Memoria reciente (Segunda Parte)


La última semana de descanso me sacó de la rutina de escribir mi columna. El ejercicio de escritor ad honórem sin oficio ni beneficio se hizo parte de mi vida para mi bien o para mi mal y continuó emborronando papeles todos los dí­as, son papeles que no sé que haré con ellos, a lo mejor me pasa las de aquel hombre retirado en Jamaica que cuenta Garcí­a Márquez -en su obra sobre El libertador, El General en su Laberinto- que dedicaba la vida a escribir su biografí­a, una biografí­a que solamente su familia más cercana iba a leer.

Doctor Mario Castejón

Llegué a la Bahí­a de Santo Tomás hace trece años el 2 de abril de 1996, un dí­a de intenso calor como ayer que me impedí­a dormir cuando se iba la luz. El único ventilador de mi casa no funcionaba y el aparato de aire acondicionado antediluviano tampoco, por último ni las ventanas se podí­an abrir debido al zancudero. Durante las peores noches acostumbraba a subirme al vehí­culo y me dedicaba a consumir combustible conectando el aire.

Haciendo un parangón recuerdo que el calor de marzo y abril en las sabanas peteneras y en algunos lugares pedregosos del departamento del Progreso que ascienden a la Sierra de Las Minas, el calor es tan intenso que logra que se fundan las candelas de cebo y dicen que con suerte en las láminas de zinc de los techados, al mediodí­a se pueden freí­r huevos. Ese mismo calor reverberante se apodera de la Costa Este de Izabal, colindante con Honduras en las Barras del Motagua particularmente cuando deja de soplar el viento marino que los lugareños llaman el Sueste. En aquel rincón de selva donde desemboca el gran rí­o luego de su recorrido desde las vecindades de Chichicastenango , la temperatura en los meses d marzo y abril rivaliza con aquella de los Llanos de la Fragua y de las sabanas de la Libertad ya mencionadas, son tierras braví­as en donde sus gentes son tan braví­as como el clima.

Frente a la desembocadura del Motagua en el Golfo de Honduras, la plataforma continental en donde terminan los arrecifes de coral que se extienden desde Belice, sufre un corte de tajo y se precipita en el abismo hasta dos mil metros de profundidad, por eso fue que los hombres de Hernán Cortez le llamaron el Mar de las Honduras. Esas mismas Selvas Cenagosas inundadas de tábanos y de un zancudero perenne, fueron atravesadas por la expedición de castigo que envió Cortez desde Tenochictlán para frenar las ambiciones de uno de sus capitanes, Cristóbal de Olid, a cargo de construir el Puerto de Omoa.

Los hombres de Cortez entre los que se contaba Bernal Dí­az del Castillo, habí­an cruzado el Petén hasta El Golfete que antecede al Rí­o Dulce y llegaron hasta lo que hoy es Santo Tomás de Castilla. Luego atravesando la parte baja de la Pení­nsula de Manabique siguieron el trazo del Canal Inglés, alcanzando el Rí­o Motagua en su desembocadura. Aquellos aventureros ante la gran extensión del Golfete le llamaron en dialecto vascuense Zabal, sinónimo de agua ancha vocablo que más tarde se convirtió en Izabal. Cuesta pensar que por esas ciénagas del bajo Motagua hombres de a caballo hayan podido cruzar esos lugares en donde nada se mantiene a flote, pantanos que hacen desaparecer a veces hombres y animales. Me vienen a la memoria aquellos versos de José Santos Chocano, hablando de los caballos de los conquistadores: «Los caballos cuyos cascos tienen rayo de la raza voladora de los árabes, estamparon sus gloriosas herraduras en los secos pedregales, en los húmedos pantanos, en los rí­os resonantes, en las nieves silenciosas, en las pampas, en las selvas, en los bosques y en los valles.

El mes de marzo del año 2000 navegamos muy sobrecargados hasta Motagua viejo tras un recorrido que nos llevó desde los Cayos del Sur, desembarcando en la bocana del viejo cauce del Motagua. Me acompañaban otra vez Iban Murube y además Pablo Camblor Director de la Organización ZOEA de España, sumados a la presencia del inolvidable don David Zaldí­var. Esa vez conocí­ a Pablo un hombre desbordante de humanidad quien haciendo gala de su enjundia de conservacionista logró una fotografí­a de la pisada sobre la arena de un enorme jaguar que merodeaba nuestro campamento. Tratamos de verlo ateridos del frí­o que en ese año antes del amanecer llegó a los 0 grados, algo inusual que nos hizo apretujarnos cubiertos con un toldo y con las lonas que envolví­an la carga. Es un fenómeno más frecuente en sitios como Australia, pero parece ser que por razones del cambio climático se está presentando en muchas partes del globo. Ni que decir que a mediodí­a la temperatura subí­a hasta los 40 Ese viaje para nuestro querido Pablo le significó no estar presente en una gran pena familiar, su esposa Luz, otra bióloga marina como él y madre de sus tres hijos estaba siendo operada en Madrid por cáncer del seno. Al año siguiente los visitamos con Cristy y en su casa de Laguna Grande, formaban una pareja y una familia esplendida pero Dios dispuso que Luz nos dejara en el año 2006.

(continuará).

Dr Mario Castejón y en algunos cañoque que. .