Max Morel Aycinena


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Empiezo esta columna aclarando que como lo hemos demostrado dí­a a dí­a aquí­ en La Hora, todas las muertes me indignan. Claro está que mientras uno convive más con la persona, el dolor de la pérdida pega más duro en el corazón, y ese fue el caso de la trágica muerte de Max Morel Aycinena. Sin duda alguna, he pasado a causa de su partida, uno de los peores momentos de mi vida.

Pedro Pablo Marroquí­n Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt

 


Empecé a convivir con Max hace más de tres años, porque él se enamoró  perdidamente de Andrea Hurtado, hermana de mi mujer. Yo ya llevaba tiempo de novio y siendo parte “momentánea” de la familia siempre platicábamos con Alejandra que su hermana se complementarí­a con un hombre caballeroso, inteligente, de principios, alegre, fiel, buen hijo, amigo y calidad de persona.

Esa persona gracias a Dios fue Max. Hombre de carácter pero con una nobleza especial heredada, sin duda alguna, de sus papás, Max y Verónica y aprendida de sus hermanos René, Rita y enseñada a Mónica; fue un hombre que se ganó el corazón y el cariño de muchas personas. A los que lo quisimos y conocimos, nunca nos falló, siempre ganó nuestro cariño y todo el tiempo tuvo el tino de demostrar que estaba ahí­ en los momentos más flacos de la vida.

Con Max  y nuestra familia polí­tica convivimos muchas cosas que nos quedarán para siempre y que serán nuestro mejor tesoro para seguir adelante. Sin duda alguna me hará mucha falta ver su puesto en la mesa vací­o. Siempre me gustó la forma en la que me comentaba sus planes de casarse, pues sabí­a como todo hombre, que su relación sentimental era la pieza angular de todas las metas que se trazaba en la vida.

Como era un hombre consciente, demasiadas veces platicamos largo y tendido respecto a la situación del paí­s y siempre coincidí­amos en dos cosas: no se podí­a medir con diferente vara hechos iguales y que la falta de voluntad era lo que nos tení­a sumidos en la crisis actual del paí­s.

Este asesinato me ha pegado en lo más profundo de mi ser, me siento abatido, me siento dolido, impotente, triste, frustrado y en ocasiones, desconsolado. Seguro así­ se sentirán los deudos de los más de 6 mil que se mueren anualmente por la violencia.

Pero le pido a Dios encontrar en esos sentimientos que me genera su partida, las fuerzas necesarias para hacer algo. Y poco a poco, con mucha fe y voluntad empiezo a ver un poco de luz al final del túnel.

Lastimosamente Max le dio a Guatemala la oportunidad de conocer al personal de la agencia Fiscal 8 de Delitos Contra la Vida, miembros extraordinarios del Ministerio Público, quienes ofrecieron su empeño por alcanzar justicia y ayer dieron un paso fundamental hací­a la meta.

La justicia no devuelve a Max ni a ningún ser querido fallecido,  pero sí­ permite enfrentar con más restos el dolor que causan las pérdidas y nos da esperanzas de saber que cuando en Guatemala hay voluntad como la que mostraron los fiscales y demás colaboradores, la certeza del castigo es algo palpable, necesario y fundamental para reconstruir la moral de la ví­ctimas y lo poco que nos queda de paí­s.

Cuando los operadores de justicia entienden que su trabajo es una responsabilidad vital para Guatemala  y sobre todo para las ví­ctimas de la inseguridad, están actuando de una forma que edifica enormemente y lo admirable es que lo hacen sin la ambición del dinero, de la polí­tica y sin ataduras a las mafias. Max nos permitió ver que Guatemala tiene futuro si logramos más equipos como el de la Fiscalí­a del MP.

Max se fue de este mundo pero nos dejó la voluntad luchadora que tení­a para salir adelante y cambiar. Max Morel y las miles de personas que han perdido la vida por un méndigo celular, hoy nos piden a gritos que en Guatemala ya no se siga derramando sangre por el robo de los mismos.

 De nosotros depende que ese clamor se materialice en acciones que permitan que Max y las personas que han perdido la vida por dicha razón, sean mártires que nos empujan hací­a el cambio y hací­a la lucha que ésta conlleve.

Con la oscura muerte de Max, hemos podido ver cosas claras, tan claras y determinantes como lo fue su vida aquí­ en la tierra: se puede aspirar a la justicia y nuestras calles ya no se pueden llenar de sangre, menos por un celular.

Dependerá de los familiares, amigos y demás que lo quisimos, respetamos y lloramos desde el viernes, así­ como de los miles de familiares que han perdido a seres queridos por un aparato plástico de tecnologí­a, el futuro, el cambio de nuestro paí­s y de nuestro sistema en ese sentido.

Para los que buscamos incidir de una manera positiva y sin afán de protagonismo, la polí­tica no es el único camino. No obstante, debemos unirnos por una causa común y les aseguro que al lograr que nadie más muera por un celular, le habremos hecho un aporte al paí­s más grande que aquellos logros que los polí­ticos nos quieren vender.

Sin temor a equivocarme digo que hay formas de lograr que se detenga el robo de los mismos, solo es que tengamos la voluntad de encontrar los mecanismos. Lograrlo, no será fácil, pero serí­a el mejor tributo a los que han partido y a las familias que han tenido que sufrir las injusticias terrenales.

En tu memoria, Max, y en la de miles de ví­ctimas, nos apoyemos para hacer historia.
Descansa en paz Ajax, aquí­ te extrañaremos, echaremos de menos tu calidad humana, tu habilidad para tocar el corazón de las personas,  tu fanatismo por lo deportes, tu bondad con los niños, tu sana ambición por los negocios y te prometo que cuidaremos lo que fue tuyo, como sé que vos nos cuidarás desde el cielo.