Los guatemaltecos vivimos en medio del debate de la legalidad de una deuda que fue contraída sin el respaldo de una partida presupuestaria respectiva como lo manda la ley y sobre el efecto que tendrá la emisión de bonos y préstamos para supuestamente pagar esa deuda, en un país en donde el dinero no se invierte en las necesidades del país y de la gente, sino es para satisfacer los intereses de funcionarios, financistas y contratistas.
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Más allá de los detalles del caso, nos damos cuenta que con lo que se ha invertido a lo largo de muchos años, deberíamos tener una infraestructura vial decorosa y la realidad es que Guatemala no precisamente destaca por sus carreteras y el excelente estado de las mismas. Nuestra infraestructura no es lo único que representa graves deficiencias a pesar de los millones que se invierten.
Es fácil irse a ver los rubros del presupuesto que cada año crece más sin que ello se traduzca en mejoras para los guatemaltecos y eso es terrible para el futuro del país porque, además que a la gente pareciera no importarle, nunca habrá presupuesto que alcance y que nos permita invertir en las necesidades que tiene el Estado para salirse de la ruta fallida en la que intencionalmente se le ha conducido a lo largo de los años.
Buena parte del presupuesto es para funcionamiento, que de paso la mística y entrega de buena parte de los miembros de la burocracia (aunque siempre hay agradables excepciones) deja mucho que desear y cuando a eso le sumamos que lo poco que hay para inversión sirve más como fuente de corrupción, nos damos cuenta que atender las grandes necesidades que tenemos en salud, desnutrición, educación, seguridad y justicia es imposible.
Los presupuestos crecen, nuestra deuda también y los beneficios no son para el país y sus habitantes, sino para unos pocos a los que uno va viendo cómo, con desfachatez e impunidad, acumulan millones que pavonean como si fueran de lícita procedencia y una vez más, ante la permisiva mirada y actitud de la sociedad en general.
Darle vuelta a la realidad en estas condiciones es muy complicado y lo único que quedaría de escarmiento es que la justicia se impartiera para hacerle ver a quienes mal utilizan el dinero del presupuesto, que no pueden seguir lucrando con el dinero de la gente en detrimento de la no atención de los grandes problemas del país y que no es excusa jugar bajo las reglas de la corrupción para la asignación de contratos o el otorgamiento de licencias de explotación de recursos naturales.
Eso mandaría un mensaje fuerte y claro que a la vez se ve lejano y casi imposible, porque nuestro sistema de justicia (salvo contadas excepciones de jueces honrados que a su vez se quedan solos y el sistema los devora), es otro de esos ejemplos de la cooptación que se da del Estado para satisfacer intereses perversos a pesar que a los guatemaltecos el sistema de justicia nos cuesta millones sobre los que, a lo largo de muchos años, no vemos los frutos como se debería.
¿Qué nos queda? Hacer el mejor esfuerzo por no ser indiferentes intentando evidenciar y cambiar un sistema corrupto cuyo funcionamiento y operación nunca nos permitirá atender las grandes necesidades y carencias que tenemos, entiendo eso como que nuestro futuro, en esas condiciones, es gris y desalentador.
La falta de oportunidades, pobreza y falta de educación que alientan la inseguridad que se ve fortalecida por la ausencia de castigo, seguirán siendo agravantes como consecuencia que la corrupción y sus vicios cada día se perfeccionan y enraízan más, desvaneciendo la idea de pensar en más niños sanos, educados, que vivan dentro de un país más seguro, con más oportunidades de romper el círculo de la pobreza y ser exitosos en su propia tierra; como todo en la vida, de los guatemaltecos, de usted y yo, dependerá cambiar esta realidad.