En la columna de este viernes continuamos con la exposición de la obra de ese gran músico alemán Félix Mendelssohn, y como siempre en homenaje a Casiopea, esposa dorada, quien es viva primavera que pasa como innumerable aroma recogiendo mi esperanza.
A lo largo de los cinco años siguientes – y como decíamos en nuestro anterior Tema Musical fue nombrado director de la orquesta del Gewandhaus, en Leipzig-, y merced a su relación con dicha orquesta. Mendelssohn ofreció la mejor música que se podía escuchar por aquellos días en todo el mundo occidental. Su labor en este período fue realmente modélica.
El 19 de noviembre de 1835 murió de apoplejía su padre. Ante tan fatal acontecimiento, Mendelssohn asimiló esta tragedia incrementando su trabajo habitual. Es evidente que, a pesar de las constantes discusiones que mantuvieron padre e hijo a lo largo de su vida, entre ambos existían lazos de afecto muy profundos, ya que sin el decidido apoyo de su padre, Mendelssohn no hubiera encontrado tan fácilmente el camino del arte.
Luchando con su depresión, Félix termina y estrena el oratorio Paulus, que obtiene gran éxito. Es justamente en la presentación del citado oratorio, en Frankfurt, cuando tuvo ocasión de conocer a la familia Jeanrenaud, cuya mansión visita con regularidad. La viuda Jeanrenaud, tenía una hija, Cecilia, joven de extraordinaria belleza, culta y temerosa de Dios, que en esos días acababa de cumplir diecisiete años. Mendelssohn se enamoró de Cecilia y su decisión no se hizo esperar. Comprendió que aquella muchacha apacible y serena podía ser su esposa y solicitó su mano. Se casaron el 28 de marzo de 1837, dada la rapidez con que se produce el hecho, los dos jóvenes unen sus vidas en Frankfurt.
La unión duró diez años, hasta la muerte de Mendelssohn. Del matrimonio con Cecilia nacieron cinco hijos.
El trabajo de Félix al frente de la orquesta del Gewandhaus continuó con éxito. No duda en incorporar a su repertorio tanto las obras clásicas de Bach y Haendel como la música más vanguardista de sus contemporáneos. A él se debe, por ejemplo, la feliz iniciativa de estrenar La Sinfonía en do mayor de Schubert, fallecido diez años antes.
Por esta gran labor de difusión, la Universidad de Leipzig, le nombra doctor honoris causa en 1838. Sigue trabajando sin cesar, compone febrilmente y hace gala de una actividad constante que pone a prueba su resistencia física. Se dice, incluso, que sufrió sordera por unas semanas. Aquel mismo año, en febrero, nació Carlos, su primer hijo.
En 1840 Mendelssohn realizó otra visita a Londres para asistir al estreno de su Sinfonía No. 2. A su regreso a Lipzig recibió con sorpresa la noticia que el rey Federico Guillermo, reconocido admirador del movimiento romántico, solicitaba su presencia en Berlín para otorgarle el cargo de Director de una futura Academia de Bellas Artes a crearse en la capital prusiana.
Félix no le toma mucho interés a esta invitación hecha por el rey ya que vive momentos muy felices en Leipzig. Finalmente en 1841, la familia Mendelssohn se trasladó a Berlín. El matrimonio tuvo otros dos hijos en los últimos años: María (1839) y Pablo (1841).
La madre de Félix los acogió con alegría. A partir de ahora viven muy cerca de la casa en donde nació el compositor, en la misma calle Lepzig que tantos recuerdos le traen.
Algo que incomodó al compositor en grado sumo, fue el prejuicio constante contra los judíos que no había disminuido en Berlín. Al contrario, se había agudizado. Este ambiente hostil, esos recelos que Félix advierte en los que le rodean, influye en su carácter.
Profundamente dolido, viajó muy a menudo a Leipzig e incluso a Inglaterra, a donde acudió en 1842 para interpretar un recital ante la reina Victoria. Al no encontrar por parte del Consistorio de la ciudad el apoyo necesario que esperaba, el rey Federico Guillermo, abandonó la primitiva idea de crear la Academia de Bellas Artes en Alemania que tanto soñara.