A esas alturas andan los precios en general. Quien lo niegue vive en otro mundo. Nada raro es, si conviene a sus intereses, al experimentar el disfrute en los dominios de Jauja. Lo referente a productos, bienes y servicios están confabulados para ahorcar a la población. Máxime a los sectores más vulnerables cada vez en extremo.
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Los favorecidos en ese sentido, mediante la infame especulación, mejor hagan chitón. Llenarse los bolsillos con utilidades fabulosas constituye una inhumana maniobra que coloca contra la pared al consumidor y usuario, empobrecidos. En el entorno esto y mucho más pasa sin que pase nada. ¿Controles? Equivale a una misión imposible.
Respecto a los artículos de la canasta básica, dejan perplejas a las amas de casa. De verdad administradoras del reducido ingreso hogareño. Por lo tanto pasan momentos críticos, puesto que al instante se hace agua el dinero. El llamado ingreso per cápita, cada día se achica, a pesar que ponen ellas medidas de una total austeridad.
Una larga cadena humana conforma el conocido progreso de siempre. Primero el productor, luego los intermediarios, distribuidores; fleteros y vendedores o revendedores inflan el costo. Así actúa el comercio aquí y en el fin del mundo. Influye la avaricia y el egoísmo, como presión inexorable del ser humano dispuesto a la acometida.
Otros factores son responsables de tal situación al borde ya del naufragio. El diagnóstico situacional pone las cosas imposibles. Llevamos un tiempo considerablemente metidos en un callejón sin salida. Nada ni nadie interviene a efecto de siquiera paliar dicho asunto. Razón de sobra por la que cobra más y más poder dañino el aludido problema.
Programas y proyectos gubernamentales con miras a llevar una ayuda a segmentos en condición de pobreza y extrema pobreza, no vemos que salgan a flote. Pero aun, al ritmo que de carácter acelerado van las cosas y casos, la moribunda clase media hace tiempo ya se ubica entre los desheredados de la fortuna en igual de condiciones desventajosas.
Rol preponderante desempeña en la debacle social y económica, la pérdida del valor del quetzal frente al dólar estadounidense. Los bajos precios con que pagan en el exterior nuestras exportaciones, se añade. Asimismo la disminución ostensible de las remesas familiares, poco antes un verdadero colchón financiero utilitario y conveniente.
Estas disquisiciones en torno a la depreciación del quetzal, por supuesto que la Junta Monetaria y presidencia del Banco de Guatemala hacen caso omiso. Sus políticas monetarias, cambiarias, crediticias y tantos belenes, no dan marcha atrás. La población mayoritaria está fuera de la atención de ese andamiaje burocrático de primera.
Los incrementos salariales hacen mutis por el foro; además el sector empresarial pone oídos sordos ante las demandas al respecto. Escudan su negativa constante en el hecho que hay desempleo y poco movimiento en los negocios. De consiguiente, cualquier perspectiva se aleja y el deseable protagonismo desaparece del tinglado.
Las esperanzas por una mejor calidad de vida, con énfasis en lo humano y servicio social están ausentes de un todo. Creemos en los ciclos y en la designada depresión de los años 30s, vivencia que puso a cuadritos la vida a los abuelos. Y que en la actualidad muestra también su rostro y las fatídicas consecuencias funestas.
En suma, todo ingreso per cápita decae con facilidad, sin embargo, reviste algo supercrítico lo atinente el asalariado menor. En tal condición están los jubilados (con algunas excepciones) estatales, del IGSS y municipales, que pasaron a conformar las clases pasivas hace años. Perciben pensiones miserables. Existe injusticia a todas luces.