Las advertencias sobre los riesgos de atravesar un camino en el que frecuentemente mueren migrantes, no hacen mella en el mexicano Mario Guerrero empeñado en cruzar, junto a su hijo de 12 años y su esposa embarazada, la frontera hacia Arizona, sur de Estados Unidos.
Mario, su esposa Oralia, con cuatro meses de embarazo y su hijo son parte de un grupo de ocho migrantes, de ellos cinco mujeres, que tras caminar varias horas hacen un descanso para entrar a la parte más peligrosa de su ruta.
«El lugar por donde ustedes van a pasar está muy caliente, esta lleno de migra, a todos los están agarrando por ahí», les advierte Enrique Enríquez, coordinador del grupo Beta, un organismo de socorro mexicano especializado en asistir a los migrantes.
El grupo duerme un poco bajo un improvisado campamento cubierto con plásticos negros, en el Cañon de las Mochilas, último punto del lado mexicano, donde los migrantes van dejando su rastro con bolsas de colores, gorras y botellas de agua abandonadas por todos lados.
Los Coyotes (traficantes de personas) los obligan a vestirse con ropa oscura y dejar cualquier objeto que pueda ser captado por los binoculares de los miembros de la patrulla fronteriza que vigila desde altas colinas del lado estadounidenses.
Su objetivo es llegar al punto conocido como «W25», un cañón entre las sinuosas montañas semidesérticas que llevan a Arizona, y por donde, según los traficantes que los guían, caminarán por lo menos ocho horas.
A los peligros que los acechan en el desierto se suma el de los grupos de narcotraficantes que pasan droga por la zona y que cuando se topan con los migrantes los hacen correr para que no entorpezcan su trabajo.
«Ayer nos regresaron gentes que estaban trabajando con droga, estaban pasando un cargamento», comenta por su parte Hugo Méndez, un guatemalteco, que espera en la ciudad de Nogales, la más importante del lado mexicano en la parte de la frontera estadounidense que corresponde a Arizona.
El miércoles una juez federal suspendió las partes más polémicas de ley SB 1070 adoptada por ese estado para frenar la migración y que son consideradas discriminatorias por las comunidades de origen latinoamericano en Estados Unidos y por una decena de gobiernos de la región que las demandó.
Mario y Oralia, saben de la presencia de narcotraficantes y también han oído del temor provocado por la nueva legislación en Arizona, pero su mayor anhelo es volver a Nueva Jersey en la costa este, donde ya vivieron nueve años y su hijo estudió desde preescolar, antes de que un problema familiar los obligara a regresar con su familia en el centro de México hace año y medio.
«Nuestra vida era muy diferente, nuestro hijo ya se acostumbró allá», dice Oralia, quien llora un poco mientras cuenta que prefirió iniciar la aventura antes de que nazca el nuevo bebé a fin de no esperar años para poder cruzar con toda su familia.