En los centros urbanos y periferias de las grandes ciudades es fácil identificar pronunciadas disparidades, acentuadas contradicciones y abismales desajustes económicos, sociales y culturales. Entre una y otra visita que uno pueda hacer a un país, es posible advertir los cambios que se puedan estar dando, en unos casos, para bien y, en otros, para mal. Son contradicciones propias de sociedades en transición que -por contradictorio que parezca? no avanzan, o marchan hacia atrás.
Urbanísticamente los cambios que se dan pueden o no ser impresionantes. Las vías de comunicación y transporte se modernizan, las edificaciones son más ostentosas, exclusivas, y se expanden hacia arriba; los grandes centros comerciales, tiendas y almacenes son el reflejo de una sociedad consumista y compulsiva, atrapada por lo superfluo y obligada a vivir de ilusiones y de lo que el insaciable mercado oferta en beneficio de la élite comercial, industrial y prestadora de servicios. La propaganda convierte en necesidad lo no indispensable.
Entre tanto, en las áreas marginales el hacinamiento y la estrechez agobian a una cada vez más desesperada población que carece de empleo o se dedica a la economía informal. Los salarios que devenga, si es que tiene alguna ocupación ocasional o permanente no le alcanza ni para sobrevivir. Este mayoritario segmento de la población es la víctima principal de la inseguridad pública o termina convirtiéndose en instrumento de ella. La pobreza no criminaliza: margina y castiga, condena y subyuga.
México es para mí ?y muy en particular el Distrito Federal?, como un libro abierto y referente que ?guardando las distancias y proporción? me sirve para establecer diferencias y similitudes respecto a lo que acontece aquí, en Guatemala.
Esta vez, acompañando a Ana María, estuvimos en el DF, gracias a la generosa invitación de Espartaco y Lupita. La visita de ahora nos dio de nuevo la dicha de estar con nuestro tercer nieto, José Miguel. Todo lo que disfrutamos en común queda en el registro de mis notas personales. Pero hay algunas cuestiones que no quisiera dejar de compartir y que empiezo a referir en el día del cumpleaños de mi hijo mayor, Ricardo Pedro.
Hace algún tiempo, en el DF era fácil advertir la animadversión de los citadinos hacia los juniors, «los hijos de papi», muy dados a hacer ostentación de su condición de «clase aparte», por «encima» de los demás. Eran los «ostentosos» de entonces. Al parecer, los juniors son un fenómeno social en tránsito de desaparecer ?si no es que ya dejaron de «existir»? para dar paso a los pirruris, una suerte de «nuevos» privilegiados por lo que sus «papis» son, y no por lo que ellos creen ser.
La caracterización del pirruris tiene su origen y es la continuación ?en la fase de la crisis actual de la globalización neoliberal?, de lo que fueron los hijos del «jet set» de la (hace ya mucho tiempo) colonia pirruris por excelencia: la Juárez, en donde está la otrora deslumbrante Zona Rosa que ?a decir del escritor Armando Ramírez, ya no es rosa sino tiende a roja?, el museo de cera, las calles de renombre como Liverpool, Lisboa, Lucerna, Niza, General Prim, Abraham González, Bucareli o Atenas (con el que fue su emblemático centro nocturno, El Patio), la Versalles con sus cafés antiguos, y «hoteles de paso» para los de bien vestir, y que en nada se parecen o fueron como son los de ahora de la Calzada de Tlalpan.
Lo pirruris no puede decirse que sea una especie en extinción. Es un remanente de los juniors que, en constante reciclaje, define un comportamiento y modo de ser de buena parte ?y quién sabe si no de la mayoría? de los estratos altos de la sociedad, la que acapara el mayor volumen de una riqueza cada vez más concentrada e inequitativamente repartida. Un mexicano, el señor Slim, es el hombre más rico del mundo, y ?a la vez?, a la mayoría de mexicanos la golpea el cada vez mayor índice de expansión de la pobreza y la pobreza extrema.
El México de hoy ya no es el de antes de 1986 ni se le puede ver con los ojos de entonces. El California Danzing Club (que sigue funcionando) no es para nada lo que llegó a ser en algún momento El Patio de la Juárez, ni uno más de los antros de los pirruris de las clases medias. Es el emblema del reventón danzonero del chilango de verdad, el califa de siempre.
Y como algo queda pendiente, la próxima semana me referiré a algo más de los pirruris pero, además, a los nacos y chilangos. Lo chilango ha dejado de ser el trato despectivo con el que en los otros estados de la República se identifica a los del DF. Al chilango de ahora lo reivindica una suerte de publicidad kirch propia de cierta intelectualidad nice o que aparenta serlo.
En cuanto a los nacos, cabe anticipar que ya no caracteriza el modo de ser, vestimenta y extravagancias de los estratos bajos: abarca y absorbe ?por igual? a la élite alta. Tan naco puede ser alguien de un área marginal como el más pipirinice, pasando por los de clase media.