Unos veinte jefes tribales esperan, sentados en círculo, la llegada del Cuerpo de Marines estadounidense a la cita fijada en el medio del desierto, entre Marjah y Sistani en la provincia de Helmand (sur de Afganistán), bastión de los talibanes.
Una gran alfombra verde fue desplegada para la ocasión. En la primera fila esperan los jefes tribales más ancianos. Detrás de ellos los más jóvenes.
«Hay talibanes sentados entre nosotros. Lo sé, lo alenté. Y está bien», dice el teniente coronel Brian Christmas, comandante de los Marines del norte de Marjah, una región rural, epicentro desde mediados de febrero de la operación Mushtarak («Juntos»), la ofensiva militar de la OTAN más importante en Afganistán desde la caída del régimen de los islamistas talibanes a fines de 2001.
«Todos los talibanes no son malos. Algunos fueron influenciados por los extranjeros, en Irán y en Pakistán. Pero ahora, los talibanes deberían deponer las armas y trabajar con ustedes (los jefes tribales, ndlr)», agrega el oficial estadounidense.
Algunos afganos se acomodan la barba. En la segunda fila, donde están sentados los talibanes según el teniente coronel Christmas, los hombres miran hacia abajo o desgranan sus tasbith (rosario musulmán).
«Mientras haya paz en Sistani, los Marines y el ejército afgano se quedarán fuera de la ciudad», asegura el militar.
«Pero si vemos que aquí hay cada vez más talibanes, que nuestros servicios siguen indicándonos que se fabrican bombas para llevarlas a Marjah, entonces nuestro trabajo será regresar para restablecer la seguridad», advierte el oficial, a modo de ultimátum.
«Digan a sus talibanes que cesen de plantar minas artesanales en las rutas», insiste, recordando que un Marine resultó herido por una bomba camuflada en una carcasa de cabra que transportaba un asno.
Estos últimos días, al menos nueve militares estadounidenses o afganos fueron heridos por cuatro bombas artesanales. Y los combates enfrentaron diariamente a los Marines con los insurgentes.
Según los Marines, algunos talibanes van a combatir a Marjah para luego esconderse en Sistani.
«Les propongo elegir entre las armas o nuestra ayuda. Espero que escojan nuestra ayuda», resume el teniente coronel.
La oferta es sencilla: pozos de agua, escuelas y mezquitas.
Los jefes tribales quieren escuelas, material escolar y decenas de pozos, pero se preocupan también por el registro de los vehículos y los controles de identidad en los alrededores de Sistani, para los que «a veces tenemos que esperar horas», según se queja un afgano.
«Empezaremos con los pozos cerca de los mercados (…), luego pasaremos a los casos individuales», promete el Marine.
«Queremos seis pequeñas escuelas», dice un afgano. «Muy bien, díganme dónde hay que construirlas», responde el Marine.
La reunión termina con un rezo. Todos, Marines incluidos, bajan la cabeza con sus manos abiertas, la palma hacia el cielo. Una explosión se escucha a lo lejos, pero nadie le presta atención.
Los Marines prometen regresar para fijar en un mapa el emplazamiento de las futuras instalaciones, prometen además pagarle a una persona para llevar a las futuras escuelas a los niños de los caseríos más alejados.
Los afganos se levantan y se dispersan luego de saludar a los militares. «Ahora, habrá que esperar», concluye Christmas.