Mario García (Antigua, Guatemala, 1967), junto a Mauro López y Flavio Santa Cruz, participan en la exposición titulada “Al arte tiempo” que se inauguró recientemente en la Escuela Nacional de Artes Plástica y que también se exhibirá en los próximos meses en el Cerro del Carmen, la Universidad Popular y varias galerías del país, recreando simbólicamente la travesía de su carrera artística.


Se trata de artistas de la generación del 90 que reflexionan ahora no sólo sobre las intimidades de su carrera artística sino también sobre su tiempo histórico y la actitud con que lo enfrentaron en su obra.
La luminosidad y transparencia del color, la sencillez de la composición casi escenográfica, la contención emocional en la descripción de los contenidos visibles de sus cuadros, los temas sencillos y cotidianos, el modelado escultórico de los personajes y el uso sutil de elementos simbólicos universales e inconscientes, alcanzan en la pintura actual de Mario García un equilibrio formal y expresivo al que bien podemos llamar clásico. Tal perfección, sin embargo, es el resultado de un proceso largo y complejo que se fundamenta en el desarrollo concertado de factores vitales muy simples: el dibujo, para el cual muestra un talento natural e innato, el estudio de la figura humana y la lealtad a sus orígenes de guatemalteco de la ciudad de Antigua.
Para entender que con tales fundamentos su pintura representa la superación de lo académico, habría que pensar que para él el dibujo no es simplemente una habilidad técnica sino propiamente su manera personal de relacionarse con el mundo, su modo de conocerlo, de imaginarlo y expresarlo. De allí que del permanente ejercicio del dibujo derive no sólo una asombrosa facilidad para representar objetivamente la realidad sino sobre todo una penetrante lucidez para dar formas expresivas exactas y convincentes a sus realidades internas. También habría que tomar en cuenta que para él la figura humana no es simplemente un elemento formal más o menos complejo que pueda servir de pretexto para el ejercicio del dibujo, sino la inquietante manifestación de la personalidad, la parte visible del misterio de la vida individual, el punto sensible en que el mundo se divide en interno y externo. Así mismo, habría que admitir que la ciudad de Antigua no es el tema de fondo de su pintura, sino el escenario vital dentro del cual sus personajes adquieren espesor existencial, y con ellos su pintura toda se vuelve biografía, mensaje y aspiración.
Sin embargo, dado el contexto histórico, social y político en el que surge la pintura de Mario García, podemos afirmar que no era la superación de lo académico lo que le importaba. Al igual que a otros artistas de su generación, la sensibilidad de la época orientó a Mario García hacia afanes artísticos e ideales estéticos relacionados más con la recuperación integridad de la vida humana, que con la consecuencia de una ideología política que, ante sus ojos, empezaba a perder su razón de ser. Obviamente, para Mario García el camino para la recuperación de la integridad de la vida humana estaba señalado por el equilibrio clásico, buscado y encontrado ya no en las frías rutinas académicas sino en la añorada plenitud de la ciudad de Antigua, apenas entrevista en los reflejos del agua, en la solemnidad ritual y pudorosa de las mujeres antigüeñas, en la luz conventual de un farol ferviente, en el volcán inamovible por el que baja el cielo.