Tenemos a la vista, sobre el escritorio de nuestra oficina, una receta sin fecha ni la firma de un médico del Hospital Roosevelt que la extendió a finales del mes recién pasado a un paciente que acudió a la consulta externa por sufrir una dolencia.
El documento anónimo está escrito como con jeroglíficos. No pudieron leerlo en diferentes farmacias a las que por curiosidad llegó el paciente para identificar qué medicamento le fue recetado.
El profesional de la medicina que no estampó su firma en la mencionada receta, al ser consultado por el paciente, le indicó que el “menjunje” de referencia debería comprarlo en determinada farmacia (o laboratorio) existente allí por el Obelisco de la localidad, a donde tuvo que ir después de andar de la Ceca a la Meca en el centro de la capital.
Lo que llamó la atención al paciente fue el hecho de que en el expendio de la medicina del cuento sí pudieron leer los garabatos del papelucho anónimo no adatado porque “algo”, “algo” se traen el médico del Hospital Roosevelt y los señores de la farmacia o laboratorio donde, al parecer, hay “gato encerrado”, léase arreglitos que pueden ser pecaminosos…
Nos manifestó el paciente –instructor del libro de libros de todos los tiempos (la Biblia)–, que en la farmacia a la que con exclusividad debe de estar mandando el matasanos a la gente que llega a la consulta externa, fácilmente leerán las recetas escritas como en clave, intrincadas, sin firma ni fecha.
Piensa el paciente que puede haber toda una mafia (no sólo un médico), que esté haciendo su agosto en otros meses del año con las ilegibles recetas otorgadas a las personas que necesitan consultar sus males en el Hospital Roosevelt.
Dado el calibre de las cosas denunciadas sin palabras cortadas, o sea sin ambages ni reticencias, consideramos que el Ministro de Salud Pública y Asistencia Social debe ordenar una minuciosa investigación orientada a identificar al médico o a los médicos del nosocomio en mención, a fin de que, si se descubren inmoralidades, se adopten sin pérdida de tiempo las medidas que exijan los hechos que, ojalá, no se repitan.
Nos ha causado mala impresión el que, en la farmacia o laboratorio de la proximidad del Obelisco, hayan cobrado la bicoca de Q300.00 por el “menjunje” y, en cambio, en las farmacias ajenas a la exclusividad de la ya citada con antelación, el precio del medicamento sea de nada más que de Q80.OO, y posiblemente siempre deja buena ganancia, ¿no?
Queda, pues, en manos del señor Ministro de Salud Pública y Asistencia Social, ¡la bolita de fuego!!!