Los últimos acontecimientos de violencia y conflictividad obligan a hacer una reflexión sobre los dirigentes que tenemos y la dirección por la que conducen el país; en lo personal creo que con una clase política que da asco por su ineficiencia, egoísmo y corrupción, sería bueno que los guatemaltecos nos cuestionáramos por qué tenemos a estos políticos decidiendo el destino de toda la nación. ¿Por qué ellos tienen el poder y quién se los concede?
Tenemos claro que a ese grupo privilegiado que toma decisiones en la cosa pública, o al menos a la mayoría, no le interesa la seguridad y el bienestar de la población. Si así fuera, por ejemplo, no contaríamos 30 mil muertes por violencia en cinco años y desnutrición crónica en la mitad de los niños de cinco años. Tomando en cuenta que su trabajo es velar por el bienestar de la población, esas cifras ilustrativas dejan claro que no hacen bien lo que les corresponde o mejor dicho, no lo hacen.
Todo apunta a que han fracasado como servidores públicos, porque no han sido capaces de aportar soluciones a los problemas básicos de los guatemaltecos y tampoco han hecho esfuerzos reales para encontrar vías adecuadas para la conflictividad. Entonces, si no son buenos trabajadores para el pueblo, ¿por qué los ciudadanos, que somos sus jefes, no los despedimos?
En esta columna de opinión no quiero abordar los problemas del país, que conocemos y vivimos todos los días, sino llegar hasta los responsables de nuestra situación calamitosa. El objetivo es entender por qué los ciudadanos avalamos a los malos políticos, les pagamos sueldos exorbitantes, aprobamos sus actos corruptos y sobre todo, los mantenemos cada cuatro años en puestos clave dentro de la administración pública y en los partidos políticos.
Mientras ellos sigan disfrutando los privilegios de sus cargos y los negocios que hacen extraoficialmente, seguramente que no se van a mover de su lugar. Su zona de confort está muy bien delimitada y por eso son muy agresivos cuando alguien quiere desplazarles, pero la pregunta clave es ¿se merecen lo que tienen? Si la respuesta es no, entonces ¿a quién corresponde echarlos de sus cargos?
Durante mucho tiempo pensé que los problemas del país radicaban en la clase política y cada vez me convenzo de que los verdaderos responsables de la Guatemala que tenemos somos quienes permitimos el robo descarado, la ineptitud y la inutilidad de los políticos, y no precisamente ellos, que como muchos, son egoístas y oportunistas con buenos conectes y mucha suerte.
Realmente la culpa es de las personas que, por ejemplo, nos enojamos durante tres días por la violación y asesinato de niñas, y creemos que es suficiente demostrar nuestra indignación en las redes sociales o columnas de opinión, pero no nos levantamos de nuestras sillas cómodas para reclamar una respuesta responsable de los políticos para la crisis permanente de Guatemala no solo en cuestión seguridad, sino también en educación, salud y otros temas vitales.
Sí, ya sabemos de quién es la culpa, pero no basta con darnos tres golpes en el pecho al ritmo del “Mea máxima culpa”. Los ciudadanos tenemos que despertar y hacer algo por Guatemala. Cada cuatro años tenemos la oportunidad de elegir dirigentes en los partidos políticos y gobernantes para la nación, y deberíamos aprovechar esa valiosa ocasión para castigar a los que vergonzosamente nos representan, pero también tenemos la posibilidad de exigir en cualquier momento la dimisión y el castigo de quienes abusan de su poder y se aprovechan de sus cargos para su beneficio personal.
Asimismo, tenemos el poder y la capacidad de apoyar a esas raras excepciones dentro de la política, porque también hay que reconocer que existe gente comprometida con el país que cumple con honor el mandato de representar a las mayorías.
Ojalá que los ciudadanos algún día dejemos de lado la indiferencia y el inmovilismo del que se benefician unos pocos “buitres” con la apariencia de políticos.