Las autoridades del Ministerio de Comunicaciones siguen negando a La Hora la entrega del listado de los compromisos que forman parte de la deuda flotante que quieren pagar con los bonos, porque saben que mientras más se escarbe en ese listado más fuerte será el olor a podredumbre, porque se trata de un pago que no tiene fundamento ni justificación legal, porque la obligación no se contrajo de acuerdo con lo que establecen las normas del país.
Obviamente el negocio viene de gobiernos anteriores, pero el actual no está ajeno al trinquete, porque todos sabemos que en Guatemala la mordida tiene dos tiempos. Una mordida se presupuesta y se paga en el momento en que le adjudican los trabajos al contratista, y otra se tiene que pagar cuando le pagan. Hay, por lo tanto, dos instancias ya previstas en todo negocio, puesto que desde hace mucho tiempo se estableció un mecanismo de selección para ir haciendo los pagos y eso se tradujo en la necesidad de pagar mordida para mejorar las posiciones en la lista de los acreedores del Estado y hasta funcionan oficinas paralelas donde se maneja ese tipo de negocios.
Si no fuera así, a cuenta de qué iban los diputados de este Congreso a aprobar los pagos que se tienen que hacer por obras que se “contrataron” (así, entre comillas) en períodos anteriores. La única explicación lógica y racional es que hay de por medio el pago de jugosas mordidas que darán para que salpiquen a medio mundo.
Así no hay presupuesto que alcance ni será nunca suficiente el ingreso proveniente de las contribuciones de los ciudadanos porque imagine el lector qué representa para el país una obra por la que se pagó mínimo un diez por ciento para lograr que le fuera adjudicada al contratista y otro diez por ciento para que le paguen el valor del contrato. A eso hay que sumarle las utilidades del constructor que tienen que ser muy superiores a lo que están repartiendo, y eso nos deja con los mamarrachos de obras que se construyen en todo el sector público porque los contratistas no disminuyen sus ganancias con tal de pagar las mordidas, sino simplemente encarecen las obras a sabiendas de que en Guatemala eso no tiene ninguna consecuencia ni para ellos ni para sus contrapartes en el sector público que les hacen los mandados.
A todo esto es evidente que no tenemos una Contraloría de Cuentas digna de tal nombre, porque todo eso ocurre ante sus ojos, en todos y cada uno de los negocios y nunca hay un reparo, un reclamo, una exigencia para que mejore la calidad y se termine la corrupción. Y esa vista gorda tampoco es de gratis.
Minutero:
Nos roban en nuestras narices
y nos tragamos cualquier patraña;
hace falta poca maña
para tratar con chirices