Michel Foucault: El orden del discurso


Eduardo Blandón

Michel Foucault es uno de esos filósofos que deberí­a ser imprescindible en el estudio de las ciencias humanas. Este privilegio creo que lo tienen también, a mi manera de ver, Platón, Aristóteles, Descartes, Kant, Hegel, Marx, Freud, Nietzsche y un pequeño etcétera de los filósofos llamados «posmodernos».  La razón consiste en que Foucault es un pensador con capacidad para despertarnos de cualquier pesadilla dogmática.


Un intelectual, según yo, debe ser tomado en serio (y esto quiere decir, estudiado) en la medida en que nos abre los ojos.  No se trata del simple iconoclasta que hace del discurso filosófico un show, del que usa los textos para alardear o hacer pasarela o del provocador que se quita su ropa para exponer sus lánguidas ideas.  Yo hablo del pensador que desde una labor dedicada y profunda nos revela ángulos poco explorados o incluso nos descubre universos.  í‰ste es el valioso y el que merece atención y Foucault, como he dicho, pertenece a esa clase de bichos.

Vayamos, entonces, luego de esta pequeña introducción, a examinar lo qué dice el filósofo francés en esta su obra, titulada: «El orden del discurso».

En primer lugar, debe decirse que el texto no fue aparentemente ideado para su publicación, sino que es el producto de una lección inaugural del también historiador, pronunciada en el Collége de France el 2 de diciembre de 1970.  La información no es irrelevante porque permite acercarnos al libro a sabiendas que no se encontrará ni un aparato crí­tico en el que se reporten las fuentes bibliográficas ni una sistematización delicada propia de un texto escrito.

Esta caracterí­stica lejos de restarle mérito al trabajo le pone un plus interesante: la fluidez de las ideas, la continuidad simplificada de las proposiciones y las pocas referencias a autores y comentarios a pie de páginas que a veces complican la actividad lectora.  El texto de Foucault puede ser leí­do en un par de tirones sin apenas advertirse que estamos frente a una exposición de muy alto nivel filosófico.

¿De qué va la obra?  Foucault se concentra en mostrarnos, en un primer nivel,  lo que él llama «los sistemas de exclusión».  El pensador francés parte de la idea (como estructuralista que es, según algunos) que hay un sistema de opresión que impide nuestra libertad.  A él le parece muy evidente, pero en realidad, ha sido urdido de una manera tal, que los distraí­dos (como usted o como yo, de repente) no lo notamos a primera vista.

Los procedimientos de la exclusión son un ardid maquiavélico expresado en lo prohibido, en los discursos y en la separación u oposición entre razón y locura, y, verdad y mentira.  Foucault indica que esta intuición le permite un marco orientador importante en el que trabajar.  De aquí­ que sus libros sobre la sexualidad (lo prohibido), la literatura (los discursos), la historia de la locura (razón y locura) y la arqueologí­a del saber (verdad y mentira) hayan sido su mejor legado a la filosofí­a universal.

«He aquí­ la hipótesis que querrí­a proponer, esta tarde, con el fin de establecer el lugar -o quizás el muy provisional teatro- del trabajo que estoy realizando: supongo que en toda sociedad la producción del discurso está a la vez controlada, seleccionada y redistribuida por cierto número de procedimientos que tienen por función conjurar sus poderes y peligros, dominar el acontecimiento aleatorio y esquivar su pesada y temible materialidad».

Entre todos los procedimientos de exclusión, en este libro le interesa desarrollar eso que llama voluntad de saber o voluntad de verdad.   La tesis consiste en descubrirnos que el discurso no es para nada inocente, en éste se encuentra una voluntad de poder cuya finalidad es el control y sometimiento de los demás.  ¿Cómo lo hace?  Mediatizándolo, prohibiéndolo, restringiéndolo.   Hay una empresa de la que apenas nos damos cuenta que consiste en controlarnos para no salirnos de «lo normal».

La voluntad de verdad se dirige al dictado del discurso que nos indica de manera solemne qué es verdad y qué es mentira.  Eso que llamamos «verdad», según Foucault, debe inscribirse en un horizonte con intenciones de dominio y control.  Es verdadero, habitualmente, lo que el discurso de los poderosos sanciona como tal.  Igualmente sucede con la «mentira», llámese así­ aquello que es condenado por quienes manejan el cotarro.

«Desde luego, si uno se sitúa en el nivel de una proposición, en el interior de un discurso la separación entre lo verdadero y lo falso no es ni arbitraria, ni modificable, ni institucional, ni violenta.  Pero si uno se sitúa en otra escala, si se plantea la cuestión de saber cuál ha sido y cuál es constantemente, a través de nuestros discursos, esa voluntad de verdad que ha atravesado tantos siglos de nuestra historia, o cuál es en su forma general el tipo de separación que rige nuestra voluntad de saber, es entonces, quizá, cuando se ve dibujarse algo así­ como un sistema de exclusión (sistema histórico, modificable, institucionalmente coactivo)».

Esta voluntad de verdad tiene éxito, según el francés, porque se apoya en una base institucional: está a la vez reforzada y acompañada por una densa serie de prácticas como la pedagogí­a, el sistema de libros, la edición, las bibliotecas, las sociedades de sabios de antaño y los laboratorios actuales.  Es una maraña arquitectónicamente diseñada en la que apenas queda espacio para la libertad de pensamiento.

Para Foucault las estrategias que permiten la sumisión del discurso son: el comentario, el autor, las disciplinas, el ritual y la adecuación social.  Sobre el comentario, el filósofo dice que se basa en los textos religiosos o jurí­dicos, «son también esos textos curiosos, cuando se considera su estatuto, y que se llaman «literarios»; y también en cierta medida los textos cientí­ficos».  Son una especie de libros sagrados con los cuales no queda sino estar de acuerdo.

«El comentario conjura el azar del discurso al tenerlo en cuenta: permite decir otra cosa aparte del texto mismo, pero con la condición de que sea ese mismo texto el que se diga, y en cierta forma, el que se realice.  La multiplicidad abierta y el azar son transferidos, por el principio del comentario, de aquello que podrí­a ser dicho, sobre el número, la forma, la máscara, la circunstancia de la repetición. Lo nuevo no está en lo que se dice, sino en el acontecimiento de su retorno».

Respecto a lo que Foucault denomina «el autor», debe considerársele no como el individuo que habla o escrito un texto, sino como principio de agrupación del discurso, como unidad y origen de sus significaciones, como foco de su coherencia.  La idea de «autor» también constituye una trampa en la medida que los demás discursos deben ajustarse a las palabras de ese sabio fundacional que nos ha precedido. Foucault dice que el comentario limita el azar del discurso por medio del juego de una identidad que tendrí­a la forma de la repetición y de lo mismo.

Como puede verse, hay muchas cosas que quedan en el tintero, pero lo dicho hasta aquí­ puede servir como motivación para iniciarse en una lectura filosófica siempre desafiante y reveladora.  Atrévase y adquiera el texto en Librerí­a Loyola.

FICHA Tí‰CNICA

TíTULO: «El Orden Del Discurso»

AUTOR: Michel Foucault

TRADUCCIí“N: Alberto Gonzalez Troyano

EDITORIAL: Tusquets Editores

PAíS: ESPAí‘A

Aí‘O: 2004

ISBN: 9509779695, 9789509779693

PíGINAS: 76