DESDE LA REDACCIí“N
Pasa aquí y en los países cuyo pasado no es algo digno de presumir. Cuando se intenta escarbar en las páginas del pasado se despiertan unas pasiones encontradas que impiden sanar viejas heridas que, aunque parezca recalcitrante se vuelve urgente y necesario en el sentido de aplicar un bálsamo al tejido social y recuperar la memoria histórica.
Recordar es vivir, dicen por ahí. Y para continuar viviendo con un objetivo establecido, debemos reconocer que nos hemos portado mal tan sólo unos años atrás. Es mejor llorar al revivir la época negra del país que seguir caminando con traumas que nos impiden progresar. Y digo progresar en todos los aspectos. No habrá una nación sana sino se curan las heridas. Eso es seguro.
Casos como Argentina, Chile y España que han institucionalizado el mecanismo de recuperación de la memoria y, algo más envidiable, establecer rostros sobre quienes caía la culpa de las atrocidades cometidas en los peores años de su historia. Superando esa traba, han conseguido con todo y sus debilidades mirar hacia el frente y caminar en algo que más o menos se le parece a la unidad nacional. No es perfecto, claro está, pero si nos ponemos en esas comparaciones odiosas diríamos que van mejor que nosotros.
Y es que a estas alturas nadie niega que hubo una guerra, y como tal, los enfrentamientos fueron en ambas direcciones. Eso, nadie lo niega, sin embargo, tampoco nadie puede negar que una de las partes estaba más fortalecida y se empeñó en desaparecer a su enemigo, no importando cómo. Había que eliminar a la amenaza, como diera lugar. Así son las guerras, ilógicas y con ausencia total del sentido humano. Por eso, somos de los países con mayores muertes en la época donde las dictaduras dominaron a casi toda América Latina.
Ahora, quizá por asesoramiento de quienes emigraron de las organizaciones sociales al aparato estatal, o por ese compromiso aún asumido en cuanto a posicionarse como un gobierno socialdemócrata, el Presidente pidió, como comandante general, que el Ejército entregara cuatro de los expedientes más cuestionados de la historia del país. Documentos que generaron polémica porque reúnen las operaciones contrainsurgentes y cuyas páginas podrían revelar nombres de quienes ordenaron masacrar a la población civil.
Resulta entonces que dos de esos archivos se han «extraviado», algo extraño tomando en cuenta la disciplina con la que se caracterizan las fuerzas armadas. Nadie responde por ellos, y probablemente nadie lo hará. Se han perdido de la misma manera en que hemos perdido la memoria recordándonos que aún tememos miedo de mirar hacia atrás, porque nos avergí¼enza. Nos da miedo mirar hacia atrás, porque sabemos que hay cosas que no nos enorgullecen.
Si sanamos esas heridas, incluso, podríamos encontrar una respuesta más clara y transparente del contexto actual. La violencia degenerada que nos agobia día a día, sin ánimos de culpar a nadie, podrían encontrar una respuesta desde su raíz y afianzar de esa manera un plan más efectivo para contrarrestarla. No podemos negar, por ejemplo, que somos producto de la historia, y la nuestra desafortunadamente no la conocemos.
POR ESWIN QUIí‘í“NEZ
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