Más allá del Dí­a de la Dignidad


Desde que Ramiro de León Carpio otorgó la Orden del Quetzal en su máximo grado a los cadetes que murieron en acción el 2 de agosto de 1954 y se declaró esa fecha como el Dí­a de la Dignidad Nacional, las conmemoraciones que hacen los sobrevivientes de esa gesta son distintas, pero es evidente que sigue pesando mucho la indeleble marca que dejó el estigma lanzado en contra de quienes enfrentaron al Ejército de Liberación en los campos del Roosevelt en la madrugada de ese dí­a en el que el Abanderado Jorge Luis Araneda, el cabo Luis Antonio Bosh y el cadete Carlos Enrique Hurtarte ofrendaron la vida por defender el honor del Ejército Nacional en el que se formaban para ser oficiales.

Oscar Clemente Marroquí­n
ocmarroq@lahora.com.gt

Desde el mismo 2 de agosto de 1954 se quiso presentar esa acción como una especie de patada de ahogado del «comunismo internacional» que usó a los jóvenes cadetes para atacar a las tropas armadas por la CIA y que se habí­an acantonado en el aún inconcluso edificio del Hospital Roosevelt tras el «desfile de la victoria» realizado el dí­a anterior. Y para quienes sabí­an que no habí­a tal motivación ideológica, fabricaron la versión del lí­o de tragos entre los cadetes y los arrogantes miembros del ejército liberacionista.

La verdad es que en todo tiempo y lugar la juventud es el último rescoldo de la dignidad y los cadetes de aquella época discutí­an la actitud de la oficialidad que no cumplió con su deber para enfrentar la invasión dispuesta por Washington en contra del gobierno constitucionalmente electo. Y como lo hicieron en su momento los que en México si han sido reconocidos como «Niños Héroes» decidieron actuar esa madrugada y en inferioridad numérica y sin armamento adecuado, lograron tras una batalla que llegó a ser intensa y cruenta, derrotar a los invasores, a quienes se sabí­an superiores a ese Ejército al que los cadetes pertenecí­an porque habí­an entrado desde Honduras hasta la capital logrando todos sus objetivos.

Y para reivindicar la dignidad de las fuerzas armadas, los cadetes asumieron ese papel de Grandes Hombres, pese a su juventud, pero lo más grave de todo es que nunca, ni siquiera ahora cuando oficialmente se reconoce su gesta como lo que fue, se les admite realmente como héroes porque en las mismas fuerzas armadas del paí­s sigue pesando mucho la patraña que los estigmatizó ideológicamente.

Cuán distinto serí­a el papel mismo del Ejército de Guatemala al dí­a de hoy si sus miembros actuales se hubieran formado viendo en aquella generación de aguerridos cadetes a héroes a los cuales imitar y admirar. Pero pesó mucho el sello que les impuso la oficialidad de la época que para ocultar su propia vergí¼enza por no haber sabido actuar en defensa de la institucionalidad nacional, llenaron de escarnio a los que intentaron reivindicar a la institución. Los oficiales de la base militar La Aurora, que actuaron en apoyo manifiesto de los cadetes, también tuvieron que pagar un alto precio por haberse puesto del lado de la decencia.

Deberá llegar el dí­a en que cada soldado y cada oficial del Ejército de Guatemala pueda, finalmente, ver el 2 de agosto como lo que realmente fue y encuentre en esos Cadetes al héroe digno de admiración y cuyo ejemplo siempre valdrá la pena imitar.