sea y a cualquier precio. Quizá por eso, dice, es necesario Dios. í‰l intuye que si existe la sed es porque hay una fuente, luego Dios es necesario y urgente.
Otro elemento interesante en él es su idea respecto de la religión. El ser humano, dice, tiene una necesidad sentimental de Dios y éste tiene acceso a í‰l a través de la voluntad, el corazón, el sentimiento y la propia necesidad. Dios es lo más trascendente, pero al mismo tiempo lo más accesible e inmanente. Por eso es menester concebir a Dios como una persona viva y no abstracta. Le interesa a él el Dios cordial. Una vía de acceso a í‰l es también el dolor.
Lo importante en la relación con Dios es lo experiencial, afirma. No se trata de acceder a Dios por la razón, sino a través del sentimiento. Por la razón no es posible llegar a í‰l. Por otro lado, insiste en la importancia de superar la tensión entre el Evangelio y los dogmas de la Iglesia.
Desde la perspectiva ética, le parece a Unamuno que ésta contradice a la religión. La ética centra su atención en las obras, mientras que la religión es sólo una cosa de fe (somos buenos porque Dios me quiere, nada más). La fe es el movimiento de la voluntad. A Dios no se conquista con las obras, sino con el querer de la voluntad.
Estas últimas consideraciones en Unamuno son de gran valor y muestra un horizonte desde el cual la Iglesia como institución está llamada a hacer un examen de conciencia. La letra mata, dice, quizá con san Agustín lo más importante sea «amar y hacer lo que se quiera».
Es en la dirección de lo dicho hasta ahora que se sitúa «La tía Tula». El relato narra la vida de Gertrudis (La tía Tula), hermana de Rosa, quien decide no casarse para educar a los hijos de ésta última. La idea de la novela es simple, pero le sirve de pretexto a Unamuno para expresar sus argumentos: los hombres son torpes y no saben valorar las cosas importantes, en la educación lo que cuenta son los afectos, el matrimonio tiene como misión la felicidad de los esposos y, por último, la manifestación de las complejidades propias de la vida ordinaria.
En otro aspecto, la novela tiene la virtud también de retratar la época del pensador y la cultura europea que le tocó vivir. En el texto se respira todavía la concepción cristiana del momento y, consecuentemente, una ausencia de los desafíos que presentará la tecnología y el desarrollo con el paso de los años. Sus personajes son convencionales y con pocos problemas: un cura, unas hermanas (criadas por el cura), un novio -que con el tiempo se casa con una de ellas- y una empleada que será también esposa cuando una de las hermanas muere. En este ambiente trabaja sus ideas.
El libro es pequeño y puede servir de ocasión para introducirse en la filosofía española. Se lo recomiendo. Puede adquirirlo en Librería Loyola.