Marilyn Monroe: El fin del mito de la rubia tarada


Marilyn Monroe, diva del cine, ofreció una imagen frí­vola y de una mujer sin profundidad, la cual se desmiente con

La publicación de un libro con sus papeles inéditos la muestra dueña de una escritura inteligente y sensible.


Alguien dijo alguna vez que la imagen del rostro de Marilyn Monroe era tan conocida y enigmática como la de La Gioconda, de Leonardo Da Vinci.

Durante años, investigadores y artistas han intentado desentrañar los misterios de la vida de esa niña sin padre y abandonada por la madre, empleada de tienda, violada de adolescente, que querí­a ser una estrella de cine y se convirtió en el mayor sí­mbolo sexual de la posguerra, que cautivó a los medios intelectuales y polí­ticos de los Estados Unidos con su inteligencia, su vitalidad y su inocencia, y cuya muerte en la cama, por la noche, sola, desnuda, junto a un teléfono descolgado, encarna algo así­ como la imagen más oscura de la soledad mediática contemporánea.

La publicación, estos dí­as, en todo el mundo, de Fragmentos (poemas, notas personales, cartas), un libro que recoge por primera vez textos escritos por ella, permite asomarse a una Marilyn hasta ahora desconocida: la que habí­a quedado oculta por el mito.

Son textos escritos entre 1943 (cuando Marilyn tení­a apenas dieciséis años y se habí­a casado con su primer marido, James Dougherty) y su muerte, en 1962, a los 36 años. Marilyn legó todas sus posesiones a Lee Strasberg, su admirado profesor en el Actor»s Studio, el hombre que, según ella, mejor la entendí­a. Pero Strasberg murió en el «82, dejándole las cosas de Marilyn a su segunda esposa, Anna. Fue ella la que descubrió los documentos entre montones de ropa, cosméticos y fotos de la rubia, y decidió publicarlos.

Está el autoanálisis que hizo de su matrimonio con Dougherty, «uno de los pocos chicos que no me daban asco sexual. Supongo que mi amor, por así­ llamarlo, era más bien esa maravillosa palpitación de sentirse deseada, amada y mimada por alguna atracción sexual», dice.

Están sus reflexiones sobre su formación como actriz: «Nunca más una niñita sola y asustada. Donde estés o por donde quiera que pases hay una especie de luz a tu alrededor. La sensibilidad es tan plena y tan fuerte que es peligrosa porque las emociones pueden controlarlo todo, y lo hacen», anota.

También hay cartas a sus analistas, detalladas instrucciones a su personal de servicio, y hasta recetas de comida.

Pero, sobre todo, hay una gran cantidad de poemas. Son poemas «de mucha generosidad, de una entrega personal sin lí­mites, en un estilo no fingido», definió el novelista Bernard Comment, responsable de la edición del libro, que cuenta con un prólogo de Antonio Tabucchi. En los poemas de Marilyn no hay exhibicionismo ni subjetividad sentimental, sino que predominan la capacidad de observación y el esfuerzo de introspección.

Para la crí­tica Maria do Cebreiro, la publicación de los poemas muestra que «Marilyn participa por derecho propio de una veta de la literatura estadounidense traspasada por la idea del infortunio, integrada entre otras por autoras como Carson McCullers, de quien fue amiga, o como Sylvia Plath, a quien tanto se parece».

«Fragmentos» es, en gran medida, un libro sobre la relación de Marilyn con la escritura y la literatura. Están reproducidos todos los facsí­miles encontrados, con sus errores y tachaduras, y varias fotos de ella leyendo (el Ulises de Joyce) o conversando con escritores (Edith Sitwell, Karen Blixen). La literatura es un espacio en el que Marilyn se busca.

El sexo, la culpa en relación con su cuerpo («la parte mala de mi cuerpo, me dijo ella, nunca debo tocarla ni permití­rselo a nadie»), y la lucha por encontrar una seguridad interior son los temas que recorren todos los textos de Fragmentos.

Apenas salido, «Fragmentos» ya recibió crí­ticas negativas. El New York Journal of Books habló de traición y dijo que ni Marilyn ni Lee Strasberg hubiesen permitido la publicación de los papeles, por ser demasiado privados. También se dijo que se trata de una operación editorial para convertir a Marilyn en escritora, y que más que desarmar un mito, lo refuerza.

Marilyn, que tení­a perfecta conciencia de lo que era, escribe en la hoja de una de sus libretas: «Tener una idea de sí­ misma». Eso sólo. Alrededor, todo es el blanco de la página. Como si no quisiese agregar nada, o no pudiese decidir si en esa conquista de una idea de sí­ misma estaba su dificultad, o la manera de resolver su dificultad para vivir.