Una buena obra simplemente gusta desde el principio: atrapa, seduce y deja buen sabor. Esta condición, que el lector agradece generosamente, no es posible sino gracias al talento, la inspiración y mucho trabajo disciplinado. No es posible una gran obra si detrás de ella no hay un creador que justifique tal espectacularidad.
La obra bella, la artística, es aquella capaz de sacarnos de nuestra indiferencia y transportarnos a un mundo solo explorable desde las posibilidades estéticas. Nos saca de esta realidad y nos conduce al más allá, al espacio de lo íntimo de cada cosa y lo sagrado. Por eso, el mundo que descubre o devela el escritor no puede sino remitirnos al Creador.
Desde este ángulo, el escritor representa a Dios, es su instrumento y mediador, el único, junto a los demás artistas, capaz de mostrar las ideas divinas que concibieron al mundo. Es un privilegiado que se goza en su obra y que se descubre por medio de la escritura.
Jorge Godínez es uno de esos escogidos con cuya vocación artística imita el hacedor del universo para dejar patente (como aquel) la huella divina. En esta obra, Miculax, con una maestría sólo adquirida con el ejercicio perseverante de la escritura, el autor narra los acontecimientos que llevaron a la cárcel y posterior condena capital de uno de los más famosos pedófilos del país: José María Miculax Bux.
Pero debe advertirse que no se trata de una obra «histórica» como quien lo único que hace es recoger fielmente cada uno de los hechos ocurridos en circunstancias verificables, sino que hay todo un proceso de invención que recrea y funda una nueva realidad. De modo que el Miculax de Godínez no necesariamente coincide con el verdadero, sino sólo en lo relativo a sus «famosas hazañas» de abusador de menores.
En la construcción de la novela que ciertamente llevó al autor a investigar los hechos históricos auténticos, el autor retrata la época en que se desarrollaron los acontecimientos: la cotidianidad guatemalteca de mediados de siglos, la paz relativamente experimentada (sólo interrumpida escandalosamente por Miculax), la vida aparentemente rural y de relaciones primarias entre los pobladores de la ciudad, las actitudes de las personas, sus temores, sus alegrías y sus esperanzas.
Otro elemento interesante del escritor es que en ningún momento toma posición respecto a lo narrado. Godínez no es un autor que juzga y que condena, se mantiene al margen del clásico escritor moralista que escandalizado se rasga las vestiduras y manda a la hoguera a sus protagonistas. En todo caso, narra la historia y deja al lector que juzgue, absuelva o condene los hechos. La historia es simplemente contada con «fidelidad», sin sesgos, para mostrar la grandiosidad de la experiencia misma.
Quien cuenta la historia en Miculax es un narrador omnisciente que conoce todo. í‰l es el testigo de cada una de las violaciones a niños, el psicólogo que conoce los sentimientos del pedófilo, el asistente presencial en todos los momentos del protagonista: captura, confesión, tortura y fusilamiento. Incluso conoce como terminan los días del cómplice condenado a treinta años de prisión.
La novela tiene una construcción circular: comienza con la decapitación del protagonista y la explicación de los últimos días vividos por su cómplice (convertido en bibliotecario y pastor protestante) y termina con la captura de los también asesinos y su posterior fusilamiento. Este dato es interesante porque el escritor opta por una mecánica no convencional que le da a la novela un atractivo mayor y hace que el lector conozca ?de entrada- el final de la obra.
¿Pero quién es este Miculax que tiene en vilo a la población y se convierte en el centro de atención de toda la novela? Si nos atenemos al testimonio de Godínez es un personaje «sui generis» en el que convergen las desgracias de un mundo que parece negarle la felicidad. Su vida parece haber sido diseñada por un dios miserable decidido a vengarse de la humanidad por medio de él. Proviene de familia humilde, indigente, sin padre ni educación. Violado por su padrastro, dedicado al robo para tener que comer, encarcelado y vuelto a violar por los presos. Toda una vida concebida por una voluntad diabólica.
En esas circunstancias, al encontrarse Miculax con un familiar cercano (no se sabe si hermano, primo o pariente lejano) -Mariano Macú Miculax-, «originario de Patzicía, moreno, descalzo, gordito, pero más alto que José Miculax» empiezan a dedicarse a la violación de niños y a su posterior asesinato. Entre los dos practican el abuso de menores y ocasionalmente la necrofilia ?cuando los infantes están recientemente fallecidos y aún es posible la penetración-.
El itinerario de abusos empieza con un niño llamado Tobías, prosigue con Gregorio, Enrique, César Augusto y de aquí en adelante la cantidad de niños abusados y asesinados es enorme. Pero el protagonista es inconsciente de lo que hace y nunca muestra arrepentimiento ni pena por sus actos. En un diálogo antes de ser fusilado expresa lo siguiente:
¿Y no te dan lástima los niños que mataste? ¿No tienes remordimientos?
No.
¿Quiere decir, que no estás arrepentido de lo que hiciste?
No.
¿Qué sentías al matarlos?
¡Rico!
¿Te gusta matar?
Sí, pero sólo a los niños.
¿Por qué a los niños?
Porque es más fácil, los grandes se defienden.
¿No tenías miedo de que te agarrara la Policía?
No, nunca tuve miedo, porque para mí hacer eso era como una cosa natural, sin importancia.
La impresión que muestran estos diálogos es que el protagonista de la novela, José María Miculax Bux, nacido en 1925 en Patzicía, más que una persona es un monstruo.
El procedimiento de sus violaciones siguen en general el mismo patrón: engañó a los menores (les ofrece cazar conejitos), violencia contra ellos ?amarra sus manos con una cuerda a sus espaldas-, penetración y contemporáneamente asesinato por asfixia al apretarlos el cuello (lo excita la lucha de los niños por sobrevivir). Es una cosa pavorosa, pero en la que el autor narra los hechos si morbo, sin afán de escandalizar ni cediendo a la vulgaridad.
La obra de Godínez tiene muchos otros méritos, por ejemplo el de tratarse de una novela negra (quizá la primera y más importante) de la narrativa guatemalteca, la solidez de la narración expresada en una coherencia singular en la que no hay brincos ni saltos que pierdan al lector, la facilidad en el uso del lenguaje (usa formas directas de escritura que permiten la nitidez de la expresión), la sensibilidad en el abordaje de sus temas que permite dar realce a algunos momentos narrativos respetando los hechos pero sin caer en la exageración ni sentimentalismos, en fin, hay muchos elementos valiosos en la escritura de Godínez que lo consagran como un escritor de mucho talento y con un futuro promisorio en las letras del país.
El libro será presentado el 21 de noviembre en «TrovaJazz» (Vía 6 3-55, zona 4) a las 7:30 p.m. Están todos invitados.