Luce juvenil y preciosa, porque como ha dicho don León Aguilera «no hay vejez para quien mantiene su tiempo joven y creador». Mariíta Molina de Valladares cumplió 99 años el 26 de diciembre de 2008. Este «capicúa 99», tan especial y único para ella, fue celebrado por todos sus descendientes en su hermosa residencia del Centro Histórico de la Ciudad de Guatemala. Hace mucho se detuvo el tiempo en casa de los Valladares Molina, porque allí el tiempo es estático, no se pierde, se concentra y se mantiene vivo en esa mansión histórica, que guarda en sus muros las memorias y tradiciones de una familia que ha puesto muy en alto el nombre de Guatemala. Muchas veces he sido invitada a cruzar la puerta principal de la residencia por diversos festejos o simplemente por cariño, pero esta última vez, al ingresar acompañada de mi esposo Carlos-Rafael Pérez Díaz y de mi amigo Tasso Hadjidodou, me sentí más que emocionada porque el acontecimiento no era trivial ni ajeno: ¡era notable, compartido y extraordinario! Fuimos recibidos por nuestro amado Luis Domingo, quien como me contara en algún momento mi señora madre María del Mar, fue felicitado por el mismo gran escritor español León Felipe Camino Galicia, por su destacado trabajo artístico en la Ciudad de México. Mis pensamientos surcaron aún más allá al redescubrir esta casona gentil que se expresa a través de las cámaras de «Cuestión de minutos», y que observa, porque desde hace algunos años posee múltiples espejos, extensiones de la vista de algún dios griego o romano, que le fueron colocados como decoración, haciéndola aún más amplia y hermosa con su fresca pileta turquesa. Pero en realidad el tiempo allí, como dije, no pasa ni pasará nunca. En el año de 1955, don León Aguilera, mi señor padre, en su Urna del Tiempo titulada «Acisclo, el pequeño declamador», describió una escena de la casa, igual que la hubiera detallado hoy: «Ardían las luces, enfrente la piscina del patio, un recuerdo de los patios árabes. Residencia de corredores largos y anchos en cuatro lados. En la piscina el reflejo de los focos dejaba temblores dorados, de fuego.» En esta ocasión, el ambiente era de burbujas de champagne, de ambarino whisky, elegante y efímero, pero también había deliciosa horchata, agua de canela, barquillos y hamburguesas, como si fuese una piñata de aquellos dorados tiempos de la niñez. Hubo dos sorpresas: la primera fue una fuente de exquisitos helados en la que había para escoger: crema con guindas, fresa, tiramisú, limón, y el tradicional y enamorado chocolate. Degustamos con fruición junto a Tasso, diferentes sabores, recordando que con un colorido helado lo había conocido a él cuando yo tenía 7 años. La segunda sorpresa fue el pastel de Mariíta, con 99 velitas de cumpleaños, una junto a la otra. Fue algo inolvidable: la hermosa torta resplandeció intensamente, pero luego de intentarlo Mariíta, no había poder pulmonar que pudiese apagar tanta candelilla; por fin un buen samaritano, como si fuese Eolo, el dios de los vientos, dio un gran soplido y logró apagar el fuego. Aun así todos nos unimos para cantar y desearle un feliz cumpleaños número 99 a Mariíta Molina de Valladares. Un abrazo para todos sus descendientes, en especial a Lucía, María del Rosario, Rodrigo, Acisclo y Luis Domingo. Y mi regalo para Mariíta, es mi composición poética titulada «María» que dice así: «Jilguero canta/ lleva este mensaje de júbilo/ a las aguas/ del mágico Leteo./ Siento en mí/ el eco sonoro de tu canto/ céfiro de tu aliento/ al entonar/ con ágil movimiento/ el nombre/ de una dama amorosa/ elegante, gentil y soñadora./ Jilguero canta/ multiplica tu aire/ en armonía./ Así desde las montañas/ se escuchará/ el nombre de María».