Meyer el pedagogo


Si nos fiamos de las declaraciones del presidente del Congreso, Eduardo Meyer, respecto a que no sabí­a nada de lo que sus asesores fraguaban con el dinero de esa institución, tenemos que concluir que en Guatemala los polí­ticos en general son unos tarados de campeonato porque regularmente, cuando tienen problemas, dicen nunca saber nada. Entonces, como dirí­a Mario Taracena «El presidente (Meyer) o es muy tonto o nos está engañando, pero cuesta creer que no estuviera enterado de una inversión tan grande y con tanto riesgo».

Eduardo Blandón

Como sea, Meyer está frito como Presidente del Congreso. Si dice que no sabí­a nada del mal manejo de los fondos públicos hay que separarlo del puesto por irresponsable, ingenuo, cándido o distraí­do. El paí­s no puede confiar en un sujeto así­. Debe pensarse que si ignora el destino de millones de quetzales, su desconocimiento en otras materias debe ser de antologí­a.

Si Meyer sabí­a del mal manejo está doblemente frito. Debe obligársele a renunciar por corrupto y por tonto. Por corrupto por querer «jinetear» un dinero que no le pertenece y, por tonto, por hacer una maniobra burda. Si fuera así­, no sólo merece abandonar el Congreso, sino ir a parar a la cárcel. Actos así­ no se deben permitir y deben servir como modelo o ejemplo para quienes sienten tentación en la vida polí­tica de apropiarse de lo que no les pertenece.

El partido Unidad Nacional de la Esperanza debe ser firme con el polí­tico y demostrar que es intolerante frente las maniobras oscuras. Ocultar los hechos y ofrecerle cobijo, por más que sea un funcionario de confianza del Presidente, no le hará bien al gobierno. Un acto así­ darí­a la razón a los enemigos polí­ticos que por la pérdida de las elecciones no han dejado de atacar a Colom y a su partido. Serí­a la prueba que andaban buscando y el mayor testimonio de que tení­an razón de las sospechas de podredumbre de quienes gobiernan.

Meyer se defiende arguyendo que se trata de un «ataque polí­tico», pero por más que lo intente, sus ideas no podrán convencer ni al piloto ni a su secretaria ni a quien hace la limpieza de su casa. El Presidente del Congreso se puso en una situación difí­cil y está visto que cayó en tentación. Ahora, por más que se confiese y haga penitencia, la marca de la bestia la lleva indeleble sobre su cabeza.

La Prensa hace un buen papel investigando a los funcionarios porque el caso Meyer es, con toda seguridad, un modelo que se repite en otras instituciones del Estado. El «jineteo» de fondos públicos es proverbial en el paí­s y es una maña que debe eliminarse. En la administración pasada, por ejemplo, se supo de varias instituciones de gobierno que practicaban esas fórmulas económicas para beneficio personal, pero, curiosamente, los medios de información fueron poco incisivos para denunciar esa corrupción. Ahora, aprovechando el resentimiento de algunos grupos, hay que ponerle atención a esas cosas y sancionar a quienes quieren volverse ricos en cuatro años o menos.

Meyer, entonces, como buen académico, se convierte en modelo pedagógico para las futuras generaciones, ha enseñado por la ví­a negativa respecto a cómo no conducir la propia vida. En esto sí­ ha sido noble de su parte, aunque no estoy seguro si por voluntad propia.