Mayro de León: la pintura como signo y la crí­tica como interpretación


Juan B. Juárez

Es un lugar común, aunque poco apegado a la realidad del proceso creativo, decir que el artista no decide sobre los temas sino que estos se le imponen. Sin embargo, es cierto que cada época tiene su propio cúmulo de preocupaciones, algunas de las cuales eventualmente se vuelven temas artí­sticos y como tales son desarrolladas por artistas particulares de acuerdo a sus individuales sensibilidades. Esta eventual correspondencia entre los temas que desarrolla un artista y las preocupaciones propias de su época marcan la consecuencia de la obra y la actualidad de sus significados. Por esta razón también es cierto que el artista con frecuencia no sea plenamente consciente del alcance del significado de sus obras, pues éstas empiezan como una aguijoneante preocupación personal que es necesario expresar, pero que una vez puestas en el ambiente social que provoca o comparte esas preocupaciones se vuelven catalizadoras de otras reflexiones y recipiendarias y emisoras de otros significados.


Estas reflexiones vienen al caso de la exposición de pinturas y esculturas Mayro de León que actualmente se puede observar en el Centro Cultural del Instituto Guatemalteco Americano -IGA. Se percibe que las obras expuestas responden en general a las preocupaciones propias de nuestra época y de nuestra sociedad y cultura: la identidad, cierto clima social, la libertad artí­stica, etc. Pero más allá de lo obvio, la exposición en su conjunto parece tematizar y problematizar el olvido, la indiferencia o el desinterés que nuestra época y nuestra sociedad manifiesta con respecto a lo esencial de sí­ misma. Hay, en ese sentido, un cierto instar a tomar en serio lo que en cada caso nos define, aunque ese propósito no haya sido la motivación principal del artista.

Y es que la obra de Mayro de León no se deja definir por sus propósitos conscientes sino por la intensidad emotiva que como condición a priori de sus intuiciones estéticas y su trabajo formativo se expresa en esa atmósfera de acentuada densidad en la que cada elemento, cada pincelada, cada color, cada acción formativa y modeladora, cada forma tiene un peso ?una gravedad? especí­fico que le viene dado por su cercaní­a con el núcleo de lo significativo. En su caso lo significativo no es lo que él voluntaria y deliberadamente quiere decir, sino algo superior a él que pugna por aparecer y ser dicho y mostrado en su obra, y que lo hace después de violentar ciertas resistencias conceptuales y técnicas propias de la forma tradicional de ejercer el oficio de artista.

Si como espectadores atendemos a eso que pugna por aparecer en su obra con semejante violencia e impaciencia, comprenderemos no sólo la intensidad emotiva del acto creativo sino también el carácter de necesario que, como consecuencia de ese destino, tiene cada cuadro y cada escultura. En efecto, en su trabajo no se trata de fantasí­as oní­ricas ni de frí­volas especulaciones formales ni mucho menos de gratuitos alardes de talento, sino de someterse libremente a una especie de fatalidad, abriendo para ese acto todos los sentidos, toda la experiencia existencial, todas las habilidades técnicas y todas las capacidades conceptuales a ese algo que encuentra en este artista el canal de expresión y el espacio vital para manifestarse.

Lo que pugna por manifestarse en su obra no es propiamente un objeto que pueda representarse y ser percibido por los sentidos. Es, al contrario, el sentido de todo objeto y toda representación, la dirección de su acontecer, el origen, la consecuencia y el cumplimiento de su destino lo que guí­a el trabajo de Mayro de León. Es con relación a eso que pugna por manifestarse que sus obras se presentan como signos y, como tales, preñadas de significado y urgidas y necesitadas de interpretación. Así­, en sus cuadros aparentemente más realistas (naturalezas muertas y paisajes) se percibe la palpitación de algo en proceso que anuncia con impaciencia su presentido desenlace, e incluso sus pinturas más resplandecientes (bodegones) tienen un núcleo oculto y misterioso que le da razón de ser a la voluptuosidad de las formas y colores. No se trata de premoniciones ni de pensamientos mágicos sino de ver los alcances del ser de cada objeto y la condensación de su sentido en el ámbito en el que habita el ser humano. Pero todo ello se ve más claramente en sus cuadros no figurativos. Su abstracción, en efecto, no proviene de un proceso intelectual que alcance su culminación en un concepto formal y estilí­stico, sino que posee la densidad de una visión difusa, de un presentimiento, y es signo no tanto porque señala un camino o a un objeto fuera del cuadro sino porque anuncia la inminencia de una presencia que reclama un espacio en nuestra consciencia. Sus esculturas resultan, para el efecto ilustrativo que persigue esta nota, muy gráficas: más allá de toda connotación ideológica, anuncian la inminencia de la lluvia y señalan con más propiedad el desamparo irremediable de la condición humana, aun en medio de toda la soberbia del poder económico y tecnológico de la actualidad.

El peculiar método creativo de Mayro de León que consiste en someterse ?no sin resistencias circunstanciales? a los dictados de la presencia que se anuncia en su obra, explica también los vestigios del dolor de parto que tienen sus pinturas y esculturas y que le dan, por un lado, una indiscutible legitimidad a su verdad artí­stica y, por otro, el carácter de una revelación que pocos están dispuestos a interpretar.