Mi homenaje al Diario La Hora en su LXV aniversario


Junto con las tradiciones de fin de año llega, una vez más, el dí­a dos de noviembre, un aniversario más de fundación y circulación del Diario La Hora en su cuarta época; en el 2009, su LXV aniversario. Mi saludo más efusivo, cordial y solidario para quienes hacen posible diariamente esta labor periodí­stica, que significa mucho más que una preocupación por el acontecer diario y el mantener objetivamente informado al pueblo de Guatemala. Como tantas veces lo hemos reiterado, pero que no nos cansamos de hacerlo, ello se debe a la mí­stica de trabajo de los directores del periódico, que surge cuando realmente se ama lo que se hace, con vocación profunda y no desmentida responsabilidad. Esta mí­stica de trabajo se ha extendió a cada uno de los miembros del equipo de trabajo del Diario.

Celso A. Lara Figueroa
Universidad de San Carlos de Guatemala

Soy de los que se entusiasman en colaborar con este periódico. Aquí­ me siento en casa, pues a pesar de las limitaciones de espacio, naturales en un medio como éste, la estrechez económica, los temas históricos y culturales siempre tienen cabida en el periódico en forma extensa y destacada.

Estoy convencido que el único medio en donde realmente se entiende a la cultura, y no se le deja como la cenicienta de las artes, es en el Diario La Hora. Aquí­ aparece el único Suplemento Cultural dirigido con todo acierto por el escritor Mario Cordero ívila, dedicado en verdad a las letras y no únicamente a ocasiones de sociedad. Aquí­, temas de la cultura del Hombre, del Arte, de lo que lo universaliza, tiene preferencia. La filosofí­a, el arte, la música, la poesí­a y toda inquietud del Hombre es destacada en La Hora. Ello es más que encomiable, pues una nota roja puede vender muchos ejemplares, pero un comentario histórico, el análisis musicológico de un compositor o la obra de un nuevo poeta, no mueve multitudes ni deja réditos, pero sí­ cimenta la identidad nacional y cultural de un pueblo, de nuestro pueblo de Guatemala. Los Directores de La Hora, desde los tiempos del egregio patricio don Clemente Marroquí­n Rojas, entendieron que la fuerza de un pueblo se encuentra en el conocimiento de su historia, su cultura y sus tradiciones. Que solo se ama lo que se respeta, y que la identidad nacional no se forja al calor de discursos vacuos en organismos burocráticos y politizados, sino en el diario y cotidiano enseñar, objetivamente, los valores históricos y sociales de nuestro sufrido paí­s. Y eso, por supuesto, no proporciona réditos; pero sí­ la honda sensación de estar cumpliendo con lo que la sociedad nos demanda.

En Guatemala, donde somos tan mezquinos con nuestros propios hermanos, La Hora, es un medio que nos demuestra cotidianamente la solidaridad que debiese de haber entre los guatemaltecos, donde se reconocen causas justas, no se adula a nadie, pero también se dice la verdad sobre lo que pasa a nivel público en nuestro paí­s. La Hora, en verdad, sienta cátedra en este sentido: es el medio por el cual nos sentimos esperanzados que en Guatemala, a pesar de ser la más intransigente y polarizada sociedad de América Latina -como bien lo señala Oscar Clemente-, si podemos aprender a respetar las ideas de «los otros», a compartir ideas, sin necesidad de exterminar al que no está de acuerdo con nosotros. Es necesario aprender a vivir en el disenso, más que en el consenso. Esto para los que nos dedicamos al estudio de la historia y de la cultura, es de una importancia capital, pues permitirá forjar y legar a las generaciones del futuro, una sociedad menos intransigente y violenta. Se trabaja con ahí­nco, con alegrí­a, con el buen humor que por suerte aun nos ha dejado la ola de angustia que ha consumido a la generación a la que pertenezco, pero jamás se deja de laborar con responsabilidad denodada. Y la enseñanza es indeleble para siempre. Ello sí­ que es importante e indispensable en La Hora.

Sus páginas han dado cabida a las inquietudes de estudiantes de la Universidad de San Carlos de Guatemala, sin censura y con suficiente estí­mulo. Mis alumnos de la Escuela de Historia se sienten más estimulados a seguir escribiendo e investigando cientí­ficamente, después de ver sus esfuerzos publicados, que una nota alta. Es una labor que, como formador de recursos humanos universitarios, valoro como pocos.

Otra de las grandes virtudes de La Hora es su amplitud y su respeto profundo al que escribe. En los múltiples y largos años que tengo de colaborar en este diario JAMíS he sentido el amargo sabor de la censura. Oscar Clemente Marroquí­n Godoy, lo único que exige es calidad en los textos presentados. Lo demás es responsabilidad del que firma. Es por ello que se ha convertido en baluarte de causas nobles y justas en nuestro aldeano medio. El acoger las ideas del público y de sus intelectuales y transmitirlas a la sociedad nacional sin restricción alguna, ha sido una constante que debe enorgullecer a los hijos y nietos de don Clemente Marroquí­n Rojas «el grande». Es una semilla sembrada que hoy fructifica frondosa y fecunda.

Para el que escribe, simple aprendiz de Musicólogo y más de Historiador, el colaborar con La Hora, es un alto honor, pero más aún, es un gusto muy particular: es un enorme placer pero también, y sobre todo, una irrestricta responsabilidad, por el calor con que se me ha acogido. Mi tarea en estos largos años ha sido pergeñar cuartillas sobre la música y los músicos occidentales y sobre la cultura popular y tradicional de Guatemala, con el único objeto de compartir con el gran público la experiencia adquirida. La Hora no nos ha escatimado espacio ni entusiasmo, como en pocos periódicos que he visto y aun trabajado en América Latina.

En este nuevo aniversario, mi tributo de cariño y admiración al Diario La Hora y mi homenaje sincero y solidario y gratitud, sin adulación, a Oscar Clemente Marroquí­n Godoy, su Director General, por ese enorme esfuerzo de mantener un periodismo ágil, moderno, pero ante todo, ético, limpio, de cara al viento. Pero ante todo, por ser profundamente humano, en el sentido de Michael Ende.

¡Para un Gran Señor, grandes palabras, de sobra merecidas!