Mendelssohn, su vida y su música III


En esta tercera entrega de Felix Mendelssohn, se abordará sucintamente sobre los viajes que le dejan una profunda enseñanza en su vida futura, como compositor y ser humano. Este es un homenaje a Casiopea, esposa dorada que va dejando sus huellas de amor inescrutadas en los luceros de mi sangre y quien, cual lumbrarada de estrellas, penetra a cada instante en las estancias de nuestra casa-ancla.

Celso Lara

Felix realiza una serie de viajes buscando una formación artí­stica más fecunda y el mejor conocimiento de un mundo cultural que domina la creatividad en su época.

En su primer viaje llega a Inglaterra donde la gran ciudad londinese le aturde; en todas partes se le acepta como el gran compositor que es. Más tarde, en su viaje a Escocia, con ánimo muy sereno compone la excelente Sinfoní­a en la menor, o «Escocesa». Las islas Hébridas, por su parte, le inspiran el tema de La gruta del Fingal, otra de sus obras maestras.

En 1830 Mendelssohn no resiste la llamada de Italia e incluso rechaza una cátedra de música que le se le habí­a ofrecido en la Universidad de Berlí­n. Goethe ha insistido sin cesar para que se traslade al paí­s de la música, a conocer la cuna del Renacimiento, Felix parte hacia Venecia y hace una breve escala en Viena.

Una vez en Venecia, y mientras dura todo su periplo italiano, Mendelssohn tiene ocasión de conocer al compositor Gaetano Donizetti y al francés Héctor Berlioz. Recorre Florencia, Roma, Nápoles…, y su espí­ritu vibra de profunda exaltación ante las maravillas que admira por primera vez.

Se emociona con las celebraciones de la Semana Santa en San Pedro; estudia la obra de Giovanni Da Palestrina y no cesa de admirarse con cada prodigio que halla a su paso: Pompeya, El Capitolio, la plaza de España. Su estancia en Italia lo lleva a componer su Sinfoní­a Italiana.

Pasan dos años y Felix siente la nostalgia del hogar. Atraviesa de nuevo la pení­nsula Itálica con el ánimo de volver a los suyos. Todaví­a permanece unas semanas en Suiza y Parí­s, donde intima con los compositores Federico Chopin y Franz Liszt. En la capital francesa recibe una mala noticia: en Weimar, el admirado poeta W. Goethe habí­a muerto.

De regreso a su patria, llegó a Berlí­n desanimado y triste. Goethe era una de las personas que él más querí­a y que más habí­a hecho por su formación y ya no existí­a.

En Berlí­n la familia de Felix celebra su retorno. Su hermana Fanny acude con el pintor Hensel, su marido desde hace dos años. Mendelssohn, abatido por la desaparición de Goethe, intenta superar esta crisis ofreciendo varios conciertos seguidos, con la idea de no encerrarse en sus pensamientos.

En uno de sus mencionados conciertos se entera que en Londres habí­a fallecido su viejo profesor Zelter. Intenta entonces que se le conceda el cargo que ocupaba el maestro, como director de la Academia de Canto de Berlí­n, lo que da pie a uno de los episodios más amargos de su vida, ya que fue rechazado por su condición de judí­o.

Este contratiempo hace que Felix se refugie de nuevo en la calma de su hogar. Entonces compone sus primeras Romanzas sin palabras, varios conciertos y otras pequeñas obras. Dirige luego la Orquesta Filarmónica de Londres y estrena con ella su Sinfoní­a italiana, y en aquella urbe conoce a la cantante Marí­a Malibrán.

Unos meses más tarde se traslada a Dí¼sseldorf para hacerse cargo de la orquesta y coros de la ciudad. Tampoco tuvo continuidad su estancia en aquella urbe. Sus diferencias con el Consistorio citadino finalizan con su dimisión.

En Berlí­n como reconocimiento a su categorí­a y fama mundial, se le nombró miembro de la Academia de las Artes, una distinción que muy pocas personas a su edad lo habí­an logrado con anterioridad. A continuación, en 1835, Felix Mendelssohn acepta la dirección de la Orquesta del Gewandhaus, en Leipzig.