El libro que ahora pongo a su consideración lleva por título «cómo trabajar con la diversidad del aula», es publicado por la editorial Narcea y aparecido por primera vez en el año 2005. Si consideramos la fecha deberíamos de catalogar el libro como reciente aunque los temas sean los habituales cuando de educación se trata.
¿Cuál es la peculiaridad de la obra? Hay varias cosas que encuentro interesantes. En primer lugar, en cada capítulo los autores hacen una reflexión sobre la actividad educativa en la que conjugan la facilidad del texto con deseos de cierta profundidad teórica. Esto permite que casi todos, «tirios y troyanos», puedan tener acceso al estudio y sacar el provecho que se desee. En un segundo momento, la obra presenta actividades reflexivas: preguntas guiadas, actividades grupales, con el propósito, sin duda, de que cada persona o grupos puedan meditar sobre la actividad que realizan en su diario vivir.
Por tales razones, como puede preverse, el libro está dirigido a profesores. Aquí se trata, como muestra el subtítulo, de dar pistas de meditación a quienes trabajan en el aula. Es importante señalar que el material da evidencia de que los autores son personas no sólo con conocimientos conceptuales del tema, sino también con experiencia existencial del hecho educativo. Esto es valioso porque el material constantemente pone los pies sobre la tierra y reflexiona sobre lo que se puede hacer en las aulas de estudio.
Por otra parte, en un sentido negativo, la obra no es un estudio exhaustivo de temas pedagógicos. Hay reflexiones concretas con un aparato crítico que resulta valioso para futuras lecturas, pero los temas no se agotan (porque, por otra parte no es el propósito del libro), no hay espacio para la discusión filosófica o científica ni grandes narraciones teóricas. Se presenta lo elemental y a partir de esto se buscan aplicaciones prácticas.
La dupla Blanchard y Muzás desarrollan los siguientes temas: 1. Los protagonistas de la educación; 2. Claves del aprendizaje. ¿Cómo aprenden nuestros alumnos?; 3. Nuevas claves para enseñar. Condiciones para la innovación y la mejora continua; 4. Estrategia que afectan a la organización; 5. Estrategias para el seguimiento del grupo clase y de cada uno de los alumnos; y 6. Estrategias que favorecen la implicación activa del alumnado.
El libro se inicia con la convicción de que sólo una reflexión serena y profunda de la actividad realizada en el aula permitirá un desarrollo efectivo entre los alumnos. La práctica educativa no debe ser espontánea ni irracional, sino sistemática y calculada. Como toda tarea científica no se puede dejar al azar, sino prever para el éxito en una actividad gratificante, pero al mismo tiempo poco fácil. Aquí se trata por consiguiente de pensar o morir anquilosados al pasado y echando a perder seres humanos.
De aquí la importancia que el texto da al profesor como mediador educativo. No es un gurú o un sabelotodo, sino quien permite experiencias y orienta el conocimiento. Comparte con los estudiantes y juntos buscan la verdad. Facilita la actividad, no la dificulta. Parte de actividades concretas, conecta con los saberes de los alumnos e ilumina las mentes.
«El mediador presentará las situaciones de aprendizaje de forma motivadora y relevante para que el sujeto se implique activa y emocionalmente en la tarea. Esta mediación incluye tres requisitos: 1. Despertar en el niño el interés por la tarea en sí; 2. Discutir con el sujeto acerca de la importancia que tiene dicha tarea; y, 3. Explicarle la finalidad que se persigue con las actividades y con la aplicación de las mismas».
El tema de la motivación en la actividad educadora es de relevancia dicen los autores, porque mientras no provoque el interés en el niño la semilla que tire puede caer sobre tierra infértil. Se trata de buscar conectores, actividades vitales o conocimientos previos para dar el arranque inicial. Conseguido esto, lo demás viene por añadidura porque los estudiantes, por lo demás, son curiosos por naturaleza y desean profundamente conocer cosas nuevas.
El interés por la discusión en la actividad mediadora no es retórico. Según los autores, la educación debería ser un proceso de diálogo entre el alumno y el profesor para, a través de una interacción sana y fecunda, se puedan alcanzar las metas deseadas. Pero la condición de un buen diálogo consiste en adecuadas relaciones interpersonales, por eso el educador debe conectar con sus alumnos para entrar en sus mentes. La educación, al final, no deja de ser también una cosa del corazón.
«Como diría Vygotsky, la primera ley del aprendizaje es la de la interacción, de manera que para asegurar que el aprendizaje se dé, a continuación en el interior del individuo, previamente han de asegurarse las relaciones educativas (…). Sólo desde esa interacción se puede llegar a la comprensión y a la profundización en el conocimiento: debatir, disentir, desentrañar el conocimiento, plantear nuevas alternativas a las teorías ya investigadas, además de lo anteriormente expuesto, genera un pensamiento rico y creativo, capaz de realizar nuevas aportaciones en el futuro».
Por otra parte, es siempre aconsejable en la actividad escolar comprender que los estudiantes son personas y por tanto capaces de comprender y razonar. Hay que orientar explicando a cada momento lo que se hace, la intencionalidad y los motivos. Este «para qué» explicado puede colaborar y dar sentido a lo que se hace. Por lo demás, los autores comparten la convicción a Feuerstein y Gardner de que todos los niños son capaces de aprender.
Esta convicción es importante porque conduce a la afirmación de que el fracaso escolar del niño puede deberse más bien a la incapacidad de los educadores en orientarlos y enseñarles. El fracaso escolar no es una medalla o un trofeo del cual sentirse orgulloso, sino más bien la evidencia de un fallo general desarrollado en el tiempo.
«Feuerstein piensa que el bajo rendimiento en la escolaridad se debe al uso ineficaz de las funciones, que son prerrequisitos para un funcionamiento cognitivo inadecuado, no a que éstas no existan el repertorio del sujeto (?). Entiende que el organismo es un sistema abierto al cambio y que «ningún daño o deterioro psíquico ni ambiental puede producir daños irreversibles, sino que toda intervención sistemática hará reversible tal condición a través del cambio que se produce en la estructura cognitiva del individuo»».
El libro, aunque no descubre el agua azucarada, no deja de ser valioso para provocar la reflexión y continuar profundizando en esas teorías educativas que puedan ser claves para el desempeño de la actividad docente. Con gusto sugiero su lectura.