Con la presente entrega se completan tres reflexiones con las cuales espero dejar propuestas algunas de esas formas chapinas de expresarnos coloquialmente en la cotidianidad, e incluso en la especialidad del discurso, mismas que esconden verdades y significados que nos delatan como sociedad. En el primero aludí a la dificultad que tenemos para desarrollar diálogo o debate sano de manera directa y fluida como conglomerado social; dicha posibilidad sucumbe ante formas que ahogan las posiciones o las esconden por pena o se imponen por prepotencia.
En la segunda reflexión el cuestionamiento giró en torno al desborde sin razón o con razón pero subyacente, de agradecer por todo o de evitar a toda costa la pena proponiéndole al otro justamente que no tenga pena. Ambas reflexiones así como la presente que es la tercera, confluyen inevitablemente en mi criterio, en un significado apabullante que es fruto no de la casualidad sino de causa específica en la historia. Los guatemaltecos sostenemos una dignidad débil que se ha construido sobre la base de culpas e injusticias.
Me regala un cafecito no es lo mismo que por favor sírvame un café. Hay muchas diferencias en ambas frases que van desde el tono en que se dice, hasta el significado de pedir algo de manera regalada, pero lo que quiero acentuar es el hábito de empequeñecer todo o de aludir a las cosas y personas en diminutivo. Ejemplos hay muchos y me permito describir algunos que a lo mejor pasan desapercibidos: no decimos agua sino aguita, cucharita, hermanita, mi casita, un mi carrito, un mi panito y decimos me compre una mi cosita. Qué hay atrás de esa manera aparentemente delicada o propia de llamar a las cosas? Además, se conjuga ese modo de reducir con el pronombre personal mi que connota posesión. Por qué concebimos en pequeño y con posesividad?
Complemento esta discusión con algo que he sugerido en otras entregas sobre la conciencia social guatemalteca. Haciendo una síntesis un tanto atrevida, la historia de este país está inundada de violencia, injusticia, discriminación y poco respeto a la vida. Esos rasgos son las que se han ido moldeando una baja autoestima social si se puede decir así, y no hemos construido el contenido de lo que significa nación. La consecuencia más acabada de las contradicciones de un modelo que yo llamaría precapitalista, hicieron de este país un lugar fragmentado en individuos que nunca constituyeron comunidad. En ese contexto no estamos dotados plenamente de elementos políticos movilizadores que puedan dar contenido a lo que se puede llamar el imaginario político, lo que se impone y conduce son los valores que son conservadores.
Esta relación me sirve para explicarme que achiquitar las cosas y las personas bien puede reflejar una noción reduccionista o despolitizada de los guatemaltecos, al despojar a las cosas y a las personas de su propia naturaleza y significancia. Además, también hay detrás el reflejo de valores como el paternalismo y la sobreprotección que legitiman inconcientemente el orden jerárquico y las relaciones de poder en las relaciones sociales. Decir mi hijito al descendiente que ya creció implica también dejar establecida en un mensaje sutil de codependencia.
Decir en diminutivo las cosas puede ser la aspiración de evitar el enfrentamiento o la supuesta reacción que puede ocasionar la incomodidad de asumir el contenido de las palabras, como esperando que si se dice en pequeño serán mejor recibidas, duele menos y va con cariñito…