Este lema era coreado la semana pasada por la marcha laica antipapa que se enfrentó a los jóvenes cristianos en el contexto de la llegada del señor Benedicto XVI a España, quien asomó para atender el evento de orden internacional llamado Jornada Mundial de la Juventud. Atrás de esa frase, subyace una realidad de orden también global: el sistema capitalista padece ya síntomas de fatiga estructural y las contradicciones entre capital y humanidad están empezando a tambalear el orden establecido.
Las masas del llamado “movimiento de los indignadosâ€, que han empezado a organizarse por todo el Viejo Continente y también por lugares como Israel, no claman por una revolución política; son generaciones que rechazan la realidad de un sistema que les prometió empleo y bienestar y hoy se ven fuera de esa posibilidad, tan simple como eso. Para las generaciones de jóvenes europeos, cuyos padres se formaron con el Estado bienestar en plenitud y con la aspiración de la eurozona como un centro mundial de poder económico, no habrá beneficios ni oportunidades y saben que el futuro se avizora oscuro, es más, muchos de ellos ahora se concentran en la revalorización de lo local a contrapunto de la construcción que sus padres hicieron de una identidad europea. Esa misma semana en la que un millón de chicos fueron convocados con el objetivo de renovar su fe cristiana, las principales bolsas de valores cayeron por la noticia de la desaceleración de la última economía fuerte en Europa, la de Alemania. España, el lugar de los hechos, es el país con uno de los índices de desempleo más altos de ese continente y es el que albergó la semana pasada la reunión de miles de jóvenes del mundo, incluido una delegación de Guatemala que bajo su creencia, pagaron una inscripción a la cita católica que iba entre $45 y $300 por persona, parece que la cuota les daba derecho a un rosario, un abanico y una cerveza sin alcohol. Es también ese país en el que la mayoría de personas entre 25 y 40 años tiene la vida embargada y atada a deudas hipotecarias inmobiliarias, por la aspiración de lo que ellos llaman “hacerse la vidaâ€, lo cual no es más que el sueño clasemediero de su piso (casa), su familia, su carro etc. Lo que unos pretenden demandar a través de la indignación, otros lo subliman a través de la oración; unos están armados de botellas y piedras y otros lo hacen con crucifijo y rosario en mano, ambos grupos transitan fluidamente por las vías de la virtualidad en facebook y twitter. El antagonismo entre ambos grupos es aparente y es más bien confluyente sobre una realidad de la que pocos son conscientes; las corrientes del capitalismo globalizado les arrastran río abajo, a pesar de que sus Estados europeos les preparó para la vida productiva y así alcanzar el sueño material. Una maquinaria educativa y de especialización laboral, los dispone y les promete la inserción en un mercado del cual cada vez existirán menos y menos como consumidores plenos. Es muy probable que muchos jóvenes estén empezando a razonar que la exaltación de la “juventud†como una noción inducida por el neoliberalismo, según la cual, el hecho de ser joven garantizaba algo nuevo como una condición para la renovación, no sea más que la triste realidad de un sistema que reprodujo más y más jóvenes, pero con ideas viejas. Es debido entonces el razonamiento que la contradicción no es entre jóvenes y viejos, sino entre ricos y pobres, es de clase la negación. Quizá los indignados están enfrentando con mayor realismo la situación, mientras que las masas de jóvenes católicos aún se debaten en la autocomplaciente doble moralidad que su institución milenaria les propone, por ejemplo, el celibato para una realidad pedófila de sus representantes los curas. Marieta Jaureguizar, portavoz de la JMJ expresó que las juventudes católicas comparten las mismas inquietudes del movimiento de los indignados. Camila Vallejos, presidenta de la Federación de Estudiantes Universitarios de Chile retaba a los jóvenes chilenos a dejar el modelo de una educación universitaria solo como medio para hacer dinero y buscar una transformación social. La primera lo hace sobre un Estado que les brindó todas las oportunidades, pero un mercado que no los reconoce; la segunda lo hace sobre un sistema que injustamente les demanda hacerse cargo del futuro sin haberles aportado nada, ese ese el futuro cercano.