Desde mi niñez y posteriormente durante mi adolescencia y juventud escuchaba a menudo que San Marcos era el segundo departamento que más aportaba al fisco y el que menos recibía del Estado, para decirlo con palabras sencillas, porque permanecía olvidado de parte de las autoridades del gobierno central, como en la actualidad.
Apunto esa breve introducción a propósito de otro terremoto que azotó al país, especialmente el Occidente la mañana del pasado lunes. Después de sentir el remesón aún en mi confortable lecho, me despabilé y llamé telefónicamente a familiares en San Marcos, para establecer su estado físico y emocional, las condiciones de su vivienda y otros datos paralelos.
Afortunadamente salieron indemnes del violento movimiento terráqueo, pero se ha ahondado su pesimismo en torno al futuro inmediato de sus vidas, como probablemente ocurre con todos los marquenses, porque viven pendientes de cualquier estremecimiento del suelo y piensan pesimistamente que en cualquier momento otro terremoto los sorprenderá y que posiblemente éste sea más catastrófico que los precedentes.
Me pesa mucho lo que les ocurre a mis coterráneos de todos los municipios de San Marcos. Posiblemente ya no es uno de los dos departamento que más tributa al erario, y cuando intenté averiguar cuál es su contribución al PIB no logré mi cometido, porque Guatemala es una país en el que las estadísticas no son confiables, sino contradictorias y confusas.
Lo que puedo asegurar es que los habitantes de ese departamento se han convertido en un ansioso botín para los voraces políticos, porque “elige” –y disculpen tan fantasiosa idea- a nueve diputados al Congreso, que se dedican a colocar a sus parientes y allegados en cualquier puesto de la ubérrima burocracia, a escoger a los contratistas de obras de infraestructura, para obtener ganancias ilícitas y, en fin, a pasarla bien y enriquecerse a como dé lugar.
Durante los años recientes San Marcos ha sido azotado por copiosas tormentas tropicales que destruyeron carreteras construidas con saliva y lodo, puentes, edificios escolares y centros hospitalarios y de salud endeble y, por supuesto, viviendas levantadas con adobes, de bajareque y otros materiales que no resisten las fuerzas desatadas de la naturaleza.
Si a eso se suma la congénita inclinación humana de los marquenses a aceptar con resignación e indiferencia los abusos de autoridades de todas las jerarquías, desde la cúspide del Estado hasta inescrupulosos y astutos alcaldes y empleados públicos de bajos escalones, con excepción de pocos municipios, ese departamento continuará rezagado hasta que los marquenses se despojen de su silencio, quietud y sumisión, y levanten su voz, ánimos y fuerzas para defender sus derechos y el futuro de sus hijos, mandando al carajo a esa casta política conformada por ladrones que han usurpado la Gobernación departamental, las curules en el Legislativo y las alcaldías locales.
(Agrega el indómito Romualdo Tishudo: -Sólo depende de los que estén dispuestos a recuperar su dignidad pisoteada y acuerpar un movimiento masivo que se rebele contra la injusticia, la explotación y la servidumbre).