Miedo porque tiembla, y pánico porque no tiembla


Sebastián Piñera, presidente de Chile, se fotografí­a junto a trabajadores que preparan la ayuda humanitaria para las ví­ctimas del terremoto. FOTO LA HORA: AFP CLAUDIO SANTANA

Un mes después del sismo, los habitantes de Concepción viven con temor de los nuevos temblores -cuya magnitud han aprendido a calcular como si fueran sismógrafos humanos- pero el miedo es mayor cuando no tiembla porque ese periodo de calma sólo significa una cosa: que viene una réplica más fuerte.


La tierra se mueve -como lo ha hecho decenas de veces desde el sismo de magnitud 8,8 que devastó esta ciudad- y todos esperan a que pase.

«Te apuesto que esto fue 4,9», dice en su casa Nelson. «Tuvo que haber sido 5», señala Juan, a quien los servicios sismológicos le dan luego la razón: fue 5 grados en la escala de Richter.

Un mes después de la tragedia, los abrazos son más apretados y abunda la solidaridad. En los cafés el sismo es monotema, y en el centro se convirtieron en paisaje habitual oficinas desalojadas, carpinteros en los techos, electricistas arreglando el alumbrado y máquinas pesadas derribando inmuebles.

Tras los saqueos que siguieron al sismo, Concepción con su medio millón de habitantes, intenta desesperadamente volver a la normalidad. Nada fácil cuando tanta gente perdió sus cosas.

«En el mall la gente compra, mientras nosotros sufrimos acá. Es como si se hubieran olvidado, como si no hubiera pasado nada», dice Daniel, cuyo sitio de trabajo se derrumbó en el sismo.

En las calles los militares bien armados caminan de a dos o tres. «La gente nos da las gracias por estar aquí­ y, en general, nos piden que no dejemos la ciudad», cuenta un conscripto mientras hace una ronda.

En la noche vigilan una ciudad desierta: hay toque de queda de 11 de la noche a 6 de la mañana.

En otra cuadra, un policí­a que custodia la entrada a un edificio al borde del desplome, dice que «la gente anda preocupada por todo lo que dicen en las noticias de que puede venir algo mucho peor».

«He escuchado que la Tierra quiere volver a su centro y por eso se está acomodando. Si sigue así­ la ciudad se puede abrir, quedar como una isla o simplemente desaparecer. Sólo Dios sabe», relató Luis preocupado por una de las tantas leyendas urbanas que circulan de boca en boca.

Comienzan a caer las primeras gotas del año, pero la llovizna no espanta a los curiosos que se detienen a fotografiar tanto deterioro.

El sí­mbolo de la devastación -y el más visitado- sigue siendo el moderno edificio de 15 pisos Alto Rí­o, que cayó de espaldas instantes después del terremoto, lo que le costó la vida a diez personas.

Cerca de allí­, unas 35 familias acampan desde la madrugada del 27 de febrero en un parque. Su edificio quedó en pie pero sufrió serios daños estructurales y ellos prefirieron evacuar.

Desde sus tiendas ven sus departamentos. «Mire nuestro edificio, está lleno de trizaduras, así­ no se puede vivir», apuntó Sara, quien tras la catástrofe abandonó junto a su marido la vivienda por miedo a más derrumbes.

Roberto, otro damnificado, saltó por la ventana desde el segundo piso junto con su esposa por miedo a que su departamento colapsara. Ahora, después de cada réplica, pasa a su antiguo hogar para ver si las grietas son más grandes.

«Con la desesperación saltamos y mi señora embarazada de dos meses se quebró un pie. Sabemos que otras personas sufrieron más que nosotros pero ya no podemos aguantar más en el campamento con las ratas, las infecciones y los edificios sin solución», explicó Roberto.

En ese campamento los vecinos tienen una fogata en común, comparten la comida y cuidan a enfermos y niños.

Cerca de allí­ está la entrada al puente Llacolén, que cruza el rí­o Biobí­o y une a Concepción con la localidad de San Pedro. Es el único paso que quedó parcialmente habilitado tras el sismo y eso gracias a un puente mecano. Pero atravesarlo se ha convertido en un sufrimiento.

«Este puente en cualquier momento se puede caer. En las horas pico, los tacos (embotellamientos) duran más de 45 minutos, y el puente se llena de autos y sigue habiendo réplicas. La estructura puede colapsar, da miedo cruzarlo», dice un taxista.