Con Otto-Raúl González, la poesía cívica y telúrica latinoamericana se sostuvo en la segunda mitad del siglo, adquiriendo una fuerza incontestable.
Cuando en otras regiones del continente tal ejercicio parecía condenado después de las amplias exposiciones cimeras del peruano César Vallejo y el chileno Pablo Neruda, un joven discípulo guatemalteco retomó la antorcha en los años 40’s y la llevó hasta fines del siglo XX, con una amplia obra donde la tierra, el indio, la mujer y la naturaleza son personajes centrales.
González, quien el 22 de enero de 1940, a los 19 años, publicó su primer poema, «Romance de la luna nueva de García Lorca», en un país que vivía bajo la dictadura, animó la llamada Generación del 40, compuesta por autores que se dispersaron después en el exilio tras soñar con la revolución y ver la quimera rota por el entorno de la tiranía.
Las mejores energías de su país y, por ende, las de su generación y las sucesivas fueron malgastadas a lo largo del siglo por la intolerancia, la discriminación racial y la guerra; pero, por fortuna, de tal caos quedaron las obras de González, Augusto Monterroso y Carlos Illescas, entre otros, quienes se radicaron en México luego del corto verano democrático al que siguió la tierra humedecida de sangre.
El ensayista Huberto Alvarado, en un texto de 1955, dice con toda razón que «la exploración de la realidad de Guatemala y los guatemaltecos le ha dado a nuestra literatura en su conjunto dos constantes básicas: nacionalismo y realismo», y agrega que constante es la «orientación realista», que incluye el realismo mágico del Popol Vuh, los «cantos landivarianos a la naturaleza guatemalteca», el realismo «satírico» de Batres Montúfar, el «costumbrista» de José Milla, el «regionalista» de Wyld Ospina, el «crítico» de Miguel íngel Asturias y el «combatiente» de Otto-Raúl González.
En ese marco, y dejando atrás las «salutaciones chocanescas» y el canto hipócrita del indio y la mujer, en boga durante la dictadura, González realizó de manera precoz una verdadera revolución lírica en Guatemala, como ocurría ya en Venezuela con Vicente Gerbasi, en Cuba con Eliseo Diego y Cintio Vitier, en Colombia con los discípulos de Jorge Zalamea y en Chile con Nicanor Parra, para mencionar sólo algunos de los exponentes de ese importante viraje.
Esta recopilación de medio siglo en la actividad poética de González, desde Voz y voto del geranio (1943) hasta los Versos del tapanco (1966), muestra que su poesía ha ido fiel a lo largo del siglo al indio de su país y a la tierra nativa donde sobrevive desde hace milenios, entroncándose así con una viva tradición latinoamericana que dio autores como el peruano César Vallejo, el chileno Pablo Neruda y el mexicano Carlos Pellicer, entre muchos otros.
Su obra halla sus raíces en el imaginario guatemalteco, desde el Libro de Chilam Balam y el Popol Vuh hasta Leyendas de Guatemala y ciertos poemas de Asturias como «Los indios bajan de Mixco», «Marimba tocada por indios» y «Tecún Umán», entre otros. González surge en pleno auge de la narrativa telúrica latinoamericana y en medio de una polémica continental sobre el destino de Latinoamérica, hasta entonces marcada por la tiranía, la explotación inmisericorde de los hombres de la tierra y la ilusión de un cambio general, cosas que, por paradoja, parecieron después asuntos ingenuos o deleznables.
González, convencido de que «toda poesía es surrealista» no buscó inscribirse en alguna corriente como las vanguardias, la poesía española de Juan Ramón Jiménez y la generación del 27, el surrealismo o el hálito nerudiano. Por el contrario, se inscribió con firme decisión dentro de una corriente continental que pervivirá mientras sigan el apartheid racial y las injusticias endémicas instauradas por tiranías que se transmutaron de bananas repúblicas en ficciones globalizadoras del big brother orwelliano.
Puesto que el poeta es antena ante los interrogantes de su tiempo, la materia continental seguirá suscitando el canto y la reivindicación de la naturaleza amenazada y, por ende, el canto y la reivindicación del hombre que cumple su periplo en el interior de su milagro. La vasta obra de González, a contracorriente a veces con las tendencias de moda, nos comunica con el hálito humanista de gran parte de las poesías americanas, desde Walt Whitman hasta Pablo Neruda y desde Vinicius de Moraes hasta Eliseo Diego.
Su existencia no niega a las otras, sino que, por el contrario, les otorga referencias en un panorama que va desde la subjetividad total hasta la indagación cósmica y desde la deliciosa histeria verbal hasta el figurativismo más diáfano.
* Prólogo a la edición de Huitzil una tuxtli (colibrí y conejo) Medio siglo de poesía, de Otto-Raúl González, publicado por el Fondo de Cultura Económica de México en 1998.