El 2013 se fue, para algunos muy rápido, para mí no tanto. Todo cambió. El espacio en el que estaba, la gente con la que compartía. El clima, la cerveza, los hábitos y los temores. Fue muy lento en realidad, días largos, no tanto como las noches –cuando los pensamientos comen, devoran más bien y todo fluye, no sé si para darles más o para no caducarse en una cabeza saturada–.
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Exámenes, diagnósticos, tratamientos. Todo encaminado a permanecer. Minutos de angustia, luego de dolor. Segundos eternos para quien espera que todo ese trajín se acabe.
Todo cambió. Lo descubrí al volver. El tiempo y las ocupaciones marcaron distancia, mucha más que la que la geografía impone. También curó heridas, raspones más bien y remató en abrazos.
Fue un año extraño, de ir y venir. Un año de despedidas. Algunos se fueron a otro espacio dejando su sonrisa en mi memoria. Otros simplemente se fueron, alzaron vuelo del domicilio de mis afectos, paradójicamente sin afectarme. Me despedí de mí misma, me metamorfoseé y solté al fin el capullo represor, moralista a veces y auto-egoísta y me gustó más ahora.
Fue un año raro, lecturas nuevas vinieron a mí, música distinta danzó en mis sueños y colores más vivos asomaron en la paleta de mis ideas. Personas sorprendentes asomaron en mi camino mientras el cielo de Granada celebraba a la Purísima.
Fue maravilloso, Emma llegó a este mundo llena de luz y sonrisas. Inés empezó a explorar y explotar talentos acariciando mi alma con su impresionante mirada. El calor de las manos de mi mamá me llenó de nuevo y mis pies recorrieron la tierra de la gran nube blanca y los bordes de Xolotlán y Cocibolca.
Regresé de mis raíces hacia mis rizomas y celebré con caldo de frutas ese reencuentro.
El 2013 se fue, para algunos muy rápido, para mí no tanto.
Ahora, nuevos olores, sabores y texturas me esperan sin que vaya a buscarlos, despliego mis alas, sonrío y abrazo.