Más violencia y terror que durante la guerra


Durante la guerra, lo recuerdo muy bien, vivimos tiempos de un terror inédito, determinado fundamentalmente por las desapariciones forzadas, las torturas y las muertes extrajudiciales, producto de las desavenencias ideológicas que todos conocemos y por la participación directa en la confrontación armada entre el Ejército y la guerrilla. Muchos conocidos y algunos amigos y compañeros de clase fueron ví­ctimas de ese enfrentamiento y nunca los volvimos a ver.

Milton Alfredo Torres Valenzuela

A esa guerra interna que nos marcó como generación que la vivimos en carne propia, directa o indirectamente, durante los mejores años de nuestra juventud, se le ha llamado, «guerra sucia». Sucia, supongo, por los métodos y procedimientos que ambos bandos utilizaron para alcanzar sus objetivos, como si hubiera guerras limpias, o lo que es lo mismo, una violencia sucia en oposición a una violencia limpia. ¿Habrá, pues, una guerra limpia, cuando el objetivo es siempre imponer la voluntad de unos sobre otros, violentamente? ¿O hay una manera limpia y otra sucia de matar a nuestros semejantes? Toda manifestación de violencia y, por supuesto, el terror que conlleva, sólo pone de manifiesto una cosa: el fracaso de la razón, o sea, en la perspectiva social y polí­tica, el fracaso del Estado y de sus instituciones.

Pero dejemos por un lado lo anterior. Sobre lo que quiero llamar la atención es sobre el terror y la violencia que actualmente enfrentamos. Realmente me parecen más dramáticos que los anteriores por cuanto sus motivaciones no son ni polí­ticas ni ideológicas. Si la guerra que vivimos durante nuestra juventud fue «sucia», esta que hoy vivimos tendrí­amos que llamarla «asquerosa, porque es una guerra declarada a la institucionalidad del paí­s, promovida por sectores (poderes paralelos) que se benefician directamente y sin escrúpulos de la zozobra y de la anarquí­a que su obrar genera. La guerra que hoy se libra no tiene ningún objetivo estrictamente polí­tico, es una guerra contra la independencia y soberaní­a del Estado, lo que es casi lo mismo decir, contra el paí­s. Y ahora, más que durante la guerra «sucia», el enemigo se ha infiltrado en todos los órdenes de nuestras vidas, al amparo de todas las instituciones polí­ticas que, hoy por hoy, sobreviven infiltradas por la mafia y la podredumbre cí­vica.

La violencia y el terror que hoy vivimos, son más agudos y dramáticos; más generalizados y extensos que los generados durante la guerra «sucia».