El problema de la educación de Guatemala no se limita a los nombres de Acevedo y Aceña, sino que tiene implicaciones mucho más profundas que se pierden en ese estéril debate entre el dirigente sindical y la ministra, ambos empeñados en llevar agua a su propio molino. Tanto Acevedo como Aceña tienen su propia y muy particular agenda y en medio del pleito que se traen, marcado por el ansia recíproca de protagonismo, se diluye la posibilidad de realizar aquellos cambios que desde los tiempos de las negociaciones de la paz fueron objeto de un consenso para propiciar la reforma educativa.
No es primera vez que diferencias personales se convierten en freno para el logro de objetivos nacionales, y sin duda alguna que ni Acevedo ni Aceña son elementos positivos para avanzar en la mejora de la educación en Guatemala, porque es evidente que se trata de dos personalidades que están empeñadas (por no decir emperradas) en destruir al adversario y eso es lo prioritario en sus respectivos objetivos.
En el tema de la educación tiene que haber un amplio debate entre expertos para lograr un proyecto de reforma que tenga objetivos nacionales y que no esté limitado a la visión sectaria de quienes quieren imponer la privatización y de quienes se oponen a cualquier cambio que implique asumir mayores responsabilidades. Por el lado de parte de la dirigencia magisterial es evidente que pretenden mantener las cosas en su situación actual porque los cambios les obligarían no sólo a trabajar más sino que a prepararse más. Por el lado de las actuales autoridades, es indudable que en el fondo de su gestión lo que quieren es una forma de privatización del sistema educativo porque ideológicamente comparten la tesis de que todo lo estatal es malo.
Mientras el debate de la educación en Guatemala siga marcado por esa disputa entre Acevedo y Aceña y los medios sigan centrando en ese conflicto personal el análisis de la situación, no lograremos encontrar puntos de acuerdo que nos permitan dar los pasos que el país requiere para mejorar su sistema educativo. El ideal sería que el Presidente entendiera lo que significa tener a una funcionaria absolutamente empecinada y que los maestros entendieran el daño que representa un dirigente con las mismas características puesto que si en ambas partes se diera ese nivel de comprensión sobre lo dañino de las posturas extremas e irreconciliables, seguramente que muchos estarían dispuestos a hacer aportes significativos.
Lo cierto del caso es que este período ha sido tiempo perdido para lograr avances, puesto que todo quedó limitado a un enfermizo pleito que, para variar, fue totalmente improductivo y cuyos protagonistas no llegaron a dirimir con madurez y visión patriótica, sino que dejaron que fuera dominado por el berrinche y el empecinamiento.