Más imperio que Biblia


Karen Cancinos, la mejor alumna del doctor Armando de la Torre en la Universidad Francisco Marroquí­n, afirmó en Siglo Veintiuno del 9 de marzo: «Estados Unidos no es ni ha sido jamás un imperio». Esta «formadora de opinión» soslaya que desde 1901, en que Theodore Roosevelt accedió a la Presidencia de Estados Unidos, se ha registrado una explí­cita voluntad imperial norteamericana, encubierta bajo la proclama de una misión de extender los valores de la democracia por todo el planeta.

Marco Vinicio Mejí­a

Colin Powell sostiene que los cementerios de Normandí­a han sido el único territorio conquistado por su paí­s en el último siglo. En esta dramática afirmación se oculta que ahora el poder imperial no tiene por objetivo el dominio territorial directo, sino el control de las materias primas, de las fuentes de energí­a, de los recursos financieros y del comercio mundial. Valga como ejemplo lo ocurrido en Guatemala, en 1954. La reforma agraria impulsada por el presidente Jacobo Arbenz lesionaba los intereses de la compañí­a norteamericana United Fruit Company. Ante la amenaza de expropiaciones, el secretario de Estado John Foster Dulles tuvo claro que con los bananos de Estados Unidos no se juega y presentó al gobierno de Arbenz como un peligroso enclave de los comunistas, lo que permitió a la CIA organizar el golpe contrarrevolucionario encabezado por el coronel Castillo Armas.

George W. Bush se declara divinamente elegido para salvar al mundo del terrorismo que él de antemano decide de dónde viene y quiénes lo encarnan. No importa que para esa operación de saneamiento recurra a peores acciones que las que busca erradicar y eche mano de Apocalipsis armados por sus servicios de inteligencia, aunque no tengan asidero en la realidad. El Presidente de Estados Unidos dice haber experimentado un renacimiento religioso. A toda pretensión imperial corresponde un discurso mesiánico, sea religioso o no, con el fin de presentar las acciones que se realizan contra otro grupo humano, sociedad o paí­s como benéficas aunque no sean percibidas de esta forma por los receptores de los operativos.

Una de las razones esgrimidas por los salvadores del tipo al que pertenece Bush es que, debido a las tinieblas en que viven, los oprimidos son incapaces de darse cuenta de la bondad que mueve a sus liberadores y, por lo tanto, se deben usar todos los recursos para despertarlos y llevarles la luz. Desde esta perspectiva, los afanes imperiales no tienen por qué dar explicaciones ni detenerse ante crí­ticos a los que descalifican y juzgan aliados del mal.

La reelección de George W. Bush fue posible por el voto de los evangélicos conservadores. Sin embargo, Jim Wallis y su revista Sojourners, y el movimiento Santuario, entre otros evangélicos que no comparten la falsa religiosidad de Bush, recuerdan que la Biblia obliga a un compromiso ético con la verdad y la justicia, que no ha mostrado el actual gobierno de los halcones. Reconocer que en el «señor W» existe más hambre imperial que fe genuina, nos muestra que los marcianos que ahora ocupan la Casa Blanca están muy lejos de tener credibilidad entre su propia ciudadaní­a.